Muertes y maravillas: el anverso de lo cotidiano

Muertes y maravillas (2023) del chileno Diego Soto es una película pequeña sobre la magia de lo cotidiano, donde lo inmenso de una experiencia con personas amadas se sintetiza en pocas pero precisas palabras. La historia de Juan Pablo y Fuenza presenta la potencia de lo artístico para conectarnos a través del tiempo y la muerte.

Estrenada en el pasado BAFICI, donde recibió el premio especial del jurado, Muertes y Maravillas es la última película del director chileno Diego Soto. Mezclando elementos de documental y de ficción, la película cuenta la historia de un grupo de adolescentes que comienzan las vacaciones de verano y visitan a Fuenza, un amigo que hace varios años está peleando con una enfermedad. Los amigos llegan a la casa y la madre los deja entrar uno a uno a la habitación. Cada encuentro desarrolla una dinámica personal: el primero es más incómodo, no sabe bien qué hacer ni cómo moverse; el segundo, al contrario, trae abrazos y caricias para un cuerpo enfermo, y el último visitante, Juan Pablo, se lleva un préstamo: un libro del poeta chileno Jorge Teillier.

El libro es el que le da nombre a la película, Muertes y Maravillas, una antología de poemas. Según el director, este es un libro para ingresar a la poesía. Le doy vueltas a esta idea desde la acción del compartir que realiza Fuenza. Hay algo muy bello en cómo accedemos a algunas lecturas, películas y músicas, a partir de personas que nos acercan estos objetos. De cómo se entremezclan tan profundamente las palabras del texto con las palabras de esta persona, los colores, los sonidos y las materialidades se vuelven indiscernibles de la experiencia del vínculo con quienes nos las comparten. Estos elementos tienen la potencialidad de seguir sosteniendo, cuando el otro ya no está, su presencia. Puede ser nostálgico, fantasmal o alegre pero es una conexión material con lo etéreo de la ausencia.

Sin saberlo, Fuenza le entrega a Juan Pablo una herramienta para transitar la pérdida. Cuando aquel muere, Juan Pablo comienza a escribir poesía como una forma de lidiar, de sacar hacia afuera el peso del duelo. Aquí encuentro lo inmenso en lo pequeño, en pocas líneas intenta nuestro personaje dar forma a los recuerdos, a los sentidos y evocaciones de la amistad que compartían los cuatro amigos. En su poema rememora detalles de un sauce llorón y sensaciones veraniegas que recuerdan al tono bucólico de Teillier. Pero además de un guiño al poeta, el sauce es un elemento muy personal: la marca del espacio en el que se juntaron la última vez que vieron a Fuenza. Bajo el árbol llorón rememoraron juntos, sin saber que iba a ser el último encuentro, los juegos, los paseos y las tardes compartidas.

Cuando vi la película yo acababa de terminar la lectura de El año del pensamiento mágico, un libro autobiográfico que la norteamericana Joan Didion escribe al año de la muerte de su marido, el también escritor John Gregory Dunne. Es un libro sobre el duelo, la pérdida y el sinsentido de la muerte. Didion recuerda con especial énfasis dos cosas. Por un lado, el vínculo que compartían con la escritura, recuerda las idas y vueltas al leerse uno al otro, los libros que se recomendaban, los guiones que escribieron juntos. Por otro lado, están los espacios compartidos, describe con detalle las casas que habitaron, las mudanzas que hicieron, los restaurantes a los que iban, los lugares de vacaciones. El texto navega entre estos recuerdos y pone en palabras, al igual que hace Juan Pablo, la experiencia de haber vivido.

Hacia el final de la película Juan Pablo recibe la visita de una aparición. Una noche ve a Fuenza sentado en la pileta y le pide que vaya a su casa y se lleve todos sus libros, que solo cuando él los tenga va a poder descansar en paz. Sin grandes espamentos, la película hace entrar de esta manera lo fantástico. Del mismo modo, otro de los amigos deja un vaso sobre la mesa y la cámara se queda ahí viendo el vaso desvanecerse sin explicación, y cuando él vuelve a buscarlo simplemente ya no está. En una película que viene sosteniendo diálogos con el documental y referencias a lo real, esta imagen descoloca. ¿Por dónde entró la magia? Ahí nuevamente encuentro a Didion con su año de “pensamiento mágico”: un momento en el tiempo luego de la pérdida donde el sinsentido toma la cabeza. Ella sabía que su esposo podía volver en cualquier momento, no podía tirar sus zapatos porque podría necesitarlos cuando volviera. Que él pudiera reaparecer era necesario, ninguna otra explicación tenía sentido.

El director, Diego Soto, luego de la proyección de la película, se refirió a esta entrada fantástica como la búsqueda de “que lo cotidiano tenga un anverso, que no sea solo lo terrenal”. Juan Pablo se lleva los libros, incluso en contra los deseos de la madre de Fuenza, porque su necesidad por estos objetos materiales es inexplicable en lo real, sólo puede entenderse en lo maravilloso. Las maravillas son parte de lo cotidiano, la magia, poner en suspenso la racionalidad es parte del proceso de aceptar lo inaceptable: que un ser amado ya no está. 

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Mili Villar

Codirectora