AUDIONOTA

What you wanna know about me?

La escucho a Nathy Peluso hablar y algo me genera cierto desconcierto. Su acento fluctúa entre un lunfardo bien porteño, mezclado con un intento de tonada centroamericana en la que se cuela una pizca de slang yanqui. No quiero caer en el simplismo contemporáneo de señalar una “apropiación cultural” porque considero que hace rato la mixtura es parte de la matriz estructural de la cultura, pero tampoco puedo negar que por momentos me parece irritante. Sin embargo, siento que hay un no sé qué que la hace hipnótica. Me arriesgaría a decir que es el eclecticismo de su personaje. Hay algo en la ficción que ella construye sobre sí misma que abre la posibilidad de pensar una identidad que trasciende las dicotomías de lo natural y lo artificial, de lo público y privado e incluso de lo universal y lo nacional.

Viendo entrevistas que le hicieron a Nathy me doy cuenta de que no sé cuánto de “verdad” hay en sus declaraciones. Frases hechas como “me siento ciudadana del mundo” o “puedo pertenecer a varias culturas porque a fin de cuentas todos somos humanos” me suenan sacadas textualmente de discursos new age pretendidamente apolíticos. Scrolleo su Instagram y de repente noto que sus ojos cambiaron de color o que el hialurónico se apoderó de sus labios. En un post es una especie de personaje de ciencia ficción con su traje de neoprene y en otro está bailando salsa en bombacha. Me llama la atención la metamorfosis de su personaje porque no me deja saber cuál es la Nathy Peluso “verdadera” aunque dudo que la “verdad” sea una variable importante en este caso.

No estoy descubriendo la pólvora al señalar que la pura artificialidad es moneda corriente en géneros musicales más industriales. Cualquiera que tenga la suerte de existir en el mismo mundo que Madonna o Lady Gaga sabe que un día pueden disfrazarse de divas clásicas de los ‘50 y al otro estar envueltas en vestidos de carne cruda. Pero diría que en Nathy Peluso hay algo que no termina de cerrar, que le escapa a la categoría “reina del disfraz”. Si bien es evidente que la metamorfosis es una característica pregnante de su personaje, al mismo tiempo noto en su producción estética un gesto que aboga por una autenticidad limitante. Diría que Nathy tiene una necesidad constante de autodefinirse como “natural” y que esa contradicción evidente entre artificio y naturaleza funciona como la matriz fundamental de su personaje (inclusive llevándolo más allá de sus canciones). Así, Nathy desarticula la oposición tajante entre acontecimiento y esencia, entre esas dos formas de ver y habitar el mundo. Es al mismo tiempo La sandunguera, la Business Woman y Natikillah. Es todo esto y más.

Esa indiscernibilidad de la performer me lleva directamente a pensar en el concepto de “liminalidad” adoptado por Ileana Diéguez. La filósofa y crítica teatral cubana lo define como aquello que es imposible de encerrar en una estructura, desbordando los límites y poniendo en crisis estatus y jerarquías asentados desde la ideología dominante, buscando romper con cualquier tipo de institucionalización. Si bien es difícil asociar esto a productos de la industria cultural, a sabiendas de que están perfectamente planificados para ser consumidos por cierto segmento específico de la población, creo que con Nathy Peluso hay algo que siempre está escapando a ese absolutismo mercantil. Su eclecticismo identitario y contradictorio le permite producir intersticialmente, ubicarse en ese “entre-dos” capaz de desarticular los binarismos y las categorías tajantes.

Probablemente todo esto esté presente en casi toda su producción-ficción, pero me gustaría pensar y analizar particularmente su tema y consecuente videoclip “Natikillah”. Creo que esta canción viene a funcionar como una especie de manifiesto artístico, como una declaración de intenciones de la performer. Apenas comienza la canción, escuchamos su voz hablándonos, anticipándonos una historia y presentándose, como si se tratara de una canción genérica de rap yanqui:

So, I tell you man, I tell you man, uh

Natikillah, Natikillah

Desde el vamos Nathy toma el anglicismo urbano “killah”, usado para hablar de algo cualitativamente superior o inclusive como un reemplazo del tan polémico “niggah”, que puede ser dicho por la gente blanca sin ofender a nadie. Pero lo interesante es que no solo está lookeada como una “rapera” con sus pequeñas trenzas a lo Travis Scott, cadenas colgándole del cuello y su equipo de gimnasia Adidas dos talles más grande, sino que también podemos verla en actitud de esposa de culebrón latinoamericano, cocinándole a su marido que nunca se levanta de la mesa, mientras viste como una bailarina de salsa subida de tono. A su vez, otra de sus identidades parece ser más futurista, bailando en una habitación oscura, contrastando con planos anteriores, y rodeada de pantallas lluviosas de televisores.

No solo en la imagen vemos esta metamorfosis sino también en la letra. Por un lado hay frases que encierran ciertos modismos del lunfardo: yo tengo la grasa, papá usando ese “papá” de una manera muy local, que lxs porteñxs decimos con cierto tono canchero. Por otro lado hay palabras como “mantequilla”, “carro” o “frijoles” que se asocian a formas de hablar más ligadas a países de Centroamérica. Y como si esta mezcla no fuese suficiente, Nathy la corona combinando en una misma oración palabras en inglés y español: You need my fiebre inside you.

No solo formalmente se da la mezcla, también encuentro cierta narrativa común de la balada melodramática como es la de la mujer víctima del desamor que espera un hombre que la trate bien:

Ay que he sufrido

Tengo el corazón malherido

Tan solita yo pasé frío

Yo le explico señor

Tú tienes que ser cariñoso

Contradictoriamente está presente otra narrativa que se opone a todo ese imaginario construido con anterioridad, como es la de “mujer empoderada”. Mientras en el videoclip vemos imágenes captadas con cierto filtro borroso, como si Nathy fuera una diva de ensueño de Hollywood (personificación que se repite y profundiza en su videoclip “Copa glasé”), bajando del auto y caminando por la alfombra roja rodeada de fotógrafos, en la canción escuchamos:

Quieren que esté en todos los eventos

Los dejo tumbaos al pasar

Soy sirena del desierto

Armo cien huracanes con mi viento

En el trono de la reina yo me siento

Se te van los ojos cuando lo empiezo a botar

Igualmente esta no es la única forma de mostrarse como una “mujer empoderada”. Este tópico se repite constantemente en sus temas. Sin ir más lejos, tiene canciones que la posicionan desde el título como “la jefa” (algo que es muy común en toda la ficción del reggaetón, por ejemplo con Daddy Yankee como el “Big Boss”): “Business Woman” y “Mafiosa”, o letras que refuerzan la idea de una alta autoestima: una perra sorprendente, curvilínea y elocuente. En “Natikillah” no solo la vemos como una Marilyn latina, también está representada como una “big boss” mientras ella misma maneja una moto acuática, con sus trenzas cosidas y sus botas de caña alta, moviendo el culo que se asoma por los tajos del jean en cámara lenta.

Cualquiera que haya escuchado alguna canción de ella sabe la importancia que le da a su cuerpo. En este sentido, lo que encuentro más interesante de esta canción-manifiesto es que toda esta construcción de artificialidad que estoy señalando, y que queda manifestada en menos de tres minutos y medio de canción, da un giro contradictorio en las siguientes líneas:

Con mi celulitis y mi fibra grosa

Tú sabes que así estoy más hermosa

Natural me trajo a la tierra mi diosa

Acá, Nathy ejecuta una especie de operación oximorónica con su pretensión de “naturalidad”, problematizando todo ese artificio identitario que fue alimentando durante toda la canción. Esta autodefinición, que mientras es enunciada se contradice mediante las imágenes de ella como un personaje femenino del melodrama o una especie de gángster, da lugar a un choque. El juego existente entre dos campos semánticos contrapuestos abre una tercera vía, rompe con las barreras infranqueables entre lo natural y lo artificial. La imposibilidad de siquiera definir estas dos categorías en bloques acotados deja en evidencia el carácter liminal de Nathy Peluso como performer.

Y como corolario, la idea central de la canción es poder dar una (o infinitas) respuesta a la pregunta que apunta directamente al oyente/espectador: What you wanna know about me? (¿Qué quieres saber sobre mí?). Nathy nos contesta que ella puede ser todo eso y más. Es artificio y naturaleza, fusiona la vida y la performance, se afirma y se niega al mismo tiempo. La plasticidad de la letra y la imagen deja en evidencia la potencia política de su autoficción, es decir, la capacidad de abrir otro mundo más allá de toda dicotomía dominante.

Hace poco la escuché definirse (¿cuándo no?) como “artista del movimiento”. Me gusta pensar esta afirmación más allá de su literalidad: Nathy Peluso fluctúa, no se asienta sobre un género, ni sobre una identidad fija, hasta su apariencia física cambia constantemente. Sin embargo ella sigue afirmando su naturalidad. Y creo que ese no sé qué de su personaje que (me) llama tanto la atención radica en la construcción y evidencia de esa contradicción fundamental. Si bien no puedo terminar estas líneas sin confesar que tengo algunos sentimientos contradictorios al analizar la representación estereotípica de “lo latinoamericano”, que la ayuda a vender más discos y poder triunfar en España, la realidad es que es la quinta vez que le doy play a “Natikillah” en lo que va del día y no pretendo parar. Quizá a veces es cuestión de dejarse llevar por la música.

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Luz Barcala

Colaboradora

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