Payasas en zoom: la experiencia del clown y la pandemia

Hernán Gené dice que “lo que buscamos es mucho más sutil y, por lo mismo, mucho más humano. Buscamos esa pequeña grieta por la que se entrevé algo de nuestros secretos más íntimos. (…) El trabajo es un viaje muy movilizante hacia aspectos de nuestra intimidad con los que mantenemos una relación ambigua, de necesidad y rechazo, de dolor y consuelo. En el peor de los casos en un viaje inquietante.” Bien podría estar hablando de la experiencia de existir pero está refiriéndose, amorosamente, al entrenamiento del clown.

Sostener una práctica que se basa en lo humano para sumergirse y des-andarlo no es tarea fácil. La tarea exploratoria del entrenamiento de clown se ramifica y las sensaciones a veces se entrecruzan, otras se mezclan y otras se dejan respirar. Hay espacio para todas y cada una de ellas, desde el temor, hasta la alegría pasando por la tristeza, el enojo, el resquemor. Pero todas son bienvenidas para configurar el personaje que será el clown de cada unx de lxs alumnxs, de cada unx de los maestrxs (que conservan algo encendido para nunca cristalizarse en transmisores de un saber).

Ese estar encendido, estar disponible para lx otrx que está frente, detrás o al lado de unx es una de las aristas más complejas y enriquecedoras del entrenamiento. El encuentro, la juntura, el (con)tacto. Asistir a una clase de clown es una especie de subibaja, una hamaca, un juego vertiginoso. Porque pretende conservar lo lúdico como el motor de las acciones, la ironía, lo que se corre de los límites sociales que establecen buenos y malos comportamientos. Lxs payasxs se posicionan, tímida y dulcemente, en un espacio-otro, de escucha, de apertura de la mirada. Se saben observadxs y conversan con la mirada de lxs otrxs, del público, apostando a que la mirada ajena no juzga sino que brinda lugar para lo que vaya a ocurrir.

Si el entrenamiento apuesta a que los cuerpos se enchastren, se toquen, se repelen y se vuelvan a juntar, la pandemia resquebrajó estos encuentros y empujó a re-considerar las herramientas artísticas para seguir apostando por el juego y la comunidad. Comunidad como un grupo que persiste, que re-crea con lo que tiene a mano. Así nació la obra Se largó y metimos la fiesta dentro (no toques timbre porque no funciona), los domingos a las 20.00hs por la plataforma Zoom y desde Revista Encuadra pudimos conversar con las payasas Carla González, Leila Leith, Roxana Imperiales y Agustina Gerber y con el director/maestro Ezequiel Olazar que la llevan adelante:

-¿Cómo conciben la experiencia del clown en general?

-Para nosotrxs es un lugar de pertenencia donde reconstruir el juego. Exige dedicación, senti-pensarse, convertir las sensaciones y los estados en puro impulso. Salir a escena con lo que tenemos, exponiéndonos, amigandonos con nosotrxs mismxs y con la posibilidad del fracaso. Todo el mundo debería hacer clown, es una experiencia recomendable.

El clown como un vínculo, como una posibilidad de experimentar desde lo singular y lo general, cada alumnx en relación con la clase. El clown como la sorpresa y el acontecimiento, como una apertura a que, como suele decirse, pase lo que tenga que pasar se entiende entonces como práctica y entrenamiento que puede extrapolarse por fuera de los límites del aula y llevarse a los contextos más insospechados. La pandemia y el aislamiento empujaron esos límites, los resquebrajaron, pero las payasas decidieron sin embargo meterse por las hendijas y ver qué había más allá, qué posibilidades de juego existían allí donde lo novedoso y desconocido se constituía como norma. Senti-pensarse, como dice el elenco de la obra, de a unx y en conjunto, senti-pensar a lx otrx y dejar que la mirada penda y oscile entre los cuerpos en (con)tacto. A su vez, defender, proteger, conservar ese espacio y modificarlo para que quepa en lo virtual, para que dialogue con las posibilidades existentes, no como un mandato de productividad que exhorta a continuar indistintxs a los hechos sino por el contrario, como una toma de posición en lo que ocurre para modificarlo y hacerlo propio.

-Si hablamos de salir a escena, de exposición, de situaciones que se presentan entre muchxs, ¿Cómo se modificó lo artístico en pandemia?  

-Nosotrxs lo vivimos como una gran oportunidad para, sin perder el sentido del juego, tomar todos los estados que la pandemia nos pudo generar y transformarlos en arte. En este contexto, es reinventarse en varios sentidos. Es como si un nuevo cuerpo tomara otra consciencia física y asumiera otras medidas espaciales. La sensación de estar trabajando desde nuestras casas nos modifica completamente y nos permite pensar qué otras capacidades corporales podemos poner a jugar.

Es interesante considerar que el entrenamiento del clown solicita una disponibilidad extra-cotidiana hacia el propio cuerpo. El cuerpo se despierta como ajeno y propone acciones/decires desubicados, desorientados, que se desarrollan con y desde otra lógica distinta a la habitual. El poner el cuerpo implica un doble juego, por un lado exige una profundización en lo propio hasta desandarlo y proponer lúdicamente aquello que nos constituye arrojado, regalado a lxs otrxs y por el otro, el desapego del sí mismo para articularse como personaje, como clown. Un vaivén entre el recuerdo y el olvido, entre el saberse unx y (re)presentarse como ajeno. Lo que sucede en el vínculo clownesco queda allí, se dice desde otro lugar, desapegado de la norma social. En el juego, lo cotidiano se pone en pausa para dar lugar a otras reglas, a otras normas, a otras relaciones. Lxs clowns desde un huequito, desde los espacios que permite la distancia, la pantalla, incursionan en  lo virtual donde los cuerpos se presentan encuadrados y recortados a la mitad y lo gestual oscila entre mirarse unx y mirar a lxs demás, con esos ojos que miran pareciera a cualquier lado. Y sin embargo, las payasas recuperando, rememorando también, algo de ese cruce, de ese cosquilleo en el mirar.

-Y así y todo, ¿cómo surge apostar por hacer una obra por zoom?

-De nuestro hambre por seguir investigando el clown, porque en esta técnica se trabaja el aceptar, aceptar lo que viene, aceptar lo que pasa, y ahora nos toca hacerlo y jugar con este formato. Si todo puede pasarse a juego no íbamos a dejar de hacerlo ahora. Animarnos a crear una entidad clown en pandemia es meterse en líos y adoramos eso, es parte del oficio. Lo virtual cambia todo… la escucha, la mirada, el tacto, la instantaneidad, los olores, el espacio. Se genera una ruptura de la rutina actoral/hogareña. Ahora el baño, el living, los espacios cotidianos pasan a ser escénicos. Un poco dislocamos lo cotidiano también.

Una de las payasas, Carla González, nos cuenta que: Antes me tomaba un colectivo, en el viaje mi mente y cuerpo se iban preparando…Me cruzaba con mis compañerxs, organizaba los objetos, me maquillaba. Ahora el viaje es de la cama a la compu y es otra preparación que requiere mucha disciplina.

Si el cuerpo se presentaba desencajado, propio y ajeno, ahora este desdoblamiento traspasa la piel y pregna, empapa el espacio. Las habitaciones, los baños, los objetos personales como escénicos, es decir, disponibles también para formar parte del entrenamiento. Los límites entre lo íntimo y lo público se desdibujan cada vez más cuando hay pantallas de por medio y las casas son ahora los escenarios de distintos ámbitos de la vida (el educativo, el laboral, el amoroso, el amistoso, el sexual, el artístico) Si el paréntesis que significaba estar-en-casa respecto al exterior se borró, las payasas también juegan con eso, entonces la puesta en escena ahora es una lámpara de noche, el baño, plantas, todo lo que esté a mano, todo modificado por esos cuerpos clownescos que habitan el espacio e invitan a jugar, a explorar lo que nos rodea.

-Juegan entonces con el formato, con el espacio de sus casas…¿De qué va esta obra?

-Lo que extrañamos es el ritual de la fiesta y nos propusimos que la obra gire en torno a un acontecimiento festivo y trágico. Atravesadas por diversas situaciones que pueden acontecer en una fiesta, cuatro payasadas traen a la memoria los vestigios que nos deja la celebración. Saltamos desde un trampolín hacia las profundidades de la noche, ahora todo es posible, ella guarda su promesa de ser única e irrepetible. Y mientras esperamos volver a ese encuentro… labial, sudor y rubor.

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