Siempre me pareció una obra poderosa, desde que la vi de pequeño. Cuando la volví a ver de grande la sentí cercana, tardé poco en darme cuenta el porqué. Es contemporánea porque aparecen categorías de género trabajadas en la actualidad. Además, hay algo en la cinta que llama la atención, como si la gente pudiera intuir el grado de sexualidad inconscientemente.
Lo llamativo es la capacidad que tiene la obra de gustarle a personas ajenas a la ciencia ficción. El octavo pasajero (1979), la primera entrega de Ridley Scott, sienta las bases del devenir disruptivo de la saga. He leído mucho sobre el empoderamiento femenino manifiesto en la figura de Ripley. También leí sobre el diseño del personaje xenomorfo (el extraterrestre en cuestión) y la intencionada búsqueda de una forma fálica del artista plástico H. R. Giger. Lo que no encontré fue material sobre la solapada cuestión del aborto, o más bien, la prohibición del mismo y sus resultados en una maternidad frustrada.
El alien fálico
Fue Salvador Dalí quien recomendó a Giger para la producción. Este artista plástico suizo logró hipnotizar a Ridley Scott con un trabajo llamado Necronom IV. Los que luego trabajaron con él en Alien lo recuerdan como un personaje oscuro que solía relatarles cómo guardaba el esqueleto de su difunta esposa en el placard de su hogar. El artista se caracterizaba por mezclar máquinas y cuerpos desnudos con gran carga erótica en su producción. Esta genialidad le permitió ganar un Óscar y dejar para siempre, en la retina del espectador, una figura extraterrestre de aspecto dantesco depredando en aquel infierno espacial.
No hace falta ser un genio para notar que alrededor de la cinta hay todo un tema con la cuestión reproductiva. Estos extraterrestres, de carácter violento y salvaje, se reproducen introduciendo una especie de líquido germinador en el cuerpo de sus huéspedes, realizando, para esto, una penetración oral. Lo curioso es, además de esta llamativa inseminación no consentida, que los órganos sexuales de la víctima no son requeridos. Hay un vaciamiento de este contenido, llevando al paroxismo la cuestión de la invasión. La víctima no realiza ningún tipo de acercamiento, la violencia es extrema, deshabilitando, al entrar por la boca, cualquier posibilidad de grito de auxilio.
El alien primigenio, el que nace de un huevo, llamado facehugger por el guión y que vemos en la imagen, realiza una inseminación oral que permite colocar un embrión en el pecho, desplazando nuevamente los órganos que los humanos tenemos por más comunes para la concepción. El alien fálico concebido por Giger nace de esta invasión oral. Una vez germina esta incubación, una cabeza con forma de pene penetra de adentro hacia afuera y destruye el cuerpo huésped. En este sentido existe lo que oportunamente podría llamarse una penetración invertida.
Estamos acostumbrados, hoy en día, a que para la figuración del empoderamiento femenino se proceda a la atribución de rasgos “varoniles” a las protagonistas mujeres. Sin embargo, esta masculinización femenina no aparece en Alien. En esta saga, la mujer se empodera y crece su nivel protagónico sin descartar los rasgos “femeninos”. Ripley no solo está en posición de ocupar el rol “masculino” de salvador de la humanidad, o de sujeto proactivo que soluciona problemas, sino que, además, reivindica los rasgos tradicionalmente atribuidos como femeninos, es decir, la maternidad y la sensibilidad. Ripley es, por antonomasia, la madre de la saga; pero sin dejar por ello de ser la heroína proactiva que dispara y mata extraterrestres.
¿Por qué afirmo que es la madre de la saga? No solo porque tiene una hija que funciona de motor afectivo para su personaje en la primera película. Ni tampoco porque termina siendo la madre del último alien con rasgos antropomórficos (¿o debería decir abuela?). Esto, de por sí, ya da indicios para contemplar esta categoría de maternidad como factible, por estar al principio y al final de la narración. Afirmo que es la madre de la saga porque actúa como protección frente al peligro y como sostén emocional de innumerables personajes que se escudan tras ella a lo largo de la filmografía. Es indiscutible que esta figura parental le sienta muy bien.
¿Y qué decir de la niña (Newt) que vemos en la imagen? Una niña que adopta y protege durante la segunda película luego de que sus padres fueran devorados por las bestias. Al final de esta entrega , Ripley vuelve a buscarla, arriesgando su seguridad, y la rescata del nido cargándola durante todo el trayecto a la nave, mientras esquiva y destruye alienígenas. Lo indudable es que, a pesar del buen trabajo de madre, siempre sucede algo que termina perturbando su maternidad: todos sus hijos mueren
La violación y el aborto en Alien
Una vez “parido” el alien, una vez que desarrolla el cuerpo fálico que concibió en su mente el artista suizo Giger, este ser logra destacarse por su elasticidad y sigilo para atrapar a sus presas. Pero como la teórica feminista argentina Rita Segato propone, el violador no persigue una satisfacción sexual; el xenomorfo solo quiere desplegar su fuerza, su sistema de dominio basado en el poder. Como si fuera un depredador, el alien acecha a sus víctimas al mejor estilo stalker, de perturbado delincuente sexual. Entonces, el espectador descubre que ya no se trata solo de inseminaciones forzosas, de partos y penetraciones invertidas, sino que los huéspedes de las futuras crías deben escapar por pasillos oscuros de una urbe tecnológica (la nave) intentando que no les dé caza el depredador. Una figuración que encontramos en el actual imaginario colectivo ya que, al pensar en violaciones, automáticamente las personas proyectan un escenario citadino donde el crimen sucede en algún callejón oscuro.
Ripley es inseminada a través de una violación (¡mientras duerme!) pero resulta que la película discursivamente no permite el aborto. La saga se encarga de imposibilitarlo. En la fotografía se puede observar la necesaria rotura en el vidrio para la inseminación forzosa del facehugger. Ripley es abordada durante su sueño, en una escena fuera de cámara. Parece que el director, dispuesto al cuidado del decoro, no quería, también, abrumarnos con la inseminación que se hace de una mujer expuesta al sueño. Salvando las distancias, es la misma precaución que se tomó al rodar El bebé de Rosemary (1968)
Nadie puede sacárselo de encima. No se puede. A pesar de que viajan por el espacio, y que guardan a sus viajeros en cámaras de frío, no pueden extraerse el alien. Pero como puede observarse a lo largo de la saga, Ripley no es una mujer que se detenga frente a lo imposible. Al final de la tercera cinta decide que, si no puede quitarse al alien, se suicidará. Pero el guionista parece recordarle extra-diegéticamente “¡no! ¡No puedes hacer eso!”, y en la cuarta entrega se la revive solo para que tenga al bebé. Una expresión de deseo que parece aparejarse con las legislaciones de países donde es punible el aborto. La prohibición del aborto es tangible en toda la saga. Hasta el final. El resultado de esta maternidad forzada es como cualquiera puede imaginar: desastrosa. Ripley tiene el bebé alien y ella deja de ser la misma. Como cualquier persona que transita ese proceso, ella cambia. La cuarta cinta nos presenta a otra Ripley, como si la película quisiera recordarnos las connotaciones negativas de la maternidad forzada. La transformación de Ripley, que se convierte un poco en aquello que le acontece, la modifica completamente. El desenlace es perturbador. Prisionera de sentimientos encontrados, no sabe si amar u odiar a aquel ser que le debe su existencia. Pero la justicia poética, para tranquilidad del espectador que tuvo que observar ese trato bestial con la protagonista, aparece al final. Ella mata al último alien y entre congojas ve desaparecer su último vestigio de maternidad. La última escena sucede con los llantos aterradores de ese alien que confió en su madre y que entre alaridos (casualmente muy humanos) se va desgarrando, siendo destruido mientras genera un dolor extraño en el espectador. Nos perturba porque presentimos, aunque solo sea intuitivamente, que no muere solo un alien, sino también un hijo.
Colaborador