Sexting: el no lugar del deseo

El sexting es la práctica sexual de la inmediatez del tiempo, que navega en la “heterotopía” de las tecnologías digitales. La materialidad de los cuerpos pierde territorio y la percepción no es estabilidad sino velocidad. Si tiempo y espacio se diluyen, ¿cómo nos vinculamos desde el “no lugar” del deseo?

El sexting, término formado por el acrónimo de sex (sexo) y text (mensaje de texto), es una práctica que consiste en el envío de mensajes, fotos y videos con contenidos sexuales por medio de tecnologías digitales.

Dejando de lado los actos de exposición de la privacidad de cualquiera de las personas involucradas, el amplio abanico de delitos informáticos y las posibilidades de ciberacoso que esta práctica puede desplegar, en esta reflexión me ocupan los casos en que el intercambio de contenidos de este tipo es consensuado por sus partes.

Con el apogeo tecnológico en el que nos encontramos, resulta difícil no pensar en cómo se modifican nuestras subjetividades, modos de relacionamiento e interacción, con los dispositivos atravesando cada aspecto de la vida cotidiana, incluyendo, por supuesto, el de la sexualidad. Sin embargo, no pretendo realizar una lectura moralista sobre los cambios introducidos por la tecnología reciente sino, más bien, me interesa pensar en cómo efectivamente se producen estos nuevos modos de relacionamiento a partir de la práctica del sexting y cuáles son los afectos que se ponen en juego con este tipo de intercambio. 

En primer lugar, me interesa pensar al sexting como una práctica que – si bien surge del manejo de dispositivos tecnológicos- no puede desligarse de lo espacial, ya que ninguna acción puede pensarse por fuera del margen o recorte en el que ésta tiene efecto. Como todo accionar humano, el sexting está determinado por el espacio en el que tiene lugar. Sin embargo, en este caso, podríamos hablar de un espacio no concreto en el sentido del recorrido tridimensional que caracteriza a un espacio habitable materialmente, aunque no deja por eso de ser táctil y de producir sensaciones hápticas.

Michel Foucault propone el concepto de “heterotopías” para referirse a una especie de lugares que están fuera de todos los lugares pero que, sin embargo, son efectivamente localizables. Se trata de lugares absolutamente otros; espacios diferentes que funcionan como una contestación a la vez mística y real del espacio en que vivimos.

Descalzos en el parque (Barefoot in the park, 1967)

En este sentido, resulta curioso que, al hablar con personas que practican el sexting, algunas respuestas muy usuales son algo parecido a  “es como si no pasara en ningún lugar”, o “al día siguiente ves los mensajes y es como si no hubiera pasado”, lo que da cuenta de algo transitorio que sucede sólo en el instante de su práctica.

Históricamente, las cuestiones referentes a la sexualidad se han desplazado a ciertos “lugares otros” por el moralismo imperante en la sociedad occidental. Foucault, por ejemplo, hace referencia a la concepción, hoy ya un poco obsoleta, del viaje de bodas, en el que supuestamente se debía dar el primer encuentro sexual de los recién casados. Este encuentro se da en un lugar que no pertenece al espacio real cotidiano -en el cual se habilita otro tipo de pautas de conducta y posibilidades que estas personas no se permitirían usualmente-, de modo tal que aparece un corrimiento de la lógica cotidiana, en la cual esa actividad es expulsada del ritual común del día a día y cubierta de una suerte de aura de misticismo hoy ya bastante cuestionado. El autor menciona que la heterotopía por excelencia es el navío, por ser una gran fuente para la imaginación en la cultura occidental. No me parece un dato menor que la relación que establecemos con internet lleve en castellano, precisamente, el verbo “navegar”. Del mismo modo en que los barcos recorrían y atravesaban distintos mundos, recolectaban mitos y formaban creencias, el internet cumple hoy una función similar: al alcance de un click se encuentran esas personas, mundos y cuerpos otros distantes, que se vuelven cercanos y localizables. 

El sexting aparece como una práctica sexual de la inmediatez del tiempo, que navega en un no-lugar muy localizable como son las aplicaciones de las tecnologías digitales.

Posiblemente, el ejemplo de heterotopía más ligada al sexting sea el de los moteles al costado de las carreteras, esos espacios que, si bien son localizables, son aquellos en los que “lo que parece no suceder” o “no debiera suceder” tiene lugar, el espacio propio de una sexualidad olvidada a la luz del día, desplazada hacia los márgenes de lo cotidiano.

La virtualidad nos trae una experiencia fragmentada del tiempo y del espacio, en la cual estos son percibidos como fracturados e instantáneos. Esto se ve expresado en la inmediatez del contenido multimedia, que queda archivado a modo almacenamiento de datos. La pregunta pertinente del día a día parece ser “¿cuánto pesa un archivo?” Este contenido se piensa en forma de series y pestañas online que estimulan conjuntamente la percepción.

Paris, Texas (1984)

Retomando la idea del navegar, pienso en otra palabra que me resuena familiar: “deslizarse”. El barco se desliza sobre la superficie de las aguas, el navegar de los smartphones se desliza por el mundo de las imágenes y del contenido instantáneo. El deslizamiento que se produce en esta interacción alcanza un grado háptico con las pantallas táctiles. El sexting aparece entonces como una práctica de superficie, del paso de una imagen a otra, de fotos, videos y textos que  atraviesan la pantalla a partir del deslizamiento de los dedos sobre esta.

La percepción, incluyendo la referida a la sexualidad, hoy ya no está basada en la estabilidad y la contemplación, sino en la velocidad. Todo lo que vemos desaparece en el momento mismo en que lo vemos. Las tecnologías digitales no funcionan como una extensión del cuerpo humano, sino que lo sustituyen o suprimen a partir de técnicas mediáticas. Los cuerpos entendidos en su materialidad pierden territorio. Debido a la velocidad cada vez más acelerada, las categorías de tiempo y espacio se diluyen y lo que se ve es más del orden de la simulación que de lo representativo, puesto que los efectos de realidad desaparecen.

Como mencioné anteriormente, el sexting se configura como un conjunto de datos que estimula las sensaciones táctiles. Las nudes (fotos en las que la persona aparece parcial o totalmente desnuda) constituyen parte fundamental de este intercambio. Resulta interesante pensar en cuáles son las aplicaciones y redes sociales que son más propicias para este modo de relacionamiento. Si bien whatsapp es, posiblemente, la aplicación más utilizada en el día a día, sus características operativas no favorecen a la práctica del sexting. ¿Por qué se da esto? principalmente, porque en las conversaciones de whatsapp los archivos enviados quedan guardados en el teléfono, lo que va en contra de la primera “condición” del sexting: la instantaneidad. Otras redes sociales, como Snapchat e Instagram, aparecen como las más elegidas a la hora de esta práctica. Aunque Snapchat es más popular sobre todo en generaciones más jóvenes, tiene casi los mismos años de existencia que Instagram y es,  de hecho, la primera aplicación que ha permitido  enviar fotos o videos con la posibilidad de controlar el tiempo de visualización por parte de los receptores de las imágenes, opción de la que Instagram se haría eco años más tarde.

En ambas aplicaciones (Instagram y Snapchat), la persona que recibe los mensajes puede ver los contenidos sólo una vez, o máximo una repetición (según sea el caso), y si hace “captura de pantalla” de las fotos o videos, la persona que los envió es notificada por medio de la aplicación.

En el caso de Instagram, según personas que se han encargado de informar respecto de la práctica segura del sexting, se aconseja etiquetar al destinatario de la imagen en un lugar donde el nombre de la persona quede registrado y no pueda ser cortado, de modo tal que,  si el contenido es difundido, violando la privacidad de una de las partes, al menos quedará registrado quién es el responsable.

Me parece importante hacer mención a las aplicaciones que favorecen este tipo de intercambio, no sólo por pensar qué tipo de afectos y sensaciones táctiles se ponen en juego con la instantaneidad y el espacio heterotópico en el que tiene lugar, sino también por cuestiones de seguridad. Si bien es cierto que uno nunca está completamente a salvo de quedar expuesto, también lo es que hay opciones más confiables y favorables que otras.

Considero que reflexionar sobre los nuevos modos de relacionarnos sexo-afectivamente a partir del ingreso de las tecnologías digitales en cada aspecto de nuestras vidas tiene relevancia en este contexto. Si bien el grado tecnológico en el que nos encontramos no es comparable a ningún otro momento de la historia, resulta interesante pensar cómo se puede relacionar con los “no lugares” de las heterotopías propuestas por Foucault. 

Lo habitable se encuentra en los espacios transitorios, efímeros y dispersos. El sexting aparece aquí como la práctica sexual del no lugar  y de la no materialidad del deseo en tanto cuerpo humano. Sin embargo, esa no materialidad, por contradictorio que suene, no deja de ser táctil.

En el sexting, el relacionamiento afectivo y háptico cambia. No se trata  de una percepción como contemplación, sino de la dispersión en el instante que superpone producción y consumo: envío y recepción de imágenes. El cuerpo aparece en tanto desaparición, en tanto habita en un lugar otro, desplazado hacia una nube de archivo, pero que tampoco queda guardado en ningún lugar, sino que desaparece al momento de ser visto. En un contexto en el que las categorías de espacio y tiempo se diluyen, convergen y mutan, los modos de vincularnos a partir de la tecnología digital aparecen en un “entre” de resistencia y adaptación, en el que el deseo encuentra una nueva forma en un no lugar.

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Ofelia Meza

Ofelia Meza

Codirectora