Milena Rivas
Colaboradora
Si hubo alguien en la industria de la música urbana que nos dio harto material de entretenimiento durante el primer año de la pandemia, ese fue, sin lugar a dudas, Bad Bunny. Entre febrero y diciembre de 2020, el artista puertorriqueño lanzó tres álbumes de estudio: YHLMDLG, Las que no iban a salir (qué paradoja) y El Último Tour del Mundo. A diferencia de sus producciones anteriores, El Último Tour del Mundo contó apenas con tres featurings, de la mano de Jhay Cortez, Rosalía y Abra. El protagonismo de esa dinámica de club social que define —si es que tal definición es posible— al trap no parece tener mucho asidero en este álbum más íntimo que experimenta con otros géneros como el reggaeton, el rock, el pop alternativo y la música electrónica. De los dieciséis temas que forman parte de este disco, aquel que produce en mí una especial atracción a cada escucha es “MALDITA POBREZA”, acaso una desmarca dentro de la constelación heterogénea de tropos que componen el trap.
Frente a la omnipotencia de la cual se jactan los personajes del universo trapero y siete años después de aquel himno meritócrata en el cual Drake cantaba “started from the bottom, now we’re here”, Bad Bunny inaugura “MALDITA POBREZA” con una inviabilidad: Yo quiero comprarle un Ferrari a mi novia / Pero no puedo / No tengo dinero. El eje que articula el relato no es más que eso, el deseo de Benito de tener el poder adquisitivo suficiente para costear a la persona que ama, aún cuando sabe que a ella no le importa lo material. Aquí la temporalidad siempre efímera, instantánea, fatalmente presente del trap, se tuerce en un movimiento sin dirección clara, pues la ambición del protagonista dispara para todos lados. Ropa de Gucci, una casa frente al mar, un auto de alta gama, un par de zapatos Louboutin: no es una lista de todo lo que se tiene, sino de aquello que se desea. Algo así como lo que cantaba el grupo latino Bacilos hace casi dos décadas: Yo sólo quiero pegar en la radio / para ganar mi primer millón / para comprarte una casa grande / en donde quepa tu corazón en el estribillo y, más adelante, Ya quiero salir de esta bicicleta, / salir a rumbear sin pensar en la cuenta, / comprarte un vestido de Óscar de la Renta, / tranquila que ahí viene mi primer millón. Ambas canciones inauguran una proyección de sus objetos —materiales— de deseo, parten desde un mismo sentimiento gris (pero no puedo / no tengo dinero y estoy ya cansado de estar endeudado / de verte sufriendo por cada centavo) y hacen de la wishlist el eje vertebrador de su relato. Los antojos se encabalgan, uno detrás del otro, a lo largo de los versos, desde vestir un vestido de haute couture hasta colmar las paredes con cuadros de Picasso. No asocio, sin embargo, el hecho de que estos artífices quieran conseguir muchísimo dinero a una oda a la opulencia, a la acumulación; por el contrario, tienen objetivos más que precisos. Ahora bien, lo cierto es que “Mi primer millón”, en el detalle de su catálogo, lejos está de concebir una atmósfera pesimista para la búsqueda que narra. Las capas de percusión, las trompetas y las sonrisas que abundan en el videoclip son aquello que nos mantiene en la confianza de que el cantante efectivamente logrará lo que se propone.
Nada más alejado de la canción de Bad Bunny que aquí nos ocupa. Ya desde el título, la palabra “maldita” oficia de condena. Si nos remitimos a su dimensión gramatical, observamos que se trata de un participio pasivo, una forma del verbo que, si bien flexiona en género y número, no se conjuga. Sus movimientos son limitados como los de un peón cualunque en un tablero de ajedrez. La única diferencia es que, mientras este puede apenas desplazarse en cualquier dirección menos hacia atrás, el participio de pretérito sólo mira hacia el pasado. Efectivamente, frente a lo maldito no se puede hacer nada. Nos entregamos a un camino sin salida. En “MALDITA POBREZA”, el fatalismo que suele tener lugar en otras canciones del universo trapero cambia de signo: ya no más vivo rápido y no tengo cura / iré joven pa’ la sepultura (Rosalía y J Balvin, “Con Altura”) ni live fast, die young / bad girls do it well (M.I.A., “Bad Girls”). Nos alejamos, también, de la cándida ilusión de Bacilos. ¿Qué color tendrá el afecto predominante en este tema de Bad Bunny? Pienso en el sintagma con el cual Lauren Berlant —académica y crítica cultural estadounidense— tituló uno de sus libros: El optimismo cruel. En la introducción, la autora define toda relación de optimismo cruel como “aquella que se establece cuando eso mismo que deseamos obstaculiza nuestra prosperidad”. El personaje que construye Benito se desvive intentando lograr el sueño de costear a su novia pero esa misma obsesión lo perturba, lo tiene joseando, loco de la cabeza. La realidad del presente está constituida por un sinfín de restricciones.
Me puse la’ Gucci con un short de Nike
Buzo y cadena, estoy que goteo
Duki
Y así como el protagonista de “MALDITA POBREZA” no tiene para ostentar ni plata para una chela, la opulencia y el exceso característicos del imaginario visual trapero (Me puse la’ Gucci con un short de Nike / Buzo y cadena, estoy que goteo, enuncia Duki) tampoco dicen presente en los objetos audiovisuales que rodean la canción. ¡“MALDITA POBREZA” ni siquiera tiene videoclip! En su lugar, YouTube nos propone algo que lejos está de cumplir la promesa de intensidad de los videos musicales: un visualizer (algo así como un gif). A lo largo de los tres minutos y treinta y tres segundos en que se extiende el tema, no somos expuestxs a un montaje sensual y rítmico de imágenes sin aparente conexión, sensorialmente extenuante, tampoco al fluir ordenado de una secuencia narrativa. La decisión de exponer a su audiencia a un visualizer en vez de a un tradicional videoclip nos impide ir más allá de la superficie plana de la imagen. En vez de extender el mundo que ya estamos construyendo desde lo auditivo, esta alternativa nos propone concentrarnos en las múltiples capas sonoras que densifican el universo creado desde el primer al último segundo de la canción. ¿Qué es lo que sí podemos ver? Se nos presenta el movimiento uniforme, siempre hacia adelante (un adelante esquivo, imposible de ubicar), de un camión cisterna algo averiado cuyo largo ocupa el gran porcentaje de la pantalla y sobre el cual vemos a dos personas sentadas. El paisaje de circulación de este vehículo me recuerda a la ruta del desierto, dejando de lado los promontorios de roca a lo lejos que se asemejan al Cañón del Colorado en Estados Unidos: la sensación de estar avanzando la da únicamente el movimiento del camión, pues a sus costados el panorama no se modifica, el polvo se levanta siempre a la misma altura, la tierra parece siempre del mismo color. Monotonía, letargo, ausencia de marcas y objetos de valor, ¿dónde está mi trap? En uno de los varios videos que publica al respecto, la arquitecta y youtuber española Ter indica la presencia de espacios urbanos como una característica de la estética del trap: techos altos y grandes ventanales de fábricas abandonadas, en diálogo con la paulatina desindustrialización en occidente a partir del auge de la industrialización asiática. En el visualizer de “MALDITA POBREZA”, la imagen del camión con acoplado de acero, visiblemente carcomido por la corrosión, funciona como una sinécdoque de ese mundo fabril. Parece no haber salida.
Lauren Berlant se preguntaba en El optimismo cruel qué sucede con aquellas fantasías de la buena vida “cuando lo cotidiano se convierte en una sucesión abrumadora e inminente de crisis de las expectativas y proyectos de vida”. Agrego: cuando el pero no puedo es el único diagnóstico posible. Promediando el último tercio del tema de Bad Bunny, otra fantasía aparece. Es la fantasía de la destrucción, de la tragedia, ya no en la vigilia sino en el plano onírico. Después de aplicar a múltiples trabajos, sin éxito, el protagonista le dice a su novia que le va a contar lo que soñó esa noche: que compré un palo y a alguien asalté. El tono jubiloso de la melodía se oscurece y los parlantes subwoofer habilitan la entrada triunfal de un golpe de sonidos de baja frecuencia, el grave más grave que aquí escuchamos. Y antes de despertar exploté el Capitolio / y a to’ eso’ cabrone’ con su monopolio / me despedí de los AK y de lo’ accesorio’, relata Benito, filtrando entre esos versos unos extraños gruñidos. Lo cotidiano es transformado por esta nueva fantasía de exterminio, esta senda de resentimiento, la única posible en este mundo capitalista que lo mantiene al margen. Sostiene Berlant que “el mundo del sujeto es excesivamente frágil y está tan sólo a un gesto de ya no poder sustentar sus fantasías: la situación supone la amenaza de un desbaratamiento abyecto y total”. Encontramos un símbolo de abyección en el anteúltimo verso de “MALDITA POBREZA”, acaso todavía perteneciente al sueño del protagonista. Ey, me mataron como a 2Pac y a Notorious, el final trágico e inevitable, el cumplimiento de la condena ya vaticinada en el título de la canción. Mas aún falta el remate: pero mi novia llegó en un Ferrari al velorio. Una armónica hilvana la melancólica melodía del final, interrumpida por el estruendo de un arma que se escucha de fondo, repetidas veces, la banda sonora de cualquier western. El visualizer, encaprichado en mostrarnos siempre el mismo paisaje, se hace eco de este mundo que no tiene para nosotros más que posibilidades yermas. Aunque sea soñando, aunque sea luego de haber atravesado el umbral de la muerte, aunque sea en el último tour del mundo, Benito habrá logrado que su novia maneje un Ferrari.
Colaboradora