La trama y el paisaje

Actualmente en Buenos Aires hay al menos dos propuestas muy distintas que abordan el arte textil. En el MALBA tiene lugar la exhibición “Tejer las piedras”, de la artista peruana Ana Teresa Barboza, y la muestra colectiva “Aó. Episodios textiles de las artes en el Paraguay”. Por su parte, en Fundación PROA nos encontramos con la exhibición retrospectiva de la pareja de artistas Christo y Jeanne-Claude. En las muestras que aquí abordaré, el textil funciona como prisma para observar y problematizar la relación humana con el paisaje, los territorios y el medio ambiente.

En la muestra sobre Christo y Jeanne-Claude presente en Fundación PROA, podemos acceder a un amplio abordaje de la obra de estos dos artistas. Clasificados por la historiografía dentro del paradigma del land-art, Christo y Jeanne-Claude (él búlgaro, ella francesa) se desligan tempranamente de dicha categoría por algunas sutiles distinciones, para reconocer su obra dentro del llamado “arte ambiental”. La diferencia entre estas dos categorías reside en aparentes sutilezas que son, sin embargo, el propio fundamento de su concepción de la obra de arte. Según ellos, el arte ambiental construye obras que están en diálogo directo con su entorno, entendido este en toda su amplitud y en sus posibilidades relacionales —territorio, paisaje, trabajadores involucrados en sus obras de gran escala, habitantes y espectadores—; por su parte, el land-art, en su apogeo de los años 60/70s, se volcó hacia la realización de obras en lugares recónditos; en sus casos más paradigmáticos, el peso recae sobre la obra, el artista y el registro, y no tanto sobre el espectador y su experiencia estética. Podríamos decir, entonces, que el arte ambiental subraya la relación del espectador con la intervención privilegiando su experiencia por sobre la obra autónoma. Es, entonces, un arte fundamentalmente relacional. 

Pero si nos detenemos sobre la materialidad elegida por estos artistas para hacer sus intervenciones, la categoría de arte ambiental resulta insuficiente. Christo y Jeanne-Claude —él formado como artista bajo el régimen del Realismo socialista en su Bulgaria natal, ella sin ningún tipo de formación artística académica— se conocieron en Francia a finales de los años 50. En ese entonces, el Nuevo Realismo —representado fundamentalmente por Yves Klein, Arman, y el asiduo visitante del Instituto di Tella, Pierre Restany— redactaba sus primeros manifiestos (como toda expresión vanguardista que se percibía como tal), en los que promulgaba “una apropiación poética de la realidad urbana, industrial y del mundo de la publicidad”. Christo y Jeanne-Claude encuentran su propio lugar dentro de este movimiento, adoptando materiales de descarte de la nueva cultura del consumo urbana —como un contrapunto frente al Pop Art estadounidense— y explorando su materialidad en diálogo con el material textil. Es desde sus trabajos tempranos que encontramos esa tendencia sensible hacia esta materialidad, en la que, sobre todo Christo, encuentra la posibilidad plástica de modificar los contornos de un objeto gracias a la cualidad maleable de la tela. Esta pareja de artistas trascendió a la historia del arte fundamentalmente por sus “Wrapps” o empaquetados, en los que envolvieron desde pequeñas latas de pintura hasta barriles de petróleo, edificios icónicos como el Arco del Triunfo o el Reichstag alemán, kilómetros de acantilados australianos e islas en Miami. Sin embargo, sus procedimientos eran mucho más amplios que los empaquetados. Para ellos, la tela —en este caso de confección industrial y de constitución sintética (polipropileno)— se configura tempranamente como el material predilecto no sólo para envolver, sino también para extender a modo de cortinado e incluso para ocultar porciones enormes de paisajes abiertos.

¿Por qué la tela? Normalmente no haría falta remitirse a la palabra de los artistas para justificar la elección de un material, pero en este caso la gratuidad de sus intervenciones, su monumentalidad, el vicio estético y caprichoso de modificar un paisaje entero por “amor a lo bello y el disfrute”, nos tensiona necesariamente a buscar la respuesta entre sus propias confesiones; precisamente porque el entendimiento sobre su propia obra amplía sus sentidos, ofreciendo una narrativa que al mismo tiempo vuelve a vincular el textil con su cualidad privilegiada para contar historias. La respuesta es casi anecdótica: nadie tocaría intuitivamente un edificio de aspecto soberbio, frío y distante como el Reichstag alemán; nadie lo hizo sino hasta esas dos semanas —porque aún no lo dije, pero todas sus intervenciones sobre el paisaje fueron efímeras— durante 1995 en que permaneció completamente empaquetado por una tela plateada y sensual. El acercamiento sensible y táctil a la tela que envuelve des-habitúa y des-automatiza la mirada cotidiana sobre el paisaje urbano, implicando al cuerpo en una nueva dimensión que excede la mirada. Aquí, el textil da cuenta, nuevamente, de sus posibilidades plásticas, inaugura la morada de una nueva idea, una metáfora en el paisaje, una cosa nueva en el mundo. El deber del arte. 

Desde miradas muy distintas aparecen las exhibiciones presentes en el MALBA. La obra de la artista peruana Maria Teresa Barboza presenta aproximaciones textiles al paisaje andino y costero de Perú. Aquí el tejido aparece en su dimensión más artesanal ligado a los vínculos comunitarios del quehacer textil. De hecho, muchas de las obras presentes en esta exposición son creaciones colectivas con otras mujeres. Pero el textil no es aquí una mera transposición de medios frente al arte pictórico y escultórico. Aquí, la trama revela lo inacabado de la obra y un ovillo colgando hasta el suelo ensaya la posibilidad futura de un proyecto —por ahora— en suspenso. En algunas de las obras, se nos invita a rodear el objeto, a experimentar la posible espacialidad de lo aparentemente bidimensional, y explorarla en otros perfiles que cuestionan el privilegio del cuadro, aún frente a lo pictórico, y le dan dinamismo. Observamos entonces las “imperfecciones”, las puntadas inacabadas, los grumos sobre el tejido, que dan cuenta del proceso artesanal de producción, de la mano humana allí presente tiempo antes. El caballete da paso aquí al telar, y la huella humana allí presente nos narra la historia de su propia confección.

Al mismo tiempo, aparecen collages realizados con materiales usuales y otros insospechados. Tenemos tapices elaborados sobre bases fotográficas, en los que se trenzan los píxeles de la imagen técnica con las puntadas del hilo en el telar. En otros objetos, trozos enormes de piedra roja exudan chorros de hilos sin rastros de puntada humana, como si el hilo y el material geológico ancestral pertenecieran a la misma naturaleza y fuesen aquí recontexualizados, en toda su pureza, en una obra de arte. El paisaje no es aquí el objeto de la representación, sino que un trozo de él es directamente presentado e intervenido configurando un nuevo contexto para su inserción. 

En la exposición paralela “Aó. Episodios textiles de las artes en el Paraguay”, once artistas exhiben obras textiles en diálogo con la historia paraguaya pasada y contemporánea. Dos piezas particulares capturaron mi atención: el “Proyecto herbolario” de Marcos Benítez propone grandes tejidos rústicos de algodón natural que están impresos con las distintas texturas de cortezas de árboles. Aquí la huella sobre la obra no es humana sino botánica, propia de la corteza y las cicatrices de un árbol húmedo. Las piezas textiles se amarran al techo como grandes tapices colgantes, de modo que el espectador puede rodearlas como si rodeara un árbol. Por su parte, la obra de Karina Yaluk desafía nuestro tránsito por la exhibición, al estar dispuesta sobre el suelo en posición horizontal; se trata de un manto confeccionado con distintos retazos de satén en los que nuevamente aparece la impresión del elemento natural: las agallas de pescado y la heterogeneidad propia de las formas orgánicas.

Hace ya bastante tiempo escribí una nota en la que analizaba la miniserie Lambs of God desde los estudios textiles. Esta vez, y nuevamente sin buscarlo, encuentro que el textil reaparece —o quizás nunca desaparece— en formatos tan variados que me llevan a preguntarme por la especificidad y las potencias de este medio en el paisaje contemporáneo, que en sus distintas versiones dialoga —y a la vez desafía— las formas tradicionales del arte, desde la especificidad de lo pictórico y lo escultórico a las formas de exhibición, hasta los acercamientos tradicionales del espectador a la obra.

Con improntas completamente divergentes, estas tres exhibiciones —junto con la presencia del textil en otros espacios como el Centro Argentino de Arte Textil y el Salón de Arte textil del Museo de Arte Popular José Hernández— nos hablan de la vigencia y reactualización de este tipo de expresión artística y de la prevalencia de la materialidad textil y artesanal que aparece como un modo de friccionar el paisaje acelerado de nuestros días.

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