AUDIONOTA

bounce, bounce, bounce

Si las redes de poder que rigen la vida pasan por el cuerpo, identificarlas permite trazar otros recorridos. En las lógicas del t/rap, que emergen de ghettos, veredas y plazas públicas, muchas veces, sus artistas proponen otras narrativas en las que desarman el discurso del enemigo y se hacen visibles. La práctica del twerk o perreo es recurrente en estos géneros musicales. Consiste en un movimiento de meneo de la parte posterior (cola, cadera y piernas) de forma ascendente y descendente, que simula un efecto de rebote coordinado con la percusión. Desde sus orígenes (ritmos latinos, la danza africana mapouka y el bounce de Nueva Orleans), pertenece a una contracultura queer, negra y migrante. En el presente, este tipo de danza se vuelve tendencia. Sin embargo, determinadas representaciones, incluso en lo mainstream, producen impacto y rechazo. ¿Cómo surgen estas reacciones? ¿Qué pueden decirnos de las imágenes, de la música? ¿De qué manera son capaces estas manifestaciones de incorporar la mirada ajena y elaborar una respuesta?

Nasty 

En los años noventa, predominó la estética de la heroin chic, ideal de belleza enfocado en la delgadez extrema. En ese contexto, la modelo Amylia Dorsey le comenta a su novio, el rapero Sir Mix-A-Lot, su frustración al no conseguir trabajo en la industria por la forma de sus “curvas”: puntualmente, por el tamaño de su cola. Ese es el origen de “Baby’s got back, la canción que dice I like big butts and I cannot lie (“Me gustan los culos grandes y no puedo mentir”), que exclama un deseo por aquello que es rechazado y que enmarca estas experiencias como propias de las comunidades racializadas. 

  El videoclip comienza con adolescentes blancas asombrándose al ver a una chica negra bailar con un vestido ajustado en una plataforma giratoria. La cámara se acerca hacia las caras como hipnotizadas de las jóvenes y contrasta con imágenes más próximas de ese cuerpo, que se expande y se fragmenta ante nuestros ojos. Una de estas voyeuristas dice: “Oh, por Dios, Becky, mirá su culo. Es tan grande (…). Ugh, no puedo creer que sea tan redondo, está como saliéndose, quiero decir, ugh, asqueroso. ¡Mirá! Ella es tan… negra”.

La reacción de horror y fascinación se corresponde con el análisis propuesto en el libro Fearing the black body (“Temiéndole al cuerpo negro”), en el que Sabrina Strings demuestra que la gordofobia tiene un origen racial. La socióloga lee en revistas estadounidenses del siglo XIX un miedo a que las mujeres engorden al entenderse la delgadez como rasgo identitario de la nación y al vincularse lo opuesto con lo extranjero y, específicamente, con lo africano. El cuerpo gordo se volvía una amenaza. Esta problemática tiene su raíz en los procesos de colonización, en las representaciones que se hicieron de las poblaciones indígenas, en la exageración de sus rasgos físicos para poder argumentar que había diferencias raciales además del color de la piel. ¿Qué aspecto fue notablemente espectacularizado? La zona de los glúteos.

  En 2014, Nicki Minaj hizo un sample de “Baby’s got back” en su canción “Anaconda”. Recupera versos en los que Sir Mix-A-Lot canta My anaconda don’t want none / unless you’ve got buns, hun, es decir, a menos que su pareja tenga un culo grande, no tendrá una erección. La atracción expresada se va volviendo un fetiche porque recorta parte de su figura, la aísla de la persona y se generaliza. La cita que hace la rapera ha sido leída por fanáticxs como una respuesta a la cosificación. A mi parecer, más que una réplica, funciona como una continuidad de esa forma nasty (“desagradable”, “atrevida”) de reivindicar la belleza y la sensualidad de esas mujeres. Imponer que se trata de una reacción negativa puede implicar una moralización de la fantasía, ya que se coloca nuevamente al hombre afrodescendiente dentro del mito del “violador negro” y se asume que lo sexual involucra, para la mujer, una situación de víctima. Por otro lado, los análisis que se detienen únicamente sobre la cuestión de la mirada masculina corren el riesgo de clausurar la imaginación crítica sobre nuestra experiencia como público. Si nos corremos de los debates en torno al “empoderamiento femenino”, podemos acercarnos al gesto disruptivo: tomar por asalto la exageración del cuerpo, producir la hipérbole atractiva e incómoda, elegir el exceso y saturar la pantalla para la provocación.

El video de “Anaconda” está situado en una especie de selva amazónica. La cámara muestra a Minaj en el centro y a sus bailarinas alrededor. Cuando la canción inicia, vemos un plano bastante cerrado de una cola que se mueve de forma redondeada y rápida. La rapera, inclinada sobre sus rodillas y codos, perrea mientras mira a la cámara. Todas se extienden, se puede ver vapor, sus cuerpos brillan por el sudor y predomina una luz amarilla fuerte. Hay un recorrido lento por el espacio que estalla con la música y hace surgir una sucesión de imágenes de mujeres haciendo twerk en distintas posiciones. El brillo sumado a la elasticidad, coordinación y velocidad del movimiento les da cierta plasticidad. Entre tanto montaje, planos cerrados, misma vestimenta, parece imposible determinar cuántas personas actúan. Se enfoca a la protagonista desde arriba y se turba, imitando un efecto de temblor. El sample de “Baby’s got back” vuelve a escucharse, precisamente, un extracto de las chicas blancas horrorizadas (Oh my gosh, look at her butt) y se repite en línea con el ritmo, que convoca a hacer twerk sobre esas palabras y cambia su significado: de la aberración al culo a su alabanza.

Where my fat ass big bitches in the club?

En las repeticiones visuales y sonoras de “Anaconda”, hay una afirmación del desborde como propuesta estética posible. En el trap actual interpretado por mujeres gordas puede rastrearse reminiscencias. En “Where my girls at”, Dai Burger cita “Anaconda” indirectamente y dice Me and my bitches we about to start a riot / And we don’t give a fuck about no diet (“Mis perras y yo vamos a empezar una revuelta / y no nos importa una mierda ninguna dieta”). En “Tempo”, Lizzo canta Slow songs, they for skinny hoes / Can’t move all of this here to one of those / I’m a thick bitch, I need tempo (“Canciones lentas, esas son para putas flacas / No puedo mover todo esto con una de esas / Soy una perra gorda / Necesito tempo”) referenciando aquel fuck those skinny bitches in the club (“A la mierda con esas perras flacas en el club”) de Nicki Minaj, donde insulta el ideal de los noventas, para darle lugar al culo grande y las caderas anchas.

  Otra heredera del bounce, bounce, bounce es “Thot Shit” de Megan Thee Stallion. En el video, aparece un grupo de mujeres vestidas como trabajadoras que acosan a un político blanco a través del twerking, con culos mostrados como grandes, pesados, gordos, rebotando sobre espacios de lo cotidiano. Allí, se referencian películas del género fantástico para hablar de esas corporalidades. No resulta casual: en todos estos videoclips, se genera un efecto de ensoñación a través de la repetición, la exageración, la abundancia y el calor artificial. Se figura una continuidad del cuerpo y el espacio, se transforman los ambientes. Estos recursos, en el contexto de estos géneros musicales, habilitan construir un lugar de enunciación donde se encarne lo grotesco como carácter identitario y contestación.

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Melina Mendoza

Colaboradora

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