Lo que aquí va a suceder tiene como motivo una coincidencia absolutamente personal: mi trayectoria por el mundo de las letras, del movimiento y de la imagen. Resulta así que hoy al cine me trae la danza. ¿Qué han hecho las nuevas tecnologías de la imagen con el tiempo y el espacio de un cuerpo bailando?
Hoy, sumergides en la era del Instagram, del Tik Tok y del imperio de las imágenes, cabe volver a preguntarnos por las condiciones de reproducción técnica de las artes del movimiento, tal como se lo preguntó Walter Benjamin a propósito de las artes en general con el surgimiento del cine. Y es que parecería ser que así como el cine trazó un vínculo alternativo al teatro con la actuación, en las últimas décadas también ha generado una relación posible con el cuerpo en movimiento: el videodanza.
Recientemente estrenado, Electrocardiograma (2023) es uno de los primeros (si no el primer) largometraje exclusivamente de danza en Latinoamérica. Su directore y coreógrafe, Valen Camus, es de origen chileno y es egresade de la UNA tanto en danza como en audiovisuales. Y junto con un amplio equipo de trabajo (¡muches bailarines!), nos trae esta película independiente que de comienzo a fin habla con el cuerpo.
La danza, al igual que el teatro, ha sido desde sus orígenes una disciplina del orden del acontecimiento, de la performance, del convivio: la presencia de un cuerpo que baila moviendo el aire que abraza al espectador. La noción de “técnica” en la danza nace, precisamente, con el fin de poder reproducir una coreografía —o una obra—, pero siempre bajo las condiciones ineludibles del cuerpo humano en escena: un gesto que por más que se repita, nunca acontecerá exactamente igual.
En el último tiempo, el concepto de videodanza ha transformado esa condición tan singular de las artes performáticas. Desde los años ‘90, con el auge del videoclip, el videodanza cobra nuevos matices que ponen énfasis en la condición de montaje y de reproducción masiva del movimiento en base a una canción. Pero en nuestros días, las producciones de este tipo de contenidos abundan cada vez más en las redes sociales o en producciones artísticas que cruzan no solo la danza y lo audiovisual si no la danza con el cine.
El primer cuerpo que aparece en la pantalla de Electrocardiograma es el de Stella Maridis Isoldi interpretando a Sofía. No le vemos las piernas pero sabemos que baila. Sus brazos se mueven como adentro del agua mientras hace unas reverencias de presentación en distintos frentes. Más que interpretar la música que se solapa con el ruido de calle, pareciera inventarla con el cuerpo. La cámara nos acerca un poco más, y nos enfrentamos a un primer plano de su rostro: algo imposible de ver en un escenario con más de cientos de butacas es el baile de sus ojos. Con la mirada transgrede la cercanía inmediata de la cámara y construye espacios que nos quedan fuera de los márgenes de la pantalla, obligándonos casi a confirmar una y otra vez que después del borde no hay más película.
Benjamin sostiene que, con la injerencia del cine, el actor se ve obligado a abandonar su aura (valor de culto afianzado en el ritual y en la singularidad) en tanto está ligada a un aquí y ahora que no tiene lugar en la reproducción técnica de objetos de arte masivos (como las películas). Pero luego de ver a Sofía, ¿es tan fácil estar de acuerdo?
Nos encontramos frente a un objeto que todavía se está construyendo: la danza que, en su origen ritual, ofreció cuerpos integrados en un tiempo-espacio vivo y preciso, hoy también se nos muestra intervenida, montada, reproducible al infinito por un ojo ajeno que nos dispone qué y cómo mirar. La cámara, como en una coreografía, compone: fragmenta cuerpos, enfatiza movimientos, dibuja perspectivas inéditas, baila. Somos espectadores de esta doble composición: la de un cuerpo que baila y la de la mirada y su montaje que recorta y dibuja su propio trazo sobre aquel.
La cámara, entonces, deja de ser un mero mecanismo de registro o de archivo para hacer uso de las estrategias del cine: a través de la imagen, construye un relato que se cuenta con la danza. En palabras de Benjamin: “la cámara interviene con sus recursos, con su precipitarse y su elevarse, con su interrumpir y su aislar, su dilatar y su acortar la secuencia, su acercar y su alejar. Solo gracias a ella sabemos algo del inconsciente óptico, como sabemos del inconsciente pulsional gracias al psicoanálisis”.
Electrocardiograma se nos presenta en actos: “Caída del corazón”, “Corazón a la fiesta” y “Muerte en el mar”. En efecto, el hilo de la trama lo recorre el personaje de Alexis (interpretado por Catalina Faccini) con un corazón —que cayó del cielo— en la mano. En ciertos momentos de la película la danza parecería explotar las significaciones inconscientes de los cuerpos en el cotidiano, mientras que en otros, el recurso del montaje y los recortes de la cámara hacen visible (visual) un imaginario que en la danza solo se evoca.
Desde el primer acto, la presencia de ella arrastrada por el corazón que la dirige pareciera impactar en el entorno poniendo en danza los movimientos que albergan nuestro transitar por la ciudad: un gesto de amor que va rolando en el tiempo como un cuerpo en el pasto; el tiempo mecánico del hábito y el trabajo que transforma a los cuerpos en una sola masa.
La fiesta, por su parte, explora la composición colectiva de los cuerpos que circulan el espacio (real y de la pantalla) como circula el deseo. Cambian las tomas, cambian las luces. Se abre un espectro visual que explora fundamentalmente los imaginarios posibles de un cuerpo en estado de éxtasis: los miedos, el disfrute, el erotismo, el peligro de la carne.
El mar, por último, retoma algo de la idea del ritual (que inaugura la danza) otra vez con Sofía, que inauguró la de esta película. La muerte también es un movimiento, acaso se pueda bailar. Después de todo, en cada uno de esos espacios tan disímiles —los exteriores de la ciudad, un antro, el mar— el movimiento rige la premisa que el film nos susurra: “vivir es perder, moverse es resistir”.
Electrocardiograma se estrenó el 3 de junio en el Centro Cultural Kirchner y se mantiene en cartelera durante todos los sábados del mes. Se proyecta en la sala A del CCK, a las 19h, con entrada gratuita y sin reserva previa. ¡Pasen y vean!
Colaboradora