De antiguas alegorías a la inteligencia artificial: la producción digital libertariana expone las ambivalencias temporales y afectivas de nuestra cultura visual y el presente político del país. Aquí propongo una mirada desde la tradición de la iconografía política.
“Somos superiores estéticamente”, dijo en 2021 Javier Milei al hablar de su fuerza política en televisión. En 2024, siendo ya presidente de la nación, la apuesta estética del autodenominado “león” sigue estando en el centro de sus preocupaciones. Sus símbolos, los debates sobre la distorsión de su imagen corporal o la creación de escenarios digitales imaginarios con inteligencia artificial (IA), nos remiten a lo que la filósofa alemana Hito Steyerl denomina “proyecciones digitales esterilizadas”, que se generan mediante “tecnologías disruptivas” propias de nuestros tiempos. Para esta autora, la innovación disruptiva es causada por la polarización social, la aniquilación de puestos de trabajo, la vigilancia masiva y la fragmentación algorítmica, que además esparce resentimientos y afecta los entornos que habitamos. Una descripción que bien le cabe a la Argentina.
Ahora bien, pese a la modernidad técnica, en términos iconográficos estas imágenes no son necesariamente novedosas, así como tampoco lo es la apuesta económica y política del actual gobierno nacional, nutrida de referencias al siglo XIX o el modelo neoliberal de fines del siglo XX. Después de todo, la relación entre política y estética no es nueva tampoco: la política necesita y se orienta por imágenes, mecanismos de puesta en escena y estrategias visuales. No es un aspecto accesorio.
Para empezar, la figura del león tiene una larga historia en la iconografía política, plagada de animales utilizados para ensalzar o denigrar instituciones o individuos. El león, presente al menos desde la esfinge egipcia, ha simbolizado distintos atributos en la historia de la iconología, que identifica los motivos iconográficos formales y sus sentidos alegóricos. Puede ser feroz y asociarse a la ambición, la soberbia y la fuerza, así como puede representar los impulsos animales que perviven en la humanidad, movida por sus pasiones irracionales, y que deben ser frenados, por ejemplo, por la ética o la justicia. Tanto en la antigüedad como hoy, en esta tradición se animaliza la figura humana como se humaniza a la fiera, y se funden sus rasgos.
¿Cómo pueden dialogar imágenes de tiempos y espacios tan distantes? Lo que importa no es cada imagen por separado, sino ese entre ellas, lo que se puede pensar como una iconología del intervalo, que permite entender cómo pueden tornar con tanta fuerza un discurso y una visualidad que evocan tiempos pretéritos permanentemente, sin ser una exacta repetición. Esta mirada teórica y analítica sobre lo visual entiende que las imágenes se cargan de tiempo y cobran un matiz fantasmal, que permite hacer dialogar temporalidades tan vastas. Pero no son montajes arbitrarios: no se trata de cualquier imagen. Ciertas fórmulas visuales pueden permanecer mucho tiempo latentes hasta que un cierto contexto político-afectivo les permite re-emerger, con las metamorfosis y actualizaciones propias del nuevo tiempo. Pensemos un momento el siguiente montaje:
En el frontispicio de Leviathan, obra célebre del filósofo inglés Thomas Hobbes de 1651, se concibe al Estado moderno como un dios mortal, encarnado en una figura monumental, que es a la vez una máquina viviente de humana construcción, compuesta por miles de cabezas activas simultáneamente protegidas y aprisionadas. La figura fue utilizada para pensar una genealogía del Estado vinculada al temor pero también a la garantía del orden social en tiempos de guerra civil.
Esta imagen pervive y a la vez se subvierte en el póster que formó parte de la campaña electoral de Héctor Cámpora en 1973: si bien sigue perteneciendo a la tradición de imágenes compuestas, ya no es una figura sobrehumana, sino la silueta de un hombre que podría ser cualquier militante (peronista). También aquí miles de personas la componen, pero deseosas, portadoras de sus propias consignas y símbolos políticos (largo tiempo proscritos), invirtiendo aquel temor primigenio por otro tipo de afecto, en el marco de un proyecto que le brindó una fuerte centralidad a lo estatal y a los liderazgos personales.
Unas décadas después, y a partir del uso de inteligencia artificial, Milei postea en sus redes una imagen que evoca a las dos anteriores y las distorsiona a la vez, en un marco de fuerte polarización social y replanteos cabales de la función estatal. Esta última imagen suscitó una discusión pública: ¿la jaula se abre para alcanzar la tan mentada libertad de los libertarianos; o las personas caminan hacia su interior, para caer en algún tipo de prisión bajo las garras del flamante gobierno? Más allá de esta “confusión”, cabe preguntarse cuál es el afecto que se alinea con la concepción de Estado subyacente en la propuesta mileísta.
Por un lado, Milei es personalmente el león, que se yergue –incluso visualmente, siempre magnificente– como figura y poder central (y más allá de la imagen también, exigiendo facultades delegadas de los otros poderes republicanos). Por otro lado, el deseo y el temor parecen fundirse constantemente en las imágenes que Milei o sus seguidores comparten (turbas enfurecidas en las calles o en pie de guerra, leones gigantes ahuyentando ratas, presentando a una supuesta “casta con miedo”, o cazando manifestantes presentados como “terroristas” que lloran tras ser arrestados). La virulencia en la imagen resuena en toda la línea de comunicación del gobierno, que recupera elementos de una lógica troll/twittera, e incluso exponentes concretos.
Por otra parte, la figura de Hobbes se presentaba como garante de protección y como la construcción visual de una idea de soberanía. Cuatro siglos después, al otro lado del océano, el Estado no parece ser soberano frente a la fuerzas del mercado, de las potencias extranjeras o del cielo, y es conducido por alguien que se propone como el león-estado y a la vez como el propio topo que lo destruirá. Esas son las ambivalencias que se juegan en la imaginería política de la ultraderecha hoy.
Las imágenes hiper-espectaculares, creadas con IA, se volvieron más frecuentes en las redes del mandatario desde que asumió la presidencia en diciembre de 2023, algo que ni iconográfica ni políticamente resulta extraño. En algunos casos, sus propios seguidores y hasta algunos críticos recuperan esta técnica para contestar lo que el presidente comparte y publica.
Esto se inserta en una tendencia de producción de imágenes a través de IA que no atañe sólo al campo político. Alberto Venegas Ramos, al analizar algunos videojuegos de corte histórico, advierte sobre el uso simplificado, uniformado y mercantilizado de sus imágenes, que empobrecen la comprensión de ciertos eventos del pasado (por ejemplo la Segunda Guerra Mundial), y que apuntan a la evasión y al entretenimiento, confundiendo tiempos históricos. Así se va confeccionando un “mediascape” o paisaje medial-mediático determinado, es decir, un entorno que media la vida de las personas a partir del uso de ciertos artefactos tecnológicos, creando nuevas sensibilidades que redefinen y actualizan las formas en que las cosas son percibidas.
Se han señalado los diversos sesgos que tecnologías como la IA poseen, creando imágenes que reproducen estereotipos racistas, sexistas y clasistas. Algo que sin duda no desentona con el propio discurso de Milei y parte de su funcionariado o hasta sus seguidores. De hecho, el fandom o la cultura de los fans es un elemento fundamental de nuestro mediascape, sobre todo en lo que concierne al proceso de construcción emocional de comunidades, que son convocadas a la acción a partir de esta identidad afectiva, capaz de congregar sentimientos positivos así como otros vistos negativamente, como el odio y el resentimiento. De este modo, el terreno digital se torna un paisaje emocional de afectos en flujo que crean resonancia y apoyo político. No se trata de imágenes que “representan” algo, sino que son operativas, performativas, y gatillan de este modo acciones determinadas en un sistema determinado. Por eso mismo, la presencia digital constante en redes del presidente no es menor ni caprichosa, aún cuando entre otros actores haya generado rechazo, como si fueran actividades impropias de un gobernante, disociadas de la realidad, vergonzosas y hasta “infantiles”.
En realidad la política siempre ha creado imágenes como parte de sus estrategias (y no sólo electorales). Y este doblez es lo que le brinda potencia: el uso de tecnologías y plataformas actualísimas se apoya en fórmulas visuales que, aunque actualizadas, tienen un profuso historial. Por eso podemos encontrar conviviendo en las redes figuras exhibidas a base de fórmulas estereotipadas hechas con IA (por ejemplo, los miembros de la CGT visualizados como faraones egipcios grotescos), tanto como al propio Milei venerando una antigua fotografía de Juan Bautista Alberdi o replicando un retrato suyo basado en un óleo de Napoléon Bonaparte.
En la tradición de las imágenes políticas –que toma muchas formas– el uso de animales no sólo ha respondido a los poderosos de cada época, sino también a sus detractores, como ocurre en la longeva tradición de la sátira política. Pensemos en Argentina: los gorilas, la tortuga, la morsa, la yegua, las cucarachas, el gato y el gatito mimoso, y hasta los carpinchos en Nordelta. La disputa por el terreno simbólico no es menor, como bien entendió la maquinaria visual y sensible del peronismo en algún momento. Se suele oír que hay que reinventar los imaginarios políticos para enfrentar a la ultraderecha que avanza (a nivel mundial). ¿Cuál será el animal –cuál su manada– que se parará frente al león, para que esa multitud no entre a la jaula, sino que salga de ella? Es hora de empezar a imaginarlo.
Soy doctora en Antropología por la Universidad de Buenos Aires, y docente en educación superior y media. En mis investigaciones dentro del Área de Antropología Visual, me interesa pensar los distintos modos en que las imágenes y la política se imbrican y median nuestras experiencias sociales, dotándolas de sentido y movilizándonos a la acción.