Anora, la última película de Sean Baker, sigue a Ani, una stripper y trabajadora sexual que se enamora de un joven millonario con quien se casa, solo para ver su fantasía desplomarse. Una historia de Cenicienta con un giro, pero ¿cómo se muestra, de nuevo, un cuento tan conocido? Fantasía y realismo se cruzan entre los cuerpos de Anora para mostrarnos lo que creemos ya visto.
Sean Baker es un director norteamericano con una larga trayectoria en el cine independiente, en general sus películas se centran en personajes de los márgenes, pero no la marginalidad fetichizada por la industria sino una marginalidad espacial que es concreta, humana e incómoda. En este marco, el cine de Baker hace rato ha tomado como eje a las trabajadoras sexuales y viene reescribiendo historias clásicas y estereotípicas en la búsqueda de dar otro encuadre posible a la vida de estas. El personaje de Ani se suma al repertorio desplegado en el cine del director desde Starlet (2012), Tangerine (2015), The Florida Project (2017) y Red Rocket (2021).
La pregunta por la marginalidad en el cine y por la visibilidad de los sectores populares siempre implica un problema y aún más en el caso de las trabajadoras sexuales, quienes no necesitan mayor visibilidad en sí porque siempre han sido parte del repertorio visual de la cultura. Claro que usualmente han sido relegadas a historias secundarias, a víctimas incidentales, a ser el remate de todos los chistes o simple telón de fondo para la atmósfera de decadencia de otros personajes (usualmente masculinos). Una propuesta política preocupada por dar voz y hacer carne la descriminalización de la prostitución no puede simplemente visibilizar el trabajo sexual, ya espectacularizado y explotado por la industria cultural, sino que la pregunta requiere volver a cómo hacer visible lo visible, ¿cómo reencontrarse con aquello que creemos tan conocido que ya no vemos?
Anora sigue la historia de Ani (Mikey Madison), una joven stripper que se deja llevar por la aventura y se casa con Ivan (Mark Eidelstein), un (aún más) joven millonario ruso, para luego ver toda su fantasía desplomarse. La película se divide claramente en dos, la primera parte es una comedia romántica trash donde estos personajes se conocen y pasan juntos una semana de fiesta que termina en un casamiento en Las Vegas. Ani no quiere dejarse llevar por la fantasía, pero a la vez, realmente necesita creer que es posible. Así que Anora de 23 años e Ivan de 21 se casan y tenemos un hermoso resumen musical con escenas de su amor consumista que termina cuando la cámara se aleja mientras la pareja se abraza en un balcón de su casa/palacio.
Justo ahí, donde muchas terminan, Anora comienza su segunda parte, su música cambia y su ritmo también. Cuando los padres de Ivan se enteran que su heredero se casó con una trabajadora sexual (claro que ellos le dicen puta) envían a sus “niñeros” a ocuparse de la situación. Toros (Karren Karagulian), Garnick (Vache Tovmasyan) e Igor (Yuri Aleksándrovich Borísov) son inmigrantes armenios y rusos que trabajan para la familia y deben ir a la mansión para buscar a Ivan y conseguir la anulación del matrimonio. Ivan se entera de que también sus padres están en camino y se escapa, convirtiendo la segunda parte de la película en una búsqueda frenética donde Ani y los “niñeros/matones” lo buscan por la ciudad, caminando, corriendo, conduciendo, siempre moviéndose de un lado a otro de la pantalla. Finalmente lo encuentran y todo sucede de manera esperable, o al menos esperable para los espectadores, porque Ani sostiene su fantasía hasta el final: ella está convencida de que es la legítima esposa de Ivan y de que este va a defender su amor a capa y espada. Por supuesto esto no sucede, cuando ella lo sugiere, él la humilla y luego anulan el matrimonio, pero no sin antes ver a Anora gritar, pelear, putear y despreciar a todo aquel que quiera destruir su cuento de hadas.
Anora es descrita por el director y gran parte de la crítica como una “historia cenicienta con un giro”: el mito del ascenso a la grandeza (¿a la riqueza?) a través del amor (o el matrimonio, que no es lo mismo). La Cenicienta es esa bella sirvienta que se casa con el príncipe y vive feliz para siempre en un castillo. Este relato es un tópos, un lugar común de la cultura sobre el que se han configurado miles de historias que apelan no sólo a fantasías sobre el amor romántico, sino especialmente a la fantasía de ascenso social. La comedia romántica y el melodrama de telenovela han utilizado este arquetipo hasta el hartazgo. Pero ahondemos un poco más, ¿qué significa esto? ¿Acaso estamos tan seguros de que los padres del príncipe de cuentos estarían tan contentos de que su hijo se case con la sirvienta? ¿Por qué hay un giro? ¿Quién puede exitosamente cumplir el mandato del cuento? ¿Quiénes pueden exitosamente deslizarse dentro de la zapatilla de cristal?
En sus versiones clásicas “la Cenicienta” es apodada así por su madrastra y hermanastras, quienes luego de apoderarse del control hogareño la relegan a pobre sirvienta, vestida con harapos, siempre servicial y amable. Pero ella es la hija del acaudalado dueño de la casa, es decir, la pobre Cenicienta no es ninguna pobre, no tiene un origen humilde y por lo tanto, ella puede ser una digna pretendiente de la mano del príncipe. Ahora bien, lo que el cuento nos dice es que no alcanza con tener dinero, pues entonces las hermanastras también serían dignas de casarse con él, entonces, ¿qué hace especial a la Cenicienta? Ella tiene buen corazón (llora a su madre muerta todas las noches) y es bella, por lo que sentimos que ella “no merece” este destino, es decir que ella está cubierta por una dignidad moral gracias a su estatus de “buena víctima”. La justicia poética se ocupa de que ella encuentre su lugar correcto en la historia, pero esta justicia necesita de un dispositivo que explique y dé cuenta del merecimiento de la sirvienta: para la Cenicienta este dispositivo es un zapato de cristal. Demostrando que ella es la única y verdadera dueña del zapato de cristal, este se vuelve el molde de la perfección que da cuenta del “merecer la buena vida”. El príncipe pone a prueba a todas las chicas del reino para ver quien es la única adecuada. Por eso cuando las hermanastras se cortan un dedo o el talón, para forzarse dentro del zapato, la sangre de sus heridas manchará el blanco caballo del príncipe, demostrando ser mentirosas, indignas y sucias, y luego los pájaros les sacarán los ojos. Una buena moraleja donde los buenos terminan bien y los malos terminan mal.
Ahora, ¿qué pasa cuando este tópos se cruza con un personaje socialmente marcado por la deshonra o, mejor aún, cuando ya es, desde el vamos, una indigna?
Es extraño que Baker reconociera no haber pensado demasiado en Mujer Bonita al escribir Anora, cuando justamente parece ser una película que le contesta punto por punto. Mujer Bonita es una película que cabría perfectamente en la categoría Cenicienta y su heroína en este caso es, igual que en Anora, una trabajadora sexual. Vivian (Julia Roberts) conoce a Edward (Richard Gere) trabajando, en un arreglo muy similar (casi idéntico) al de Ani e Ivan: él la contrata a ella para que pasen juntos una semana entera (la escena del regateo es directamente una cita). En Mujer Bonita esta historia llevará a que los personajes se conozcan mejor, se enamoren y ella termine con el millonario, cumpliendo la narrativa moralizante de la Cenicienta. Ahí donde Mujer Bonita termina, Anora empieza su segunda parte. ¿Por qué Vivian puede terminar con su príncipe y Ani no?
Siguiendo las reglas del cuento, Vivian es una “buena víctima”, en este caso porque el hecho de prostituirse parece ser un destino “no merecido” ya que ella “no es como las otras chicas”. Para Hollywood el trabajo sexual suele ser una fatalidad del destino, la última caída para la mujer descarriada, pero Edward le dice que “ella vale mucho más”, ¿mucho más que aquellas otras que no tienen valor? Ella se distingue porque cumple ciertos parámetros morales de él: no se droga, es inteligente, sabe de autos y cosas prácticas, y por sobre todo, ella es tan bonita que puede hacerse pasar por una digna y elegante esposa trofeo. Mujer Bonita humaniza a la trabajadora sexual y no la “juzga” por su ocupación, pero sí la moraliza por comparación. Para que Vivian pueda ser Cenicienta tiene que diferenciarse del resto y ser la merecedora de su final feliz, en su caso lo hace a través de comportamientos minuciosamente estudiados y juzgados por Edward. Él la transforma, la educa y luego la pone a prueba (como el príncipe) al llevarla a la ópera donde ella se emociona frente a la música demostrando ser lo suficientemente sensible para estar con él (aparte de ser bonita, eso siempre).
En contraste, Ani no se diferencia “dignamente” frente a las otras chicas, todas tienen sus rutinas de trabajo, son hermosas y carismáticas (cuando tienen que serlo), escuchan rap y hip hop, se drogan, hablan del trabajo en los recreos para fumar, tienen horario de almuerzo como en cualquier trabajo; es más, ella es (aparentemente) innecesariamente desagradable con su hermana y no ayuda en su casa. Ani no es ninguna princesa perfecta, es solo una chica. Entonces, ¿qué la diferencia? Cuando el pequeño millonario vaya al club donde ellas trabajan y pida una chica que hable ruso, Ani, descendiente de inmigrantes rusos, será la indicada.
La relación entre Ivan y Ani va a crecer en una extraña tensión de reciprocidades. Si bien la naturaleza transaccional del vínculo parece estar clara en un comienzo, la cercanía en edad, gustos y comportamientos va a borronear ciertos límites que Anora claramente podía marcar con otros clientes. Así, entre encuentro y encuentro, fiestas, drogas, alcohol, compras y viajes, Ani se deja llevar por la fantasía, quizás esta sea su única posibilidad ¿por qué no? Justamente porque Anora es una película que no oculta la dinámica sexual de la transacción entre los personajes. Ahí donde Mujer Bonita se empeña en ocultar el sexo, para mantener la fantasía de la limpieza moralizante; Anora lo muestra, junto al baile y los billetes, con toda su materia cinematográfica. Ani baila al ritmo de “Pussy drip, d-drip, d-drip droplet” dejando que la literalidad del trap nos empape, que la imagen de aquello que creemos conocer se haga carne.
Cuando la fantasía comience a desarmarse, Ani, que se aferra con uñas y dientes (literalmente), no solo no va a ser una “buena víctima”, sino que va a dar todo de sí para no ser ninguna clase de víctima. Así es que frente a la invasión de los “niñeros” en la casa ella va a defenderse demostrando la fuerza de un cuerpo que vive de bailar todas las noches y colgarse de caños: la casa queda destrozada y uno de ellos con la nariz rota; solo logran pararla cuando la atan de pies y manos. Sus gritos desquiciantes desatan la locura de los personajes, cada vez que empieza a hablar sigue un río sin fin de argumentos, puteadas y gritos para defender lo que le queda: la promesa ilusoria de que si logra hablar con Ivan, todo va a solucionarse y podrá vivir su fantasía Cenicienta.
Se dijo mucho que esta segunda parte de la película parecía un screwball o comedia de enredos, un subgénero de la comedia que privilegia las disputas verbales y las persecuciones de los personajes por el espacio. Aparte de esta caracterización, el screwball es el género de las mujeres desquiciantes con agencia, las que hacen avanzar la acción a través del caos y vuelven locos a los hombres con su carisma e inteligencia. Ani, en esta segunda parte de la película, se convierte en una de estas mujeres, pero no hay que confundir la agencia con el famoso “empoderamiento” de moda. Ani no puede simplemente transformar sus circunstancias, no hay astucia, patadas o gritos que te saquen de la dinámica de desigualdades estructurales, pero lo que puede hacer esta agencia es desafiar lo establecido. Anora le da dignidad a la indigna a través de la fuerza de su cuerpo y la mugre de su lengua. Anora nos invita a identificarnos, o al menos “hinchar” por un rato, por una trabajadora sexual que está lejos de ser perfecta y que no tiene que ser una víctima marcada por la fatalidad de la pobreza para que gocemos del golpe bajo.
Anora es una película humanista, esta indigna Cenicienta no tiene que ser la “adecuada” ni demostrar ser merecedora frente a los parámetros de las clases altas. Se expone que los criterios de lo aceptable y lo digno están atravesados por la clase y el género y no por alguna clasista arbitrariedad como caber en un zapato, un vestido o apreciar el “gran arte”. La inesperada alianza que se construye entre Ani y los niñeros está atravesada por esta dimensión de clase, los trabajadores que no tienen que llevarse bien ni querer lo mejor para el otro, que no son buenos en términos morales, pero sí entienden que comparten una clase particular de precariedad. El trabajo sexual se encuentra acá entre el universo del trabajo, claramente moralizado culturalmente, pero es un trabajo más entre otros que rondan la economía de los millonarios.
En estos días estamos transitando un nuevo avance fascista que opera sobre la moral sexual conservadora, nos vuelven a decir qué cuerpos son dignos e indignos de estar juntos, de construir familias. Nos quieren convencer de que el único modo de “merecer” es teniendo guita: sin dinero no sos nada ni nadie. Anora muestra esos cuerpos que no merecen, que no son dignos ni buenos y muestra el revés de estos relatos tan conocidos que ya no los vemos, de la moral sexual que opera detrás de todas las historias que nos contamos donde los “buenos” merecen y los “malos” son castigados sin preguntarnos quién tiene la potestad de probarnos el zapato. Ani entre sus gritos y patadas deja en claro que nadie, no importa cuánta plata tenga, va a probarle a ella ningún molde de cristal.
Codirectora