Un milagro botánico

Esqueje: Tallo, rama o retoño de una planta que se injerta en otra

o se introduce en la tierra para reproducirla o multiplicarla.

Vi Trenque Lauquen (2022), la última película de Laura Citarella, una mañana soleada de sábado en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Una sala casi llena se preparaba para las cuatro horas de duración de la nueva aventura presentada por El Pampero Cine.

Una mujer desaparece en la ciudad de Trenque Lauquen, provincia de Buenos Aires. Dos hombres enamorados de ella salen a buscarla. ¿Por qué se fue? Cada uno de ellos tiene hipótesis para responder a la pregunta de la repentina desaparición de Laura (Laura Paredes), a la vez que le esconde información a su contraparte y dupla circunstancial. Ninguno tiene razón y los dos la tienen parcialmente, ya que conocen partes distintas de la vida de Laura, la bióloga académica porteña vinculada a su relación con Rafael (Rafael Spregelburd) por un lado y, por otro, aquella que desarrollaba sus audaces investigaciones botánicas con la complicidad de Chicho (Ezequiel Pierri). Dos Lauras posibles en una misma ciudad son apenas el inicio del juego de cajas chinas propuesto por Citarella en co-guión con Paredes, porque su Trenque Lauquen es más laberíntico de lo que parece y tiene la curiosa capacidad de multiplicar las historias. Alguien alguna vez supo decir que pueblo chico, infierno grande, y que bastan dos horas de recorrido para encontrarse con cada uno de sus habitantes. Pues bien, recorramos un poco el mapa.

Algunas ideas que empiezo a esbozar sobre la película tienen que ver con la dificultad de establecer una unidad de medida. Y es bien sabido que los mapas necesitan claves para poder leerlos. Le comento a un amigo y me dice “ya tenes dos textos posibles”. Eso está bien, pienso, porque Trenque Lauquen es, por lo menos, dos películas. Pero, ¿qué elemento constituye el mínimo común denominador de un relato en dos partes, en dos climas, en múltiples capítulos? ¿Cómo pensar una película que se pliega sobre sí misma con la complejidad de hacerte creer que ya entendiste algo, solo para darte vuelta la página y decir: “la historia comienza ahora”? Un espectador en la palma de la mano sigue atento las pistas, comiendo de a bocados los indicios que la película deja para luego decir que no importa todo lo anterior. Entonces, ¿qué es lo que queda? ¿Qué se encuentra en la inmensidad de esa multiplicidad de historias, de géneros, de especies? Pues bien, se me aparece una figura en guiño botánico a la película: dos hojas que crecen de un tallo. El tallo que las sujeta es un cuerpo, el cuerpo de una mujer, Laura, que se abre y se multiplica como único mapa posible para cruzar el laberinto.

En mi dificultad de abordar la película, en este desafío que se me presentó al verla, me encuentro así con una constante: un cuerpo-film en movimiento que, a su vez, contiene a todos los otros cuerpos que componen la imagen. Un tallo vuelve a dividir —o unir— dos formas de aparición del cuerpo: la ausencia y el exceso.

En un primer momento el cuerpo desaparece, es en ausencia con la desaparición de Laura, para luego ser en exceso con la reconstrucción de la investigación de cartas eróticas entre una maestra de escuela y su amante, que Laura y Chicho iban encontrando en la biblioteca de Trenque Lauquen. Las cartas aparecen como recurso para no mostrar el cuerpo en la imagen, pero este es descrito minuciosamente a través de la lectura en voz alta. Esto funciona como una anticipación, para que cuando el cuerpo efectivamente aparezca, lo haga de forma esquiva y fragmentaria, como en el caso de la figura de la maestra (interpretada por la propia Citarella), que solo puede ser imaginado por los ávidos lectores. El ardor de los amantes, protagonistas de la correspondencia, se reconstruye en cómo estos dos curiosos, años después, van sintiendo el impacto erótico en sus propios cuerpos mientras rozan con los dedos las páginas de papel, comiendo, bebiendo, agitándose, acercándose, tocándose.

Pero no se deje engañar, querido lector, hay más. Así como a ciertas plantas uno puede cortarles un tallito (esqueje) y que de este salga una nueva planta, Trenque Lauquen corta un fragmento de la narración previa para generar así su milagro botánico: alumbrar, dar vida a otra historia nueva que parte de la anterior.

Sobre la segunda parte del film, un suceso extraño tiene en vilo a la población local. El pueblo es sacudido por la aparición de una científica excéntrica (Elisa Carricajo), su compañera (Verónica Llinás) y una criatura de la laguna que no puede ser vista por Laura y, por ende, por el espectador que sigue su mirada. ¿Es un humano, es un animal, es una planta? La “naturaleza” del ser, su sexo, su especie, qué come, dónde duerme, qué escucha, si quiere o no ser visto son los ejes que articulan un nuevo misterio que Laura persigue. Aquí el cuerpo nuevamente aparece en el doble juego del exceso y el defecto. Es una criatura monstruosa que otros han visto, pero Laura no. Un “faltante” a las categorías sexo-genéricas y especistas que se resiste a ser clasificado, un faltante en su propia investigación que activa la curiosidad y la pone en movimiento. Un otro que no aparece en pantalla pero que la desborda en su carnalidad monstruosa. Respira bajo agua y come flores. Es lo que sabemos. No lo vemos, pero lo escuchamos. Se inquieta y da señales sonoras de tener deseos. Lo conocemos, además, por las escasas palabras que la excéntrica científica dice de este, como el hecho de que come flores amarillas, y por la reconstrucción a modo de resumen visual que hace la enunciación del film de la repercusión que el caso tuvo en la prensa local. Lo conocemos, en síntesis, por las huellas del impacto que ha dejado a su paso.

Trenque Lauquen va trazando, a través del cuerpo en movimiento de Laura, una cartografía botánica que solo tiene sentido en relación con ella, constituyendo el brote primero que le insufla vida narrativa a toda la multiplicidad de historias que crecen de él. En este arte de tras-plantar, aparecen corporalidades desbordantes: mujeres con una sexualidad explícita, embarazadas y monstruos de la laguna. Otredades evocadas a modo de comentario para reconstruir personajes que no aparecen necesariamente en la imagen, sino que se materializan por la palabra del otro, por sus sonidos, por aquello que los alimenta, por quienes los recuerdan o piensan en ellos. Así como en otra subtrama narrativa, en la que Laura refiere a la leyenda medieval de Lady Godiva cabalgando desnuda por la ciudad para que bajaran los impuestos ante la única mirada del Peeping Tom (el primer mirón) que desobedeció la orden de ignorarla, la película de Citarella parece decirnos que hay otras cosas por sentir, como aquellos otros que no vieron a la generosa dama desnuda, pero que seguramente se la imaginaron fervientemente. Haciendo, de este modo, uso de otras sensorialidades del cine que pueden erizar la piel al igual que la mirada: las voces, la comida, la reconstrucción del tacto y el con-tacto con otros.

La película forma así una comunidad de otros, que se reflejan y construyen mutuamente. Otredades femeninas de mujeres y monstruos en una naturaleza enloquecida de lagunas, flores, bosque y sexo que determina la atmósfera del suceso milagroso de alumbramiento cinematográfico, de dar vida a una multiplicidad de historias que estaban en potencia, en la posibilidad de germinar o no. En Trenque Lauquen lo que importa es la búsqueda, el movimiento vital de perseguir algo con todas las fuerzas, hasta encontrar algo nuevo y que todo lo demás haga sentido, no en una linealidad narrativa, sino en función de ser el brote anterior a una nueva planta (vida) que está creciendo, como una familiaridad botánica.

Las imágenes son cortesía de El Pampero Cine.

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Ofelia Meza

Codirectora