En la calle, es ella quien se acerca a él y mientras la apoya, le sostiene la mano y lo mira a los ojos. Un enfrentamiento silencioso en medio de la calle (un espacio multitudinario, en contrapartida a los aislados que nombramos antes), una manera de develarlo. Esa escena es una escena de quiebre, es él quien comienza a sentir miedo. Porque la curiosidad y la incomodidad de Amalia funcionan como motores para la exposición del doctor. La denuncia está presente desde la acción de ella. Amalia le cuenta a su amiga Jose (Julieta Zylberberg), ella se lo comunica a sus xadres y en el final del filme se deja entrever que pronto todxs, lxs médicxs y trabajadorxs del hotel, se enterarán de lo ocurrido. Mientras tanto, Amalia y Jose nadan en una pileta, ríen y juegan. Hacen las cosas que hacen las adolescentes. Esta imagen final, con las dos amigas nadando y hablando sobre su amistad, sobre estar siempre la una para la otra, es una propuesta para desarticular la figura de la víctima que queda anclada en las situaciones de acoso y abuso como si eso la demarcara por el resto de su vida. En este caso, el final abre sentidos para que bocetemos otras maneras de transitar las desigualdades y opresiones sistémicas, subvierte las narrativas convencionales y se posiciona en un intersticio, en un borde sumamente incómodo que, como tal, moviliza y potencia las lecturas, miradas y observaciones en torno al filme.