Poco más de veinte años después del 2001 y su signatura histórica, asistimos a un clima de incertidumbre en el que solo podemos aferrarnos al riesgo de perderlo todo.
En el año 2001, colapsó finalmente el proyecto económico neoliberal de más de una década, que había incluido la liberalización y desregulación del comercio, así como la privatización de empresas y otros activos estatales. Los efectos negativos de estas medidas redundaron en un aumento de los índices de pobreza, indigencia, subempleo y desocupación. Además, el 2001 es el símbolo de aquello que Ignacio Lewkowicz (2006) llamó “desfondamiento” del Estado: vaciamiento y corrupción institucional, pérdida del sentido que había adquirido como significante total.
Poco más de veinte años después, y tras al menos tres gobiernos consecutivos que manifestaron la intención de refundar el Estado, asistimos a un clima de incertidumbre similar al de aquella Argentina. El único presidente surgido de elecciones democráticas reivindicado por el actual presidente Javier Milei es, precisamente, uno de los principales responsables de aquella debacle: Carlos Menem. Milei aplica una radicalización de sus viejas medidas, sumadas a un ajuste fiscal histórico y la reducción del gasto público a expensas de pensionadxs, jubiladxs y despidos masivos de empleadxs estatales. Al mismo tiempo, se amenazan derechos elementales: se persigue a oponentes en redes sociales, se busca hacer retroceder la legalidad del aborto y la educación sexual integral, se desfinancian programas de igualdad social, se intenta avanzar sobre derechos laborales; todo a través de diversos instrumentos propios de un estado –si no de sitio– de excepción. La democracia se encuentra nuevamente bajo amenaza.
Como propone Anne Dufourmantelle en su Elogio del riesgo (2019), nuestros tiempos se encuentran bajo el signo del riesgo, donde todo es cálculo, incertidumbre y probabilidad, pero de cuya ecuación se deduce qué vidas podrán vivirse, cuáles sobrevivir y cuáles ni siquiera serán dueladas con dolor o reproche jurídico. Este clima –cuya nota central es la expansión a nivel global de las nuevas derechas– inaugura una temporalidad atravesada por la pregunta sobre los contornos del territorio y sobre qué cuerpos podrán efectivamente poblarlo.
A la luz de estas consideraciones, nos interesa indagar en las afectividades que se plasman en nuestra época habida cuenta de que postales como las de las famosas fotos sobre la pueblada del 2001 de Walter Astrada o Enrique Medina son hoy huellas de una revuelta imposible. Hoy, más bien, podríamos componer una suerte de archivo del riesgo con la certeza de que el tiempo actual exige otras formas de lidiar con el tiempo y otros modos de intervención, incluso aquellos que implican el repliegue y el cuidado.
Las imágenes de la pueblada del 2001, las del Grupo de Arte Callejero, las de Memoria del saqueo (Fernando Solanas, 2003), las de la ocupación de la calle por parte de Lohana Berkins y Marlene Wayar, el descuelgue de los cuadros en la ex ESMA por parte del ex presidente Néstor Kirchner en 2004, entre otras, parecen las imágenes de un archivo imposible hoy. Ahora, nuestros imaginarios colectivos se pueblan tristemente de imágenes de IA en las que un presidente juega a ser un león feroz y la ministra de seguridad aplica un protocolo anti derecho de ocupar el espacio público cuando la soberanía popular así lo requiere. La policía interviniendo instituciones públicas y autárquicas o los comedores desabastecidos son hoy los motivos iconográficos de un auténtico archivo del riesgo. Del riesgo de perderlo todo.
Además de la crisis política y social, el 2001 también supuso un momento fortuito de aceptación de las diferencias sociales, raciales y sexo-genéricas, especialmente en las calles. Las experiencias solidarias y horizontales se anudaron con la necesidad de darle actualidad a la lucha de las Madres y Abuelas y también con el futuro: la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, Legal, Seguro y Gratuito comenzó como un espacio asambleario en diciembre de 2002. La Asamblea por el Derecho al Aborto se reunía en un centro cultural del barrio de San Cristóbal de la Ciudad de Buenos Aires. Muchas de las impulsoras de la Asamblea se encontraban vinculadas a Brukman, una empresa recuperada prácticamente por trabajadoras mujeres.
Todo este proceso converge en la sanción de varias normativas que contemplan derechos sexuales y reproductivos de la primera década del 2000. El Estado desdibujado, “desfondado” y sin sentido, pone en crisis los lenguajes políticos –pues ya no son identificables sus garantías–, pero inaugura curiosamente uno nuevo, que le vuelve a dar sentido. La herida y el espacio de reflexión del 2001 parecieron ofrecernos siempre una ilusión de progreso. Tras la crisis, el partido mayoritario gobernante buscó la reparación institucional y económica, a partir de un proyecto que incluyó un nuevo lenguaje político (el de la verdad, la memoria y la justicia) y a los movimientos sociales, los resquebrajados sindicatos y una fuerte política de derechos humanos. Logró construir un gobierno de consenso, recuperación económica y fundaciones institucionales que parecían definitivas y hoy, sin embargo, se encuentran en peligro.
El archivo de imágenes que referimos aquí se empezó a construir hace más de dos años cuando el gobierno de La Libertad Avanza realmente no era imaginable. En ese momento, recordábamos el 2001 (Losiggio y Taccetta, 2021) y quisimos escapar del lugar común de la condena a la revuelta (pues, naturalmente, había culminado con una brutal violencia institucional). Pensamos en otras formas del levantamiento, que fueron refractarias y la resignificaron: la revuelta feminista o la revuelta chilena de 2019. Entonces, queríamos pensar en la revuelta precisamente en su vínculo con la interrupción, con la gran indignación, la puesta en duda de cierto sentido común y la reflexión crítica que se precisa antes de un tumulto. Las imágenes que comenzamos a ver este año, sin embargo, la espectacularización y banalización de la política a partir de caricaturas; y más tarde las imágenes de militarización de edificios públicos nos obligaron a volver sobre aquellas reflexiones. Combinándolas, nos encontramos con un archivo, ya no de la rabia, la indignación y la revuelta, sino del riesgo, un riesgo que se explicita hoy desde ciertos sectores, pero que no necesariamente conlleva el mismo destino que en 2001.
Mirando estas imágenes no queremos responder qué es el riesgo, sino más bien qué hace. Esta es una pregunta propia del “giro afectivo”, propuesta metodológica que emergió hace dos décadas como una perspectiva crítica del giro lingüístico y la deconstrucción y que colocaba el cuerpo en el centro del análisis. De origen neospinoziano, esta corriente recupera la tesis de que los afectos son la respuesta eficiente a una existencia necesariamente intersubjetiva, es decir, en constante relación con otros animales humanos y no humanos, ideas y movimientos de cosas, procesos fisiológicos, sociales y políticos, climas y geografías. Los afectos son descritos, así, como efectos –agenciadores o desagenciadores– de esas relaciones constantes.
El giro afectivo no abandona el interés por la eficiencia de los significantes; sin embargo, propone un énfasis en el análisis de los gestos y las sensaciones físicas generalizadas –que no por codificadas culturalmente carecen de una realidad experimentada en el cuerpo–, como también de las palabras que aluden a esos procesos fisiológicos. Busca responder qué hacen las emociones, los afectos, los sentimientos, las pasiones, social y políticamente hablando: en qué sentido se repiten ritualmente, se adhieren a determinados cuerpos y cosas; de qué modo resultan activadoras de la acción o anestesian.
En este sentido, podría pensarse que el riesgo aparece cuando algo que amamos o anhelamos está a punto de caerse o morir. Pero también allí donde hay riesgo, aparece una resignificación de aquello que quisimos y nos permite verlo con nuevos ojos. Esto significa que donde hay riesgo, no hay solo inminencia de pérdida, sino potencialidades. A simple vista, resulta difícil imaginar horizontes esperanzadores si entendemos a la esperanza desde el sentido común, como la espera de algo necesariamente mejor. Desde Ernst Bloch hasta autores contemporáneos del giro afectivo, la esperanza abandonó su connotación meramente positiva, y tener esperanza no es solo esperar algo bueno, sino simplemente (y no es poco) esperar, expectare, en términos de un estar atentx y en estado de alerta. De esa raíz, proviene también “expectación”, que designa una espera y también la contemplación de lo que se muestra en público, como una espera cargada de deseo hacia algo que está “ex”, es decir, afuera. En espejo con este razonamiento, podríamos considerar al riesgo de este modo y no clausurarlo en términos negativos, sino problematizar sus connotaciones y proponerlo en el modo de la posibilidad.
Así, podríamos seguir a Dufourmantelle, quien piensa que el riesgo implica alguna suerte de oportunidad. Naturalmente -dice- “nuestros tiempos se encuentran bajo el signo del riesgo: cálculo de probabilidades, sondeos, escenarios alrededor de los cracks bursátiles, evaluación psíquica de los individuos, anticipación de las catástrofes naturales, células de crisis, cámaras” (2019, p. 11). Ya nada de la vida parece escapar a estos cálculos omnipresentes. Sin embargo, el riesgo también abre un espacio desconocido. Es también lo que los griegos llamaban kairós, instante decisivo. Así, “lo que determina no es solamente el porvenir, sino también el pasado, detrás de nuestro horizonte de espera, en el que se revela una reserva insospechada de libertad” (Duforumantelle, 2019, pp. 12-13).
Riesgo también puede ser el principio arcóntico de un archivo que reanima al pasado para repetirse y extrae de él alguna potencia revoltosa que no culmine en la muerte. El instante de la decisión es aquel en que el riesgo se toma inaugurando otro tiempo. Este podría ser también un tiempo de deseo y espera de alguna revuelta posible. El archivo del riesgo que imaginamos hoy da cuenta, claro, de la inminencia del desastre, pero también podría encontrar el kairós en el pasado y pensar posibilidades de salida. Tal vez no sea solo asumir la catástrofe inminente, sino reversionar el pasado y convertirlo otra vez en un telos rabioso.
Bibliografía
Bloch, Ernst (2004). El principio esperanza (trad. Felipe González Vicén). Editorial Trotta.
Dufourmantelle, Anne (2019). Elogio del riesgo (trad. Simone Hazan). Amalia Federik.
Lewkowicz, Ignacio (2004). Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez. Paidós.
Taccetta, Natalia y Losiggio, Daniela (2021). “Revuelta. Una mirada en suspenso”, Bordes, nº 23: 195-204.
es Doctora en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires), Magíster en Sociología de la cultura (IDAES/Universidad Nacional de San Martín) y Licenciada en Ciencia Política (UBA). Es investigadora asistente de CONICET (Instituto de Investigaciones Gino Germani) y docente en la Universidad Nacional Arturo Jauretche y en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Actualmente es Directora de Género, Diversidad y Derechos Humanos en UNAJ. Miembro del Seminario de Género, Afectos y Política (SEGAP) desde 2009.
es Doctora en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires), Magister en Sociología de la Cultura (IDAES/Universidad Nacional de San Martin) y profesora y licenciada en Filosofía (UBA). Es investigadora adjunta de CONICET (Instituto de Investigaciones Gino Germani) y docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y la Universidad Nacional de las Artes, donde dirige el Instituto de Investigación en Artes Audiovisuales “Fernando Solanas” del Departamento de Artes Audiovisuales. Miembro del Seminario de Género, Afectos y Política (SEGAP) desde 2009.