La materia de Cronenberg, tóxica y orgánica

Crimes of the future, la última película de David Cronenberg, recupera una pregunta conocida: ¿somos lo que comemos? Un mundo tóxico, ¿intoxica a sus cuerpos o pueden estos convertirse en cuerpos tóxicos?

“El comer aparece como una serie de transformaciones mutuas en las cuales la frontera entre adentro y afuera se vuelve borrosa: mi comida es y no es mía, somos y no somos lo que comemos.” 

Jane Bennett

Cuando fui a ver a la Sala Lugones Crimes of the future, en medio de una escena silenciosa y cargada de tensión sexual, mi campo visual fue interrumpido por el cuerpo de mi amiga. Esta me pasa por encima para exhortar al desconocido que yo tenía a mi otro lado que deje de hacer ruido con la bolsa de plástico de la cual estaba comiendo algo. No solo fue anticlimático, sino que me resultó extraño que el extraño estuviera comiendo. En general yo no elegiría llevar algo comestible para ver una película de Cronenberg. Recientemente escuché a Mariana Enríquez decir que Cronenberg piensa el cuerpo de adentro para afuera, el adentro del cuerpo no suele quedar limitado dentro de sus fronteras. Quizás por eso sus películas no me resultan buena compañía para comer.

En la filosofía muchos autores han reflexionado sobre el comer desde su punto de vista cultural, los rituales del comer y del cocinar. Pero, ¿qué pasa con el proceso mismo de encuentro entre nuestro cuerpo y el alimento? Mientras que esta película llega a la única sala en la que se va a estrenar en Buenos Aires (el cine ha muerto bla bla, que viva el torrent), se publica la traducción de Materia Vibrante de Jane Bennett. Este texto, originalmente publicado en el 2010, es fundamental para las corrientes que se dan en llamar “nuevos materialismos”. La base de esta perspectiva es poner en primer plano la vitalidad de la materia, estudiar las relaciones de los materiales humanos y no-humanos como materia viva que se transforma y tiene capacidad de transformar su entorno. Si una manzana, materia orgánica, cae de un árbol y queda sobre la tierra, va a lentamente descomponerse y ensamblarse con esta, generando una transformación de ambas materias sin ninguna necesidad de que la acción humana medie sobre el proceso.

El acto de comer implica transformaciones mutuas entre materiales humanos y no-humanos. Conocemos el poder productivo de la comida, una vez ingerida los procesos metabólicos de nuestro sistema orgánico pueden generar nuevo tejido humano, puede ser grasa, puede ser músculo: lo importante es que transforma y crea algo que no estaba antes. En Crimes of the Future, hay algunos sujetos que están experimentando una “evolución acelerada” y producen sistemáticamente nuevos órganos. El protagonista, Saul Tenser (Viggo Mortensen), es una de estas personas. Lo que él hace con estos órganos es removerlos y desecharlos a través de performances artísticas con su compañera, Caprice (Léa Seydoux), devenida en cirujana-performer. 

Estos cuerpos re-evolucionados tienen problemas para realizar necesidades básicas: alimentarse y dormir. El sueño siempre los encuentra con dolor, lo que antes era un sistema de alerta para el organismo ahora es la naturalidad de su descanso. Por otro lado, los alimentos no pueden ser digeridos por sus organismos. La industria médica crea una serie de máquinas-computadoras-prótesis para “alivianar” y normalizar el comportamiento del cuerpo. La máquina que Tenser utiliza para alimentarse toma la forma de un asiento esquelético, con una superficie que parece hueso brillante: un plástico que toma la forma de lo orgánico. Cada escena en la que Tenser se alimenta es acompañada por sonidos corporales, arcadas, broncoespasmos, huesos que se mueven, sonidos graves que recuerdan a los gruñidos de una bestia. La máquina reacomoda a Saul como cuerpo sin órganos, mueve sus entrañas, su tráquea, laringe, sus músculos para que la materia orgánica de la comida pueda incorporarse. El resultado es violento, el cuerpo y la comida son dos materias que se repelen.

Las escenas de ingestas inauguran y cierran la película. Al comenzar un niño es asesinado por su madre porque le asusta que él se alimente de objetos sintéticos. El padre del niño, Lang (Scott Speedman), forma parte de un movimiento que “comercializa” clandestinamente unas barras plásticas para comer. Estas barras son lisas, suaves, sin texturas: en la película vemos su proceso de producción, pero en el producto final no se ven trozos de los desechos de dónde vienen, parecen puras en sus materiales, ahora transformados en algo nuevo. Su color violeta es de fantasía y vienen en un envoltorio plástico plateado brillante.

En Materia Vibrante, Bennett recupera estudios que buscan demostrar cómo algunos lípidos pueden favorecer estados anímicos o afectivos en los humanos. Todos hemos escuchado alguna vez que el chocolate te hace feliz, te dispara endorfinas o cómo el café o el mate te despierta, te exalta. Nietzsche es alguien que afirmó que los estados de ánimo, las aptitudes psicológicas y cognitivas se transforman por lo que ingerimos. A su vez, él postulaba que no todas las dietas sirven a todos por igual. Esta parece ser la tesis central en Crimes of the future: algunos sujetos evolucionados pujan por entender las transformaciones de sus cuerpos como la apertura de nuevas necesidades y no como un error a ser remedado con prótesis maquínicas. En esos nuevos cuerpos, nuevos órganos, las materias vivas que se ensamblan son otras. Un nuevo cuerpo cyborg requiere de nuevos encuentros con la materialidad.

El mundo de Crimes of the future es distópico, forma parte de narrativas con tropos reconocibles: desde la oscuridad y gamas de grises en sus paletas, atmósferas materializadas en texturas tangibles, mundos “subterráneos” en los que los humanos construyen nuevas formas de organización social o nuevos modos de vincularse. Todas estas narrativas del desastre, desde Children of men hasta Blade Runner buscan dar respuesta a la pregunta por sí existe un futuro posible, como diría Mark Fisher, ¿puede haber futuro sí perdemos la capacidad de crear? A esta pregunta por la agencia política entendida como capacidad de acción lineal, Crimes of the future suma la dimensión fractal. La agencia entendida, no como un relato de héroe de acciones premeditadas, sino como la acción propia de la materia, el movimiento de la materia más allá de intencionalidades. 

Cronenberg es un director que siempre parece preguntarnos “¿qué pasaría si …?” ¿Qué pasaría si toda la materia del mundo se transformara para seguir conviviendo? Si lo inorgánico que contamina el mundo ya no es desecho, sino que es fuente de vida, quizás podemos repensar nuestros vínculos con el entorno, con la ecología, con la supervivencia del desastre.

Como dije, las imágenes de ingesta inauguran y cierran la película. En el final, después de intrigas palaciegas, espionajes, asesinatos políticos y una competencia de belleza fallida, Tenser decide probar si él también puede digerir estas barras plásticas provenientes de las amalgamas más tóxicas de nuestros basurales. La respuesta es justo una imagen.

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Mili Villar

Codirectora