Hoy en día, esta idea parece fácilmente refutable. No hay un talento superior que toca a los artistas y las razones por las que algunos ocupan determinado lugar en la historia de la cultura no son razones divinas, sino que el arte se basa en el lobby, en los contactos, en la posición social y por supuesto en la identidad de género. Es evidente entonces que, si no vamos a valorar a estos artistas como seres superiores, podemos dejar de idealizarlos en todo sentido. Ahora, si nos hemos deshecho de la idealización de los artistas, nos quedan solo las obras; pero si queremos analizarlas en sí mismas y desligarnos de estos artistas, los invisibilizamos en lugar de mostrarlos para desacralizarlos, sobre todo en los casos de denuncias por maltrato o, en el peor de los casos, por abusos.