Por Julian Doberti
El filósofo francés Gilles Deleuze empieza su ensayo sobre Sacher-Masoch, al que tituló Lo frío y lo cruel, con una cita de Dostoievski: “es demasiado idealista… y, por eso mismo, cruel”. No se trata, creo, de una crítica a los ideales, sino de ese demasiado que funciona como cifra de un exceso cruel que puede valerse de los propósitos más nobles, de las acciones en apariencia más encomiables, de los discursos más cautivantes. La identificación sin fisuras con cualquier ideal, aún con el más “deconstruido” —parece advertirnos Deleuze—, conduce a la crueldad, allí donde lo que se arrasa es precisamente cualquier diferencia, cualquier matiz, cualquier mínima penumbra que ponga en cuestión la incandescencia fálica de lo que ocupa el lugar de lo incuestionable.