EDITORIAL
Hoy nos convoca la urgencia por el auge de nuevas derechas en el mundo, y especialmente el triunfo del anarcocapitalismo en Argentina que el año pasado puso como presidente a Javier Milei. Hay una dimensión de la cultura en la que se inserta el fenómeno libertario que, creemos, no es abordada de forma suficiente y que es inseparable de él: su dimensión estética. Hoy, quizás más que nunca debido a la profusión de tecnologías y medios de difusión, la política es inseparable de su estética. Esta última, entendida en su amplio sentido, como forma de la sensibilidad, como modo de generar y poner en circulación afectos y sentidos determinados, es central en la propuesta política del libertarianismo. Desde los llamados ejércitos de trolls a los canales de streaming oficiales, pasando por la batalla cultural contra el hombre de paja socialista, el ataque y el desfinanciamiento a la cultura nacional, todo indica que la estética es una dimensión clave de este fenómeno; la sensibilidad es en sí misma un campo de batalla. Es por eso que este proyecto editorial es eminentemente político.
En estos textos no sólo buscamos analizar el rol de las imágenes oficiales o la estética producida por las nuevas derechas, sino, sobre todo, pensar con qué elementos estamos pensando el fenómeno así como sus posibilidades de fuga. El arte, en estas discusiones, no es reflejo ni representación de algo previo, sino una forma misma de producción de conocimiento, afectos y subjetividades: ¿qué hizo el arte en otros tiempos frente al negacionismo? ¿Qué hace el cine hoy, qué producen las imágenes, qué saben las imágenes? Si el lenguaje es aquello que nos hace comunes, aquello que ejercemos no sólo como individuos sino como parte de una cultura, ¿cómo es posible una polarización tan radical como la actual? ¿Qué nuevos lenguajes inventaremos, qué significa el silencio hoy? ¿Qué archivos podemos recuperar para pensar el presente?
Puede que el tono general de estos trabajos carezca de asertividad y en cambio adquiera una tesitura más conjetural y abierta, e incluso por momentos el objeto mismo de análisis puede parecer esquivo para luego ser revisitado desde una nueva perspectiva. Es que hablar de un fenómeno siendo parte de la misma cultura que lo produce es todo un desafío. Se trata de, en lo posible, no quemarse con él, y evitar ser absorbidas por sus lógicas coyunturales y de constante inmediatez. Entendemos que en este contexto esta duda no es tibieza sino un ejercicio de honestidad intelectual. Quizás lo atinado en esta instancia sea, en primer lugar, pensar qué preguntas le hacemos al fenómeno. Si hay algo que se desprende de varios de estos artículos es la sensación de incertidumbre contemporánea, la vacilación, lo fragmentario, la prudencia en no apresurarse a hacer grandes aseveraciones en medio del estupor. Las sensaciones frente a la emergencia de una propuesta política tan radical oscilaron entre la indignación y la fascinación, afectos que se entraman en estos regímenes políticos ampliando la polarización de todas las capas sociales, así como el desgaste y la pauperización de la discusión política. En esa oscilación tratamos de ver el fenómeno de frente, y construir formas, tal vez menores, de conocimiento y sentido a partir de la escritura, evitar el juicio moral, o atender a los propios cambios en la moralidad de la época.
Las transformaciones –agudizadas por la pandemia– en el mundo laboral, la neoliberalización de la vida y su consecuente precarización, su penetración al nivel de los cuerpos y sus modos de subjetivación, la degradación de las formas de vida comunes, el triunfo del capital global, los logros de ciertos movimientos populares como los feminismos y, ahora, como contra-reacción, los movimientos anti ideología de género, todo parece haberse acelerado. Atravesamos un momento de desconcierto, en el que el rol de la palabra y los fundamentos de la razón han perdido terreno en la discusión. Su legitimidad es ahora disputada por algo que quizás aún es percibido como ruido: emociones y afectos como la humillación, el ridículo, el miedo, la incertidumbre, el resentimiento.
Este proyecto es un intento por construir algo en medio de lo que experimentamos como crisis y destrucción: de valores que históricamente han sustentado nuestra cultura, de los lazos sociales, de las instituciones, de lo común… Fuera del mandato neoliberal que predica la ganancia como valor supremo, construir este proyecto –y ahora no sólo este dossier sino esta revista– es hacer una apuesta sin conocer su resultado final, es intentar pensar por fuera de las categorías preestablecidas por la cultura del meme y de lo siempre ya categorizable de los algoritmos contemporáneos.
Construir lo colectivo, escribir pese a todo, leer a otros y otras, ver qué fisuras pueden aparecer. Habitar el entre: entre el repliegue y la construcción. De eso se trata este desafío: crear sentidos, seguramente móviles y mutantes, a pesar del nihilismo paralizante o la violenta radicalización a la que nos convocan las opciones predigeridas de estos tiempos. Trazar líneas que conecten tiempos de formas imprevisibles. No se trata de articular una nostalgia de aquello perdido, sino por el contrario de armar constelaciones que iluminen en el instante del peligro, como hubiera querido Benjamin. Toda crisis produce insurgencias imprevistas: ¿cuáles serán las de nuestra época? ¿Con qué lenguaje las pensaremos?