Aquella falsa libertad

Mateo Insaurralde

Se fue haciendo camino entre los canales de TV, lo llamaban por la cantidad de comentarios que generaba. Nadie lo tomó en serio hasta que fue demasiado fuerte y demasiado tarde. En sólo unos años se convirtió en presidente de la Nación con un discurso simple y eficaz. ¿Qué hay detrás de la libertad que plantea Javier Milei? ¿Cómo logró asociar tan fuertemente su imagen a tal concepto?

Lo tildan de loco. Para bien y para mal, para defenderlo o defenestrarlo, como elogio o como ataque: lo tildan de loco. Los que lo defienden sostienen que detrás de esa locura hay algo distinto, alguien que no les va a mentir. Parecen escudarse en el refrán popular que dice que “los niños y los locos siempre dicen la verdad”. Su locura lo diferenciaría de los  actores sociales (los políticos) a los cuales siempre ataca y de los que a la vez es parte. Los que lo atacan dicen que es un inestable, un improvisado megalómano que no sabe lo que hace. Ninguno de estos dos argumentos me convence en plenitud. La RAE define loco de la siguiente manera: “Que ha perdido la razón”, “De poco juicio, disparatado e imprudente”. Bajo esta definición, al menos en su discurso, Javier Milei no es ningún loco. No perdió la razón ni tampoco tiene poco juicio. Por el contrario, ha logrado asociar su nombre y el de su partido a una palabra cargada de significado, símbolos e ideología como lo es la libertad. Y no fue un acto de azar ni de imprudencia, sino por el contrario, una estrategia sesuda y planificada que se sostuvo en dos métodos: el branding y la repetición. 

Más adelante nos concentraremos en exponer esas estrategias discursivas, por el momento quiero retomar los argumentos en torno a la locura de Milei. Como se puede observar, el carácter histriónico de Milei no se iguala con la verdad. Su discurso está pensado para seducir, persuadir y atraer (como en todo discurso político, vale decir). Él no dice la verdad, por el contrario, repite una fórmula comprobada en los triunfos electorales de Donald Trump y Jair Bolsonaro. Adoptando distintos matices acordes a la realidad coyuntural de cada país, son discursos que utilizan y abusan de los sentimientos más primitivos de la gente: el miedo y el odio. Consciente del hartazgo general hacia la clase política y su representatividad, Milei supo crear una figura y un discurso atacando a los políticos, exprimiendo ese odio (que no es nuevo y se viene fermentando desde hace más de veinte años) al mismo tiempo que logra que se ignore que él pertenece a esa casta contra la que tanto arremete. 

Este mismo argumento podría servir para desarticular las opiniones de aquellos que impugnan a Milei llamándolo loco. Porque detrás de esa asignación hay una intención de deslegitimarlo frente a una idea superior, sin oponer análisis ni argumentos en su contra: Milei es un loco, Milei es un monstruo, Milei es el mal. En esa deslegitimación nos excusamos y a la vez lo perdonamos. Afirmar que Milei no piensa es poner en práctica un proceso de absolución y congelamiento. Nos reímos de sus actos histriónicos, de sus inverosimilitudes, de sus performances ególatras, como si con eso alcanzara. Exponemos sus incoherencias asumiendo que eso es suficiente, que hay un sentido único, una política única que nos escuda y nos sobreentiende ¿No será hora de atender su pensamiento, el pensamiento de ese otro, que tanto nos esmeramos en ignorar, que triunfó con el 55 por ciento de los votos? ¿De entenderlo y explicarlo para así argumentar y por fin discutirlo

Ahora bien, retomemos las estrategias discursivas utilizadas para llegar a este momento, en el cual pareciera que hay que pensar dos veces antes de enunciar la palabra libertad. Milei utiliza una estrategia del marketing acorde a los tiempos que estamos viviendo: el branding. Intenta bajo todos los términos asociar consciente e inconscientemente su imagen, su discurso y su figura con la libertad. ¿Y quién no quiere la libertad? ¿Quién no quiere ser libre? La libertad tiene no sólo connotaciones positivas sino constitutivas del hombre moderno a lo largo y ancho de Occidente. Así lo demuestra su presencia simbólica y literal en himnos, banderas, nombres, canciones, libros, constituciones, declaraciones. Desde la antigua Grecia se discute en torno a ella, su etimología y su ontología. Pero en el siglo XXI no importa su definición, su contenido, qué significa, qué es: la libertad es algo bueno, la libertad está bien (las comillas están implícitas). Milei busca atribuirse todas esas connotaciones positivas. La libertad es buena, Milei es la libertad, entonces se cae de maduro: Milei es bueno.

¿Cómo logró asociar su persona a la libertad? Lo repitió. Si un discurso se repite lo suficiente, se instala en la agenda, y con el suficiente tiempo y exposición se encarna en sentido común. No hay que explicarlo, no hay que detallarlo, ni expandirlo, si se lo repite lo suficiente alcanzará para tomar un nivel de verdad. Y Milei repite. Una y otra vez, y todas las veces que haga falta. ¿Hay que nombrar el espacio político? La libertad avanza. ¿Al final de un tweet? Viva la libertad carajo. ¿Termina de dar un discurso, en Diputados, en España, en la ONU, en el fin del mundo? Viva la libertad carajo. ¿Hay que renombrar el CCK? Palacio la libertad. ¿Firmar en el congreso? Viva la libertad carajo. En cada oportunidad que tiene a su alcance, Milei pronunciará la palabra libertad. Dijimos que había que adaptar el discurso según las particularidades de cada país y miren lo bien que lo hizo Milei. A la libertad la suele acompañar el “carajo”, lo cual por un lado le brinda territorialidad al enunciado y por el otro, encarna la violencia, el enojo, ese odio que Milei aprovecha. 

Cuando posa para las fotos allí también hay repetición, allí también hay branding. Siempre la misma pose: con su hermana en el congreso, en la Antártida con el ejército yankee, en Atlanta con Elon Musk. No importa, si sabe que le van a sacar una foto se peina el pelo para el costado, pone los pulgares arriba y boca de pato, y abre bien los ojos mirando para arriba. Identificable y copiable, esa pose no sólo lo caracteriza, sino que lo transforma en una especie de insignia a la cual emular.

Y su postura, sus ataques de ira, todo rojo, expulsando barbaridades: no importa, no debería importar si es un show para los medios o si le nace del alma. Lo que debería importar es que esa violencia que emite su imagen en cada palabra, en cada acto, en cada presentación pública es eficaz. La gente no lo vota a pesar de su enojo, la gente lo vota por su enojo, porque se siente representada en esa ira. En el mismo sentido, esa ira lo saca de la normalidad, lo vuelve viral y se acumulan, en un terror sublime, visualizaciones, reproducciones, likes, retweets, follows, shares y todas esas palabras anglosajonas de las redes sociales. En la cultura regida por lo visual, ser visto no es importante, ser visto es lo único que importa. Y a esto mismo apunta Milei: a ser visto, a llamar la atención, a ser consumido.

No, Milei no está loco. No es un improvisado.

Hagamos lo que Milei intencionalmente no hace, y revisemos la libertad que propone. “La libertad avanza”, el verbo de movimiento, emparejado con otras manifestaciones mileístas como “romper todo” o la ya famosa motosierra, dan como supuesto que avanzar no se refiere a progresar, sino a llevarse todo por delante. La libertad, y no me refiero a ese rehén impostor que propone Milei, ¿debe imponerse sobre el pueblo? ¿Debe avanzar sin miramientos? ¿O acaso se propaga por todos lados, se contagia inevitablemente a todas las conciencias? ¿Luchamos para la libertad o luchamos por la libertad? 

Hace no mucho, aceptando una distinción, Martín Kohan planteó: “¿Qué prefieren, comer o ilustrarse? ¿Qué prefieren, comer o divertirse? ¿Qué prefieren, comer o educarse? ¿Qué prefieren, comer o disfrutar? Esa es la perversa libertad que le reservan”. La libertad que propone Milei es una libertad escueta, estrecha, que presenta opciones berretas (será esto o los niños no comerán en el Chaco), escondiendo cartas en la mano. Brinda elecciones irrisorias y las disfraza de libertades completas. La libertad que propone Milei está al servicio de los grandes millonarios, de empresarios crueles, de negocios políticos indirectos (que beneficiarán a esa casta que ahora lo acompaña, que se sienta al lado suyo) y por eso no será libertad: reduce las opciones del pueblo y de los trabajadores. 

Habrá que librar una lucha (larga y consciente) por ese signo, luchar por la libertad, por su concepto y la palabra. No tengamos miedo de decir libertad o libertá. No dejemos que se la apropien, no dejemos que la deformen.

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Mateo Insaurralde

Un hijo único que pasó mucho tiempo en soledad, por eso fantaseo en mis tiempos libres. Estudiante de Letras en la UBA, renuente al cambio y perdedor empedernido. Me gustaría escribir más, pero resulta que soy un miedoso. Me gustaban los deportes y las películas.