Los silencios del traje

Succession vistió con lujo silencioso durante sus cuatro temporadas. Las prendas protagonistas se corresponden con una sensibilidad estética e histórica marcada por la distinción de clase y un modelo afectivo de control emocional que hace síntesis en la figura del traje.

Succession es la última gran serie de HBO y tiene como escenario a la ciudad de Nueva York, la ya tradicional capital económica y estética del mundo corporativo. Desde su origen como puerto que recibe grandes oleadas de inmigrantes en el XIX, hasta las altas puntas de rascacielos habitadas por los oficinistas de Wall Street, Estados Unidos construyó un relato exportable de centralidad económica y cultural del capitalismo post industrial en esta imagen de ciudad moderna para el mundo. Desde su nombre “nuevo” se remite al mito del self made man con el que se cuenta a sí mismo como país.

En su construcción retórica, la tierra de las posibilidades del sueño americano “valora” lo nuevo por sobre lo viejo. La novedad –con relación a la tradición europea decadentista– construye su propia clase dominante en una realeza plebeya que se articula alrededor del dinero. Todas las fortunas son en cierta medida “nuevas” en comparación con la aristocracia del viejo continente, siempre hay un nuevo tipo de rico por surgir que se integrará a las capas superpuestas de esa clase dominante. Pero, en un escenario meritocrático que sostiene que “cualquiera puede lograrlo”, las distinciones sutiles son aún más significativas. Cuando uno logra llegar a la cima del sueño americano, como el titán corporativo Logan Roy (Brian Cox), tiene que demostrar que es más merecedor que otros y evidenciar sus distinciones. Entonces, el estilo  aparece como una gran herramienta para la presentación de clase y la personalidad.

La estética que rige el “uniforme” de la familia Roy en Succession es la del llamado quiet luxury o “lujo silencioso”. Este consiste en el uso de prendas caras (muy caras) que no son inmediatamente legibles como tales, sino que pueden pasar por prendas básicas que tienden al minimalismo, los colores neutros y la invisibilización del diseño como marca particular de individualidad. Tal es el caso de la gorra negra de Kendall (Jeremy Strong), famosa por su absoluta falta de gracia contrastada con su excesivo valor económico de 625 dólares. En la serie, padre e hijxs visten trajes entallados, camisas lisas, camperas de algodón o sweaters de cashmere. 

Mina Le identifica el surgimiento del quiet luxury después del colapso económico del 2008, momento en el cual “los ricos y famosos” consideraron que era “de mal gusto” ostentar sus lujos ante el contexto de crisis social y económica. Lo interesante es que esta estética funciona por lo que expresa sin decirlo: el lujo espera ser reconocido como tal por sus pares de clase alta; es una marca particular y extremadamente elitista de distinción de clase. En ese sentido, el “lujo silencioso” es más que simplemente una tendencia pasajera, es una sensibilidad cargada social y afectivamente.

“Los amo, pero no son personas serias”. Estas palabras de Logan Roy en la última temporada quedan colgando sobre la cabeza de cada uno de sus hijxs. La seriedad –o más bien la falta de– es presentada como la imposibilidad de estos personajes de hacerse cargo del negocio familiar. Estas responsabilidades requieren de un modelo afectivo de control emocional; en el mundo público de la política y los negocios no se permite la entrada de la sentimentalidad. Este es uno de los ejes centrales sobre los que se construye Succession: la serie comienza cuando Logan le niega a Kendall la inminente sucesión de la empresa después de que este deje una mesa de negociación para ir al cumpleaños de su padre.  

Como explica Cecilia Macón en Desafiar el sentir, la sentimentalidad se entiende como “una tecnología regulatoria que insiste en un solo aspecto de los afectos: el ser afectado y no la capacidad de afectar” (a otrxs o a tu entorno). Es decir, que la sentimentalidad sería un modo de dejarse ser y existir sin agenciar una capacidad de acción, la cual está reservada para las aptitudes masculinas, en contraposición a aquellxs que no deben tomar decisiones como lxs niñxs, las mujeres y lxs viejxs. Así, el ser “serio” para el padre de los Roy, es la posibilidad de no verse atravesado emocionalmente, controlar los sentimientos, actuar “en frío”. Logan, referenciado como el modelo clásico y conservador (incluso anticuado) en términos de masculinidad y de negocios le dice a un Kendall quebrado “no sos un asesino, hay que ser un asesino”, explicitando la (frecuente) incontinencia emocional de su hijo como una señal de debilidad incompatible con el mundo corporativo.  

Las clásicas distinciones generizadas entre razón/emoción vienen acompañadas por modelos estéticos. El uso de colores vivos o intensos se vincula directamente al universo emocional intenso, femenino,mientras que los grises, negros, azules, conforman el panorama visual del hombre de negocios, trabajador y ascético en la expresión de los sentimientos. El “lujo silencioso” aparece como la encarnación estilística del control de las emociones y con estas, lo sentimental, lo feminizado, lo infantilizado: todo lo que no entra en el abanico corporativo regido por el dinero y la razón. Los trajes oscuros y entallados que visten Kendall, Shiv (Sarah Snook) y Roman (Kieran Culkin) contienen el desborde. Cuando nos referimos al quiet luxury como sensibilidad, hablamos de un modo de aproximarnos al mundo, de habitar sus superficies cargadas afectivamente de determinada manera. En este mundo en el que la elocuencia es una virtud fundamental para ser valorado profesionalmente, lo no dicho o lo que no puede expresarse libremente deja su huella en la vestimenta y así, en los cuerpos. 

En la competencia feroz por hacerse con la empresa familiar, el vestuario homogeniza a lxs hermanxs, “los chicos” como les dicen todos los demás empleados de la empresa que tampoco lxs toman en serio, saben performar la apariencia intercambiable de “legítimo heredero/a”. La estética plana y sin individualidad que se propone permea sobre estos cuerpos y los convierte en soldados buscando satisfacer los intereses del padre.

En la primera temporada se da una situación interesante respecto al lugar que ocupa ese uniforme. Después de un ataque a la salud de Logan, los hermanos Kendall y Roman se encuentran a cargo de la empresa por un breve tiempo. En la encrucijada de una difícil decisión económica (que deben tomar sin el padre), la ropa se les presenta como marca de contención/represión. Roman propone que se saquen las camisas para pensar: “Pueden crear un algoritmo para dirigir la compañía, pero esa no es la solución. Eso no somos nosotros. Seamos atrevidos, disruptivos.” Roman queda encuerado, mientras que Kendall se abre un botón y se saca el saco: necesitan desligarse de la silueta concreta que estas líneas recortan sobre sus cuerpos para pensar distinto. Kendall incluso comienza a caminar sobre la mesa ratona de la oficina, en un intento burdo e ingenuo de tomar las riendas y agenciar una decisión. Sin embargo, al finalizar la escena, Roman dice: “Solo tenemos que preguntárselo o decírselo a papá.” Entonces ¿qué era? ¿Una búsqueda consciente de romper ataduras o dos niños jugando al Monopoly, intentando imaginar otro modo de habitar el mundo pero eventualmente solo dando las mismas vueltas sobre el tablero? 

En la secuencia se produce un acto de despojo, un intento de liberarse de una marca tan singular de clase como son los costosos trajes que visten sus cuerpos. Necesitan romper con las líneas rígidas y los talles perfectos. Jugar a desprenderse para quedar como una hoja en blanco sobre la que se podría escribir algo nuevo, les permite fantasear en construirse de cero como el self made man. Pero la historia y la clase no es algo de lo que puedan despojarse, es intrínsecamente constitutivo al punto de que Kendall apenas puede desprenderse del saco, el cuerpo está demasiado disciplinado por el uniforme y, el mandato de que “demostrar personalidad” constituye un desborde emocional impropio, demasiado internalizado. 

La mirada del padre, presente o imaginada, condiciona la agencia de los hijos que no logran distanciarse de la sombra que este proyecta y las expectativas cruzadas que comparten. Incluso cuando pueden jugar a liberarse por un rato, finalmente no pueden quitarse el silencioso y entallado traje simbólico.

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Ofelia Meza

Ofelia Meza

Codirectora

Mili Villar

Mili Villar

Codirectora