En la creación de escenas con referencias a la estética popular y los clichés, Cindy Sherman manipula su propio cuerpo a través de disfraces, maquillaje y diversas prótesis, con la ayuda del temporizador. Sin embargo, es difícil pensar esta serie de fotografías como autorretratos: Sherman no figura como ella misma sino como soporte y materia prima de una puesta en escena en la cual indaga acerca de las posibilidades de (in)expresividad del rostro. Esto responde a su voluntad de componer imágenes de mujeres que no manifestaran emociones fuertes. Por el contrario, a la artista le interesaban “cuando casi no tenían ninguna expresión. Eso era raro de ver; en los stills de las películas hay mucha sobreactuación porque se utilizan para venderlas (…). En los stills del cine europeo encontré mujeres más neutrales, y quizás era más difícil darse cuenta de qué trataban las películas originales. Eso me parecía mucho más misterioso y lo busqué conscientemente”1. Si en La imagen-movimiento, Gilles Deleuze piensa el rostro como un plano afectivo, como la superficie por excelencia que habilita la identificación, ¿qué se mueve en nuestro encuentro con la cara inexpresiva —mejor dicho, con las múltiples caras posibles— de la fotógrafa/modelo? ¿Qué nos genera este plantel de amas de casa, bibliotecarias y mujeres seductoras de facciones haraganas, apenas delineadas con trazos gruesos, que no responden a ninguna particularidad sino que parecen decirnos “somos todas estas mujeres a la vez”?