Acerca de los dispositivos y la urgencia

Dispositivo III es el tercero de una serie de obras que existen por y para la urgencia. Durante el aislamiento, nuestros cuerpos se vieron delimitados por un espacio tanto físico como simbólico, y esa es la urgencia que, me atrevo a decir, los autores de la obra entienden por tal: ¿cuál fue o es la forma más rápida y fácil de estar juntxs? La respuesta está en el título: generar archivo. Sin embargo, la pregunta que le subyace es, ¿cuáles son los límites de los artefactos que utilizamos para generar archivo?

Aparezco frente a la vidriera de lo que parece haber sido un local comercial: pienso, encantada, que podría haber sido una lavandería. Parece no tener uso en el presente. Sin embargo, adentro está sucediendo una obra. Mediante señas y susurros, los de adentro piden a los que nos estamos acumulando en la puerta que esperemos nuestro turno: hoy en día no podemos ser más que pocos dentro de un espacio. Y esto es especialmente significativo en este caso, ya que en este espacio está sucediendo “Dispositivo III: el año en el que tuvimos que, para estar juntxs, tuvimos que generar archivo (2021)”. Esta obra es la tercera parte de un proyecto compuesto por Alejandro Gunkel, Alan Swiszcz e Irene Polimeni Sosa, donde nos piden, ante todo, piedad. En el PDF que los celulares de todes reciben a través de un QR pegado a la vidriera, el colectivo de autores nos pide que tengamos mercy, ya que la instalación fue montada en un corto período de tiempo, corrido siempre por la urgencia y la precariedad de los tiempos que corren. La repetición de la acción en el título, intencional o no, se burla, de ellos y de nosotros: están presentando y estamos viendo todo lo que tuvimos que, lo que tuvimos que, en este momento, donde todo es frágil y puede romperse, pero existe. No dejamos de hacer, hacemos, y tenemos que, por el motor indiscutible que puede ser la idea de urgencia.

Resulta hermoso y productivo pensar al dispositivo como la red que puede establecerse entre los elementos heterogéneos que lo componen. Tanto lo dicho como lo no dicho. Productores de imágenes y sonido, la obra recorre zonas o postas que a su manera dialogan con la producción de sentidos durante el confinamiento, a la vez que nos permiten pensar la cercanía y la lejanía de ser unos u otros. 

Apenas entramos al local, escuchamos una voz que parece estar pregrabada. Una computadora conectada a unos parlantes reproduce una voz in medias res, y descubrimos que no está teniendo una conversación con nosotros. Esta conversación ya la tuvo. Rápidamente, en lo que puede durar una voz, la voz se transforma en otra. Y a su vez, esa voz, en otra voz. Todas las voces están a medio hacer, ninguna se inaugura con nosotros. Forman parte de un archivo: son los famosos audios de Whatsapp, eternizando el habla en el teléfono de cada uno de nosotros. Algunos cantan, otros se preguntan, algunos ríen, otros tosen. Las posibilidades son infinitas, no los vemos, solo los oímos, con sus cuerpos expectantes e invisibles, esperándonos en un lugar del mundo que ya pasó. Este archivo solo funciona por la imposibilidad de distinguir los elementos que lo componen: los audios se concatenan y se tropiezan, unos con otros, para que no recordemos ni uno. Funcionan solo por su intención, no por la identidad de los sujetos que los encarnan. Esos sujetos ya no existen. 

En la esquina contraria al sonido, está sola la imagen: un televisor antiguo reproduce varios puntos de vista, uno detrás de otro: afuera, adentro, uno mismo. Quiero decir, el montaje de imágenes que nos ofrece este televisor nos devela la certeza de que hay cámaras observándonos. Una está mostrando la fila que hay afuera, otra al interior de la obra, y una somos nosotros mismos observando el televisor. Al mismo tiempo, la zona inmediatamente a la derecha del televisor -a modo de micro posta- es la puerta por donde entramos. La entrada no está completa; es imperceptible pero posee un agujero. Está diseñado para que el espectador observe el afuera en el que acaba de estar parado. Tanto la mirilla como la televisión que nos proporciona Dispositivo III nos permiten no-observarnos, espiar el lugar donde estuvimos hace solo unos instantes. En nuestro lugar a veces hay otro: como nosotros, no reemplaza pero completa, reconforta pero asusta. Dialogando con el espacio ficcional y el espacio real, el mirar nos extraña como si se tratara de un viaje en el tiempo. ¿Dónde estuvimos todo este tiempo? ¿Estamos realmente viendo a alguien afuera, en la vereda, esperando para entrar a una galería de arte? En cambio, a nosotros, nadie nos observa. ¿O sí?

En una especie de habitación-cocina deshabitada, en otra parte del recorrido, un proyector nos muestra una serie de videos concatenados. Las cámaras están fijas en cada uno de ellos, y parecen haber sido dejadas por azar en algún espacio del mundo: hay esquinas de pueblos estadounidenses perdidos en la nieve, hay animales, hay sabana africana, hay ciudades cosmopolitas, hay arrecifes de coral. Los videos se reproducen uno tras otro sin treguas y sin jerarquización. En este sentido, creo que son valiosas por lo menos dos acciones que ofrece esta muestra: la idea de transponer y la idea de enmarcar. Si entendemos transponer como hacer desaparecer un sujeto detrás de un objeto lejano, cada uno de estos never-ending streamings olvida o relega a sus sujetos -no necesariamente personas- en pos de una composición mayor. Las vidas de los sujetos que pasan desinteresadamente por el punto fijo del encuadre inmóvil de la cámara no están en su condición de sujetos, sino que forman parte del paisaje: están ocultas bajo el velo de algo más, algo que las convierte en algo más grande que ellas mismas, como si formaran parte de un decorado.

Cada versión de esta obra consiste en una nueva “construcción de un dispositivo articulador de instrumentos y artefactos que registran o producen imágenes y/o sonidos”. Y la realidad es que, si bien esta definición debe haber acompañado también los otros dos dispositivos que generaron, el confinamiento obligatorio que impuso el estado en el 2020 les obligó a generar esta edición, en cierto modo, para salvar aquello que quedó estancado. O para intentar estancar aquello que pudimos salvar. Estoy pensando la palabra “dispositivo” un poco según Michel Foucault, que entiende por dispositivo una especie de conjunto de elementos heterogéneos que, en un momento histórico dado, “tuvo como función mayor la de responder a una urgencia”. Durante el aislamiento, nuestros cuerpos se vieron delimitados por un espacio tanto físico como simbólico, y esa es la urgencia que, me atrevo a decir, los autores de la obra entienden por tal: ¿cuál fue o es la forma más rápida y fácil de estar juntxs? La respuesta está en el título: generar archivo. Sin embargo, la pregunta que le subyace es, ¿cuáles son los artefactos que utilizamos para generar archivo? En La política cultural de las emociones, Sara Ahmed se refiere a un archivo no como una transformación del yo en una reunión de textos, sino como una “zona de contacto”. Un archivo sería entonces efecto de múltiples formas de contacto, tanto institucionales como formas cotidianas de contacto. ¿Y qué si fuese nuestro cuerpo? ¿Y qué si, gracias a las condiciones materiales de estos tiempos pos-pos-posmodernos, no necesariamente hubiésemos producido un archivo tangible y concreto, sino uno que quisiera asir o atrapar aquello que, por su misma definición, permanece volátil?

Por lo tanto, también darle otro marco es fundamental en esta edición de Dispositivo, y no precisamente uno teórico. Es darle un contexto de comunidad, si acaso entendemos a la galería como un espacio colectivo, y el de lo cinematográfico, al exhibirlo con un proyector que nos obliga a levantar la cabeza, desde la típica posición de la butaca en pantalla grande. Aunque sea una esquina de una ciudad muy yanki o un arrecife de coral. Ambos son igualmente valiosos, ambos tienen una posición estratégica dominante con respecto a nosotros, espectadores, que estamos teniendo un rol pasivo. Sin embargo, ambos van a desaparecer en la lista que conforman, como ya nos olvidamos de los audios, como fuimos un pequeño halo de vida entre aquellas cámaras que también filmaban aquello que no éramos nosotros. Por medio de pertenecer a una secuencia, por perder nuestra individualidad -como pertenecimos a la multitud infectada, a la multitud sana o a la multitud muerta por la peste- ahora también perdemos.

Creo que el confinamiento nos dió una buena posibilidad de reflexionar sobre la técnica. Pero la técnica como habitáculo, la técnica como una meditación sobre los modos en que los sujetos fueron capturados por la imagen. Por la imagen, sí, incluida la imagen de nosotros mismos. El dispositivo que de por sí es nuestro cuerpo se vió transformado por medios que funcionaban como extensiones de los sentidos. Quizás por eso, pienso, el recorrido nos obliga a continuar hacia una silla de madera en el medio del pasillo. Frente a la silla encontramos nuestro reflejo, ya que un espejo fue colocado frente a ella. ¿Qué imagen nos devuelve el objeto, post-cuarentonta, post-apocalipsis? ¿Somos los mismos? ¿Permanecerá?

Si partimos de la base de que el trabajo del arte es alterar el orden de lo visible que se presenta como dado, Dispositivo III promete, y cumple.

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Lucía Requejo

Lucía Requejo

Colaboradora