El hacer artístico y su tarea de resistencia frente al negacionismo histórico

Diego Lucas Cordeu

Desde los aportes del filósofo argentino Luis Juan Guerrero, desarrollaremos las posibilidades del arte en clave de resistencias por su inmenso poder para la preservación de la cultura y la memoria, buscando cuestionar el negacionismo violento que se ha instalado en el poder. Veremos además en el caso del Siluetazo el ejemplo vivo de lo que el arte en clave de resistencia puede lograr.

Es innegable la mutua e inseparable relación entre el arte y la historia. Desde los principios de la humanidad, nuestra especie aprendió a leer en las piedras que talló y manifestó su existencia en el enclave histórico de su creación. Es por esto que el filósofo argentino Luis Juan Guerrero encuadra su propuesta estética desde una perspectiva histórica: necesitamos del arte para abrir las puertas de la historia porque sólo la obra de arte propone una desconcertante perspectiva que ubica los nuevos significados de las cosas, a la vez que un inédito criterio para juzgar las acciones propias. En la sociedad contemporánea, el ser humano ha hecho suya una forma de conciencia estética que se dirige hacia un único objetivo: “el de ejecutar, con plena lucidez, las figuras orientadoras de una nueva historia de la existencia humana” (Guerrero, 2008, p. 101). A esta estética Guerrero le agrega el título de operatoria, refiriéndose a una filosofía que traza, en un plano trascendental, las operaciones tendientes a una efectiva vinculación del arte con las demandas de la actualidad y las exigencias de la historia.    

A su vez, la Estética operatoria se divide en tres orientaciones que, en un plano de conceptuación filosófica, traducen los diferentes comportamientos del ser humano hacia la obra de arte. Estas son: I) Comportamiento hacia el Ser de la obra. Que se traduce en la actitud de revelación y acogimiento de las obras ya producidas; II) Comportamiento hacia la Esencia o Potencia de la obra de arte. Que se traduce en una actitud de creación y ejecución, en un proceso de gestación o, mejor dicho, en una puesta en obra; y III) Comportamiento hacia la Tarea, empresa o misión de la obra de arte. Que se traduce en una actitud de promoción y requerimiento de futuras obras, en otras palabras, una propuesta operatoria. El orden sucesivo de estos comportamientos se podría resumir en una época que impone una dirección artística y por ello reclama y dispone del cumplimiento de ciertas tareas (III), un/a artista que escucha el reclamo y sabe canalizarlo en la creación de una obra de arte (II) y finalmente una obra que se manifiesta por sí misma y es revelada y acogida en su Ser propio.

Todas las sociedades se hacen desde la sucesión de estos comportamientos y, al mismo tiempo, construyen y transforman la historia que dejarán a sus futuras generaciones. Últimamente, en más de un posteo de internet, algún usuario ha comentado la conocida frase de George Santayana: “aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, retumbante advertencia que en la sociedad argentina se revela hoy sumamente pertinente por las claras estrategias de la nueva derecha gobernante de desplegar un gran aparato mediático en torno a una posición negacionista frente a los crímenes de la última dictadura cívico militar. El presidente Javier Milei niega abiertamente los crímenes de lesa humanidad cometidos por los genocidas y la vicepresidenta Victoria Villarruel no se cansa de acusar de terroristas a las víctimas desaparecidas. 

Ya en Sin Miedo: Formas de resistencia a la violencia de hoy (2020), Judith Butler anticipaba las estrategias negacionistas de las derechas latinoamericanas tras recopilar una serie de experiencias que presentó en una conferencia en la Universidad de Buenos Aires en el año 2015. La autora destaca cómo el negacionismo ha acusado la acción de preservar la memoria como un posicionamiento de política partidaria donde se considera que el archivo forma parte de un programa de izquierdas y que existe para servir a estas. La consecuencia de esto es que las nuevas derechas, los conservadores, los autoritarios y los neofascistas se están embarcando en unos modos de negacionismo que sirven a sus propios intereses políticos. La demonización de las víctimas desaparecidas y la de un agente social categorizado como “zurdo” al que se lo amenaza abiertamente con que tiene que “temblar” y “correr” son raigambres del comportamiento fascista del gobierno argentino que responden a sus mismos intereses negacionistas: borrar la historia. Pero es necesario que se conozca la historia de los genocidas para que sea posible una reparación, “sólo mediante el ejercicio continuado de la memoria, de un ejercicio reiterado de la memoria como parte de la propia cultura política democrática, es posible mantener una oposición ética y política frente a la violencia de estado” (Butler, 2020, p. 58) y esta es la condición misma y el límite de las políticas democráticas. Negar el terrorismo de estado es avalar la ruptura misma del contrato social que hace a nuestra nación; es un crimen contra la humanidad el que un Estado asesine, torture y desaparezca personas, pero es un segundo crimen negar ese exterminio en cualquier aspecto. 

En efecto, la negación del genocidio de estado es la continuación de este bajo una nueva forma: decir que los crímenes de lesa humanidad no ocurrieron, o que no fueron tan graves (como se sugiere al negar las cifras) es abrir la posibilidad a que estos ocurran en el presente. Butler comprende que hay que buscar el modo de aplicar al presente las lecciones del pasado con las dificultades que esto conlleva y destaca las potencialidades del arte en torno a este objetivo particular, la obra de arte tiene la facultad de revivir afectivamente la memoria y preservarla. El gobierno ha focalizado un ataque contra los organismos de producción cultural del estado, porque busca frenar la reacción necesaria de una sociedad que ve su identidad amenazada por el negacionismo. Los constantes ataques y propagandas de desprestigio al INCAA son evidencia de esto, al igual que las recientes denuncias contra códigos de censura incorporados en centros culturales dependientes del ejecutivo en los que directamente se prohíben producciones que tematicen críticas a la dictadura.

Volviendo a la filosofía de Guerrero, nos enfrentamos a un intento de obstrucción del tercer comportamiento del ser humano hacia la obra de arte, el de la promoción y requerimiento de la misma. Según el filósofo argentino, la obra de arte tiene la capacidad de abrir una historia, las épocas exigen una devoción o dedicación orientadas a un reclamo y requieren de obras destinadas a esto, “los artistas brotarán en esa época, no porque haya más o mejores talentos, sino porque las circunstancias mismas -las duras necesidades de una situación histórico-social- reclaman ese específico empleo de las fuerzas creadoras del hombre” (Guerrero, 1967, p. 36). En este contexto, el hacer artístico se erige como una tarea de resistencia frente al negacionismo y a veces la comunidad misma es la que se hace artista para solventar estas necesidades; si no, veamos el ejemplo del Siluetazo que inundó las calles de Buenos Aires en 1983: con el anuncio de la vuelta de la democracia, el reclamo por la aparición con vida de los 30000 desaparecidos/as explotaba como el grito ahogado de una sociedad herida. Era necesario hacer presente la ausencia, poner en las calles el testimonio de una existencia que sólo la creación humana podía expresar. El 21 de septiembre de ese mismo año, los artistas Rodolfo Aguerreberry, Julio Flores y Guillermo Kexel junto a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo comenzaron la iniciativa de pegar siluetas en Buenos Aires, siluetas erguidas en las paredes de la ciudad, respondiendo al reclamo por la aparición con vida de las víctimas de la dictadura y no tardó mucho tiempo para que la sociedad argentina hiciera suya la propuesta artística. En la expresión de un arte colectivo, cientos de manifestantes aportaron sus siluetas opacando cualquier posibilidad de protagonismo, el Siluetazo abrió una historia en la sociedad argentina, una que refuta el emplazamiento privado del horror y lo muestra en su naturaleza política, despertando comportamientos solidarios.

El gobierno atenta contra las producciones culturales para evitar acontecimientos históricos como el que fue el Siluetazo, porque la existencia de esos reclamos artísticos deja en evidencia las oscuras intenciones del negacionismo que con tanto esfuerzo se intentan instalar. La trama de las tareas artísticas de Guerrero se define como un inmenso proceso de rememoración histórica y el Siluetazo es sólo un ejemplo de esto, “Las obras no fueron primero creadas por un propio impulso artístico y luego sacudidas por conmociones exteriores, sino que fueron primero el anuncio de esas conmociones, y luego el testimonio de sus resultados” (Guerrero, 1967, p. 43). Obstaculizar la ejecución de estos reclamos es ir contra la configuración misma de nuestra sociedad y la justificación histórica de nuestro ser nacional. Sin embargo, la situación actual sólo puede aumentar la fuerza de las exigencias de nuestra cultura, el enojo del pueblo con la clase política no implica que nuestra sociedad se haya hecho fascista, por más que el fascismo más cobarde ocupe el poder ejecutivo. Los reclamos de una sociedad que no olvida deben ser escuchados, para reconocer los peligros que nuestra propia historia continúa enseñando.

Bibliografía

Guerrero, Luis Juan (2008), Estética operatoria en sus tres direcciones: Revelación y acogimiento de la obra de arte, Las cuarenta: Buenos Aires.

Guerrero, Luis Juan (1967), Promoción y requerimiento de la obra de arte, Losada: Buenos Aires.

Butler, Judith (2020), Sin Miedo: Formas de resistencia a la violencia de hoy, Taurus.

Compartir

Picture of Diego Lucas Cordeu

Diego Lucas Cordeu

Soy profesor en filosofía por la UNMdP e investigador en el área de Estética y Filosofía del Arte. Me gusta leer y escribir poesía, los problemas existenciales y los michis.