Ey, con eso no se jode

Imprecisa, tensa, inabarcable es la risa. Si hay algo que desborda las rígidas paredes de la moral es lo que nos causa gracia. Y si hay un comediante que conjuga la incomodidad y la descarga de la risa es Louis CK. Y escribimos este ensayo con la premisa de que Louis CK nos hace reír. Y que, al mismo tiempo, Louis CK está cancelado.

¿Y vos, de qué te reís? Atravesamos climas turbulentos. Pareciera existir una necesidad de catalogar y circunscribir aquello que puede hacerse y aquello que no, de delimitar una esfera pulcra que abarque y contenga a los movimientos feministas. Un largo número de exigencias que empapa todos los ámbitos: qué podemos leer, qué películas miramos, qué artistas escuchamos, de qué podemos reírnos y de qué no. Convivimos con la exhortación a oír y cumplir con esta serie de ordenaciones, sigue imperando la moralidad. Una moral distinta a la conocida pero que se rige y promueve con los mismos métodos, que perfora nuestros comportamientos con una jerarquía de lo concebido como políticamente correcto, entendido en términos de lo bueno, del lado del bien, del es por acá.

Pero ¿qué queda en todo el vasto espacio entre lo bueno (entendido como lo puro) y lo catalogado como malo? No del otro lado, sino en los medios, en los lugares grises, en los pantanos o lagunas, en los lugares que nos incomodan, que nos resultan indefinibles. E imprecisa, tensa, inabarcable es la risa. Si hay algo que desborda las rígidas paredes de la moral es lo que nos causa gracia. Y si hay un comediante que conjuga la incomodidad y la descarga de la risa es Louis CK. Y escribimos este ensayo con la premisa de que Louis CK nos hace reír. Y que, al mismo tiempo, Louis CK está cancelado.

Louis CK es un comediante norteamericano que fue un enorme éxito desde los años noventa hasta el año 2017. Produjo y protagonizó Lucky Louie (2006-2007), Louie (2010-2015), Horace and Pete (2016), por las que ganó numerosos premios. Con Louie se consagró para muchos como el mejor comediante del siglo XXI y como un revolucionario de la televisión. Luego fue uno de los productores de Better Things (2016-), protagonizada por una de sus colegas durante diez años, Pamela Adlon, considerada por muchos como una de las mejores series feministas de los últimos tiempos. Y acá vale una aclaración: Louis CK era un comediante muy alabado por los sectores progresistas norteamericanos y, entre ellxs, por las feministas. ¿Qué pasó en el 2017? Cinco mujeres del ambiente lo denunciaron por acoso sexual, especificamente por masturbarse enfrente de ellas en contextos laborales. Cuanto más alto se encuentra la estrella más fuerte es el impacto.

Siguiendo la trayectoria de comediantes como Lenny Bruce, Chris Rock y Jerry Seinfeld, el humor de Louis siempre estuvo en los bordes, y no es que coquetea simpáticamente por quebrantarlos, sino que sistemáticamente cruza de un lado a otro de esas barreras invisibles que marcan los chistes que “no deben hacerse” o los temas que no deben mencionarse. Esa ha sido siempre parte de su gracia, encontrar el límite, nombrarlo y atravesarlo. Desde sus stand up hasta sus series, siempre encontramos en los repertorios chistes sobre temas incómodos: terrorismo, pedofilia, racismo, religión. Su talento se encuentra en permitir descargar a través de la risa la tensión que sostenemos cotidianamente sobre aquello que no debe ser nombrado. Como dice Alexandra Kohan en una reciente nota: “En definitiva: la risa es la cifra del placer que se obtiene por el ‘gasto de inhibición ahorrado’”. Puede no gustarle a muchxs, pero creemos que ahí reside su valor. El humor de Louis significó, para mucha gente, el descontrol de una risa que es contagio, del cuerpo que convulsiona. En las palabras de Hannah Gadsby en su famoso especial de comedia Nanette, reír libera tensión y cuando reímos con otrxs liberamos más tensión porque la risa es contagiosa. “La tensión nos aísla, la risa nos conecta”, dice la comediante feminista. El humor incómodo y políticamente incorrecto de Louis nos conecta para reír a carcajadas sobre los tópicos vedados, iluminando esos lugares que mantenemos en rincones alejados de la comedia y pisoteando los espacios más inmaculados de nuestra contemporaneidad. Quienes siempre se rieron con y de él, hoy día se rasgan las vestiduras y lo señalan para desmarcarse. Muchxs críticxs de sus últimas apariciones ahora lo ubican cerca de la derecha, sosteniendo que su público viró y ahora hace chistes dirigidos a ese sector socio-político. Pero lo que cambió no fueron sus chistes, ni tampoco envejecieron porque nunca fueron cómodos: lo que cambió es la percepción sobre el comediante.

A comienzos del 2020 Louis estrenó en su web un especial de comedia titulado Sinceramente, Louis CK luego de dos años de no presentarse en los Estados Unidos debido a las denuncias recibidas. Volvió a las tablas con un show que oscila entre la autocompasión y un repertorio que cruza, si no todas, muchas fronteras. Aquí, la risa no siempre resulta del todo liberadora de tensión y es apenas una descarga, un sacudón y al mismo tiempo una pregunta, o un cuestionamiento. “¿De qué nos estamos riendo?” le interroga usualmente a su público. En el especial, bromea sobre un discapacitado que anda arrastrándose por la vida, el público ríe hasta que Louis dice que este hipotético hombre perdió las piernas en una maratón, haciendo referencia al atentado en la maratón de Boston en 2013. Se escucha un ruido entre la risa y la desaprobación, a lo que Louis rápidamente replica “Ok, ok, veo que son un grupo de hipócritas porque, déjenme marcarles algo hijos de puta, estaban hace sólo segundos atrás riéndose de un hombre sin piernas arrastrándose por el piso pero en el final están como ‘Aah, pero no esas personas sin piernas en particular, creímos que decías algún idiota con una enfermedad de la niñez’”. Louis no posiciona al público en un lugar inocente o inofensivo, presiona justamente a aquellxs que creen controlar sus pasiones, que confían en que lograrán ser fieles al listado políticamente correcto que segrega todo tipo de chistes. Y Louis pincha allí, haciendo rodeos, redoblando la apuesta, construyendo la risa como un momento de crítica.

El teórico queer Jack Halberstam, en ¡Eh, eso me ofende! El discurso neoliberal sobre la ofensa, la amenaza y el trauma, advierte que en los movimientos feministas del presente nos encontramos con “comunidades de egos frágiles temblorosos y vulnerables (…), demasiado vulnerables para oír un chiste, demasiado quebrantados para hacer alguno”. Es una crítica al exceso de los “trigger warnings” (expresión popular para las advertencias por contenido sensible que podrían disparar respuestas emocionales) y a las políticas que privilegian la victimización y el señalamiento de un mal en el otro (siempre potencial victimario), antes que la construcción de espacios comunitarios que busquen transformar las relaciones de dominación contemporáneas. De esta fragilidad para vivenciar el humor nace la necesidad de limitar las risas.

En su video Cancelación, Contrapoints (Natalie Wynn) explica que la cultura de la cancelación esencializa a las personas en base a sus acciones. Un hecho se transforma en una característica intrínseca. También comparte que la cancelación permea y derrama desde la persona en cuestión hasta sus allegadxs, llegando a quienes lo consumen. Es decir, que una de las bases sobre las que se sustenta el escrutinio a los creadores de contenidos, artistas y figuras públicas en general, es que se les convierte en objeto de mercancía moral para ser consumida o denunciada. Estos consumos cargados de características morales, del bien y del mal, tienen cualidades transitivas, nuestro acercamiento o alejamiento reflejan sobre nosotrxs mismxs. Si consumimos algo cancelado somos vulnerables a serlo nosotrxs también, es por eso que se produce el señalamiento; marcar la falta o el mal en el otro nos libraría a nosotrxs, nos limpia del mal. Pareciera haber una línea directa, que homologa y olvida jerarquías, entre Louis y sus espectadorxs, como si todxs compartieramos responsabilidad, decisión y, ante todo, culpa. Porque uno de los apremios al ver sus especiales o shows es el gran sentimiento de culpa. Por un lado, por estar festejando chistes incómodos con temáticas incómodas. Temáticas comprendidas dentro del espectro de lo serio, cargadas con una solemnidad que guía y aconseja los tratamientos adecuados. Y el humor, los chistes y la ironía no entran dentro de los modos que la moral predominante concibe como formas de vincularse con las experiencias. La moral que recubre nuestros actos está cargada de solemnidad. Por otro lado, y sobre todo, por estar riendo con él, como si consumir sus producciones artísticas implicara avalarlo en sus acciones, como si no hubiera lugar para un híbrido entre cuestionarlo y disfrutarlo. Y, en la misma línea, la culpa proveniente del sentimiento de traición a los feminismos, de estar fuera de órbita respecto a las prioridades y necesidades de los movimientos. Una nueva moral que se rige por la solemnidad característica de algunas ramas de los movimientos feministas actuales: los que disponen, dividen y advierten qué sí y qué no. Como si aquello que nos llama la atención y nos entretiene pudiera controlarse, como si la risa no fuera un exceso, un afuera del cuerpo.

Ahora bien, el acto de cancelar fue pensado como un acto de justicia por parte del pueblo, un modo de lograr que personas poderosas fueran castigadas por sus acciones en situaciones en que la ley no podía accionar. Fue un modo de desmantelar redes de poder y visibilizar situaciones de violencia. Como dice Contrapoints, cancelar fue pensado como la versión del siglo XXI de la guillotina, la misma que puede transformarse en un espectáculo de entretenimiento sádico. Sarah Schulman en su libro Conflict is not abuse argumenta que entre los supremacistas y quienes motorizan sus políticas desde el trauma hay similitudes, justamente por su imposibilidad para aceptar la diferencia. También Rita Segato, en su alegato anti-punitivista, se interroga: “¿por qué la vena punitivista reacciona con ferocidad cuando afirmo que el violador es moralizador? Justamente porque surge ahí un parentesco insospechado, una disputa por el monopolio del bien, de la potencia moral. Ambos necesitan una excomunión y del expurgo, de la construcción de una alteridad vencida, de una víctima derrotada, de lo abyecto, para subir a la plataforma de su potencia.” La justicia del pueblo no emite sentencia firme, no hay un tiempo de ostracismo estipulado para que cumpla el condenado. Y si las acciones no tienen un castigo que cumplir… ¿Qué hacemos con ellos? ¿Cuándo deja de ser justicia y cuándo pasa a hacer un espectáculo sádico para ver a aquellos estrellados continuar cayendo hasta el olvido? ¿Esperamos que simplemente dejen de existir o esperamos que aparezcan reformados, pidiendo disculpas que igual no aceptaremos porque no las vemos como sinceras?

“El humor hace caer la fatalidad, diluye esos imperativos, logra hacer algo para salir de lo aplastante de la solemnidad, de la sacralidad. Muestra que, lejos de ‘tener las cosas claras’, se trata de saber hacer con la opacidad” dice Alexandra Kohan. Mientras forcejeamos por mantenernos en pie en un terreno movedizo que nos exige constante rectitud, la risa que irrumpe y atropella de manera inevitable todos nuestros preceptos nos invita a renunciar (aunque sea solo por un rato) a nuestra alerta vigilancia. Abrazamos el desconcierto de una risa inesperada, que nos hace abandonarnos a lo incontrolable, porque el humor es hoy nuestro refugio frente a la sociedad de la pulcritud y el orden.

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