Buenos días, tristeza de verano

Lana del Rey es un polémico personaje romántico de la música contemporánea, que no se ajusta a los 140 caracteres de Twitter. A veces es Priscilla Presley, Marilyn Monroe, Jackie Kennedy o la mujer gigante. Una contadora de fábulas dolientes en forma de videoclips vintage, pero, ¿qué es la ficción, sino vivir y morir a través de otro? ¿qué es la ficción, sino el espacio que se resiste a decir lo que hay que decir?

El veintiuno de junio de 1985 nace en la ciudad de Nueva York la más californiana de las neoyorkinas. Desde el primer encuentro, nos aproximamos a ella con un nombre artístico: Lana del Rey. Todo, absolutamente todo en el perfil de esta artista aparece en clave de ficción. Lizzy Grant se queda congelada en el primer disco de estudio en 2010 para dar paso al personaje Lana, a la contadora de fábulas, a la que no pasa “un hilo de Twitter” porque no necesita hacerlo. La ficción es siempre más interesante porque no le debe nada a nadie y no necesita responder a los mandatos de lo “políticamente correcto”.

Walter Benjamin alguna vez dijo que la ficción es importante no por la descripción de un destino ajeno, sino porque irradia hacia nosotros –lectores– el calor que nunca adquirimos del destino propio. Lo que doblega al lector es su extremadamente misteriosa capacidad para templar una vida que tirita de frío al calor de la muerte. El poder de la ficción es, entonces, el de acercarnos otros mundos, otras vidas, de coquetear con el exceso, la desesperación y la muerte. Es el poder sentir el calor y el peligro del fuego a través de un plano otro que nos saca de nuestro frío estanco. Es vivir y morir a través de otro.

“Los videos de Lana son famosos por su estética vintage” nos diría quizás cualquier persona que los haya visto alguna vez. Pero, ¿qué significa esto? ¿acaso todo artista que evoca un periodo histórico otro en sus producciones responde a una estética vintage? ¿o esto refiere a algún imaginario concreto que tenemos acerca de ciertos “años dorados”? La Belle Époque es un término francés que da cuenta de una visión nostálgica y embellecida del pasado europeo anterior a 1914 como un “paraíso perdido” tras el trauma de la Primera Guerra Mundial. Es la idea del “todo tiempo pasado fue mejor” que nos coloca a nosotros, interlocutores del siglo XXI, en una encrucijada estética: el querer construir una poética de la mezcla de fragmentos temporales, cuya totalidad –de haberla– desconocemos. ¿Podríamos decir quizás que los años sesenta y setenta (la década larga) son nuestra Belle Époque, en tanto esta constituye la expresión máxima de la juventud de un imaginario estético? Desde Los Beatles y los Stones, los movimientos hippies, los festivales de música de tipo Woodstock, hasta las minifaldas, los vestidos floreados, las drogas y la sexualidad “libre”, construyeron un imaginario visual ampliado por la circulación de imágenes. O, ¿acaso los años dorados son los noventa, el grunge descuidado, los skaters y el imaginario de una juventud urbana, del enfrentamiento con la policía y de la estética adolescente desencantada de la generación X?

Lo “bueno” es que nuestra contemporaneidad no nos obliga a elegir, todo puede suceder en el mismo deslizamiento de una imagen. La cultura visual nos acerca estos mundos y nos sentimos parte. Es como si todos los hubiésemos vivido y, es más, tenemos la sensación concreta de que extrañamos esos tiempos. Tenemos una fascinación por el pasado y competimos por quién acumula mayores dosis en nuestra obsesión “retromaníaca”.

Como todo buen recuerdo que se precie de sí, en los videos de Lana del Rey es siempre verano. La estación de las vacaciones inolvidables y eternas está asociada a la libertad, a la juventud y por ende a la muerte. Todo esto acecha. La destrucción está a la vuelta de la esquina y amenaza con erosionar los colores pasteles y las flores que armónicamente componen la imagen. Esta concepción estética tiene una deuda con el movimiento cultural del romanticismo, la exaltación de la subjetividad, la contemplación de lo inefable y sobre todo, el anhelo profundo de un tiempo pasado que se piensa como mejor. “Ser joven es ser breve y eterno a la vez” parecen decir las punzantes letras de sus canciones. Es ser bello porque apremia el tiempo. Es el dolor inconmensurable de ir aprendiendo la pérdida a medida que se queman todos los puentes que la anteceden. Emprendamos, entonces, un viaje por algunas fábulas románticas en forma de videoclips.

“Video Games” es el primer videoclip de nuestro recorrido y pertenece al disco Born to Die. Dirigido por la propia Lana, quien aparece en cuadro filmada desde el formato de una cámara web. La letra habla de la obsesión de un novio por los videojuegos. “Todo lo que hago lo hago por ti” dice la voz de la cantante que mira a cámara con su peinado inflado y el delineado pixie. Al look sesentas tardío, se le superponen imágenes de archivo aparentemente inconexas: filmaciones de skaters noventosos, persecuciones policiales, fotógrafos de Hollywood, dibujos animados, una pareja que juega al aire libre. Todas integran una unidad visual: son tomadas por la vista de una cámara “súper 8” cuyos gruesos bordes negros toman la pantalla. El artificio se muestra, es una pantalla dentro de otra, una imagen dentro de otra, una superposición de ficciones.

Escucho sirenas.

Él me golpeó y se sintió como un beso

Escucho violines, violines

Dame toda esa ultraviolencia

Recita la letra de “Ultraviolence” del disco con el mismo nombre. Lana aparece vestida de novia, con un velo esculpido en detalles que remite a alguna de las miles de imágenes de la encarnación de la Madonna Santa, pero con vestido corto. Quizás una diva del tipo Priscilla Presley a punto de casarse con el chico malo: Elvis. Se acomoda el velo y empieza a cantar a cámara. La imagen es grumosa como la vista desde un 8mm, pero sin el tamaño característico de este. Un color ligeramente sepia tiñe la escena. Ella aparece caminando por un bosque, la cámara la sigue e interactúa con ella, pareciera ser que encarna un personaje que no aparece en cuadro, salvo por una mano que se deja ver en un momento. La letra provocadora y punzante contrasta fuertemente con esta imagen tan cuidada e idílica. Hay una intensidad del sentimiento doloroso del amor, exacerbado por el dramatismo de la puesta en escena y la iconografía que remite al catolicismo sufriente, que resulta tan ficcional, tan llevado al extremo que cuestionar-como muchas veces se ha hecho- desde una postura moral la representación del personaje femenino como frágil y doliente es, por lo menos, poco interesante. Exigirle a la ficción corrección política o medir con la vara feministómetra (porcentaje de feminismo en sangre) es no reconocer el espacio otro que habita esta fábula, es no reconocer que narrar el dolor o la muerte no significa reivindicarlos.

La Jackie y Marilyn millennial se conocen

Si hablamos de ficciones, también nos referimos a cómo se reescribe la historia, al qué pasaría si… Las dos representaciones casi opuestas de “la mujer estadounidense” se hacen presentes en “National Anthem” del disco Honeymoon. El título lo dice: himno nacional. ¿Y que atraviesa más el imaginario sesentoso estadounidense que Marilyn Monroe cantándole feliz cumpleaños a John F. Kennedy. Que las imágenes de Jackie, esposa del presidente, con sus dos hijos abriéndole las puertas de la Casa Blanca a la televisión por primera vez? La actriz exuberante y la esposa y madre refinada de educación francesa tenían en común algo: el escándalo y la muerte. Como mencionara un personaje de la serie por excelencia ambientada en los sesenta: Mad Men (2007-2015): “Toda mujer es siempre una Jackie o una Marilyn”.

El videoclip parece ubicarse en esa intersección, en el desborde estilístico de ambas figuras, en la reescritura de una historia entre esas dos historias. Ingresamos a este universo a través de un super 8 en blanco y negro, Lana le canta al presidente y es Marilyn, en la famosa escena del “feliz cumpleaños” a John Fitzgerald Kennedy en el antiguo Madison Square Garden . Corta el plano y es Jackie en un picnic con sus tres hijos pequeños abrazada a su marido tomada por la vista del mismo super 8 pero con una explosión color, como si fuese Jackie hablándole a la televisión a color por primera vez. “El dinero es el himno del éxito, así que ponete el rimmel y el vestido de fiesta” dice la letra de la canción mientras un JFK de piel oscura y rappero se fuma un habano. ¿Y si Marilyn y Jackie eran las dos caras de una misma moneda? parece susurrarnos la ficción al oído.

“No importa porque es suficiente ser joven y estar enamorado”

Las fábulas de amor joven son quizás de las favoritas y “Love” parece ser la gran oda a la juventud. Parte del disco Lust for Life, cuya traducción literal sería “lujuria por la vida”. Lana del Rey, aparece nuevamente lookeada en su constante evocación a Priscilla Presley a finales de los sesentas, que además hace un link al amor juvenil, ya que esta tenía solo catorce años cuando conoció a Elvis Presley, con quien se casaría años más tarde.

La figura romántica evocada es la del “gran amor” del rockero, la que pareciera tener algo para contar sobre “historias de amor” que duermen en el imaginario popular. Tiene un vestido corto y blanco de mangas holgadas. Flores blancas se ubican estratégicamente en su larga cabellera. La imagen está en blanco y negro hasta que empiezan a aparecer gradualmente las parejas de jóvenes cool millennials enamorados, con sus colores pasteles, sus anteojos hipsters y sus iPhones. El paso del blanco y negro a color lo da la narradora, es la que invita a ingresar en la ficción dentro de la ficción. Le canta a un auditorio que escucha la fábula y que emprenderá con ella el viaje a un espacio otro.

El viaje amoroso aparece encarnado en un viaje hacia un no-lugar, que por momentos pareciera ser el espacio, la suspensión y por otros una versión más colorida y suave del planeta Tierra. Lana canta desde la Luna. Pareciera estarle hablando a este grupo de jóvenes suspendidos, sustraídos de la cotidianidad. Después de todo, qué es estar enamorado sino una profunda alteración del marco cromático con el que miramos el mundo. El paso del blanco y negro al color.

“Doin´ Time” es el último videoclip de nuestro recorrido. Forma parte del disco Norman Fucking Rockwell lanzado hace apenas unos meses. Lana aparece como una mujer gigante caminando por la ajetreada, calurosa y diminuta California. Lleva puesto un vestido corto floreado y sandalias, sumado a su característico delineado pixie. El look parece salido de alguna de las páginas de Instagram del tipo “flower muses” dedicadas a compartir imágenes icónicas de los sesentas y Lana es aquí la encarnación perfecta del ideario Woodstock. La letra versa nuevamente sobre una relación amorosa conflictiva: “quisiera sujetar su cabeza bajo agua. Oh, el verano” que contrasta con la paleta de colores pasteles de la atmósfera. Sin embargo, todo parece un juego. Es tal el grado de ficción que alcanza el relato que en otra secuencia Lana se está mirando a ella misma en una gran pantalla caracterizada de manera completamente distinta. Como todo puede suceder al interior de una imagen, desde la webcam de Video Games hasta la mujer gigante, Lana es siempre una espectadora de sí misma, del personaje de narradora de fábulas a veces terribles, pero que son eso: ficción.

Lana del Rey aparece en sus videos como un personaje que es dueño de los mecanismos ficcionales que construyen el relato. Es la que canta, la que recita la letra, sí, pero además es la que controla la imagen, la que puede virar del blanco y negro al color, de Marilyn a Jackie. Es la mujer gigante que asusta a todo el mundo al salir de la pantalla, pero que puede verse a sí misma como un personaje. Creo que esto es algo clave para pensar a una figura que ha dejado su nombre de nacimiento en el camino de la construcción ficcional, alguien que pareciera decir “no soy yo, Lizzy, la que cuenta las historias, es Lana del Rey”. Lana del Rey, en tanto personaje glamourizado, que anhela el pasado en tanto figura romántica, es tan ficcional que no pareciera ser casualidad que haya compuesto además ciertas canciones para películas que han explorado una estética romántica y pregnante, entre las que se encuentran “Young & Beautiful” de The Great Gatsby (2013), “Once Upon a Time” de Maléfica (2014) y la banda sonora de Big Eyes (2014) de Tim Burton.

A propósito de la ficción, del juego, Lana del Rey sacó recientemente un comunicado sobre las críticas que recibe de ciertos sectores, más bien asociados al feminismo, que cuestionan las representaciones de “las mujeres” en sus canciones: dolidas, frágiles. Me pregunto: ¿Por qué el afán de ir a cazar a la ficción? ¿por qué la insistencia en aferrarse a la literalidad de los discursos? ¿por qué moralizar el arte con obviedades? Pero algo más parece ocultarse en esas críticas: la negación de aceptar la representación de la fragilidad como un elemento también válido de ser enunciado, problematizado, discutido. En tiempos de “empoderamientos” de cartón, tan insostenibles, imperativos y mayores, la figura glamourizada de Lana del Rey, tan ficcional como su propio nombre, de letras punzantes como aquella que le escribiera a la poeta Sylvia Plath aparece como, al menos, tridimensional, es decir, con matices y complejidades. La ficción, la narración, no responde a los 140 caracteres de Twitter, a los hilos que parecen querer imponer narrativas que le dicen al arte aquello de lo que puede o no hablar. Pero si hay algo que el arte ha podido hacer históricamente es encontrar rincones donde resguardarse del deber ser. Después de todo, tiene la extraña capacidad de templar una vida que tirita de frío al calor de la muerte.

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Ofelia Meza

Codirectora