Niños emprendedores y adolescentes empresarios inundan las redes. Con tonos de gurú asertivo, coaching y autoayuda, les prometen a sus coetáneos progreso y éxito en el único plano que resulta relevante en la actualidad: el económico. Pobreza generalizada, retracción democrática y una variación cruel de la oposición entre generaciones.
Un adolescente en TikTok mira directamente a la cámara y dice “no vayas a la universidad”, vas a “estar seis años para ganar 500 dólares por mes”, “antes de entrar a la facultad mirá los autos de los profesores”, “ellos son pobres y dan lástima”, “vos no querés ser pobre”. El video se replica en su canal de YouTube y en cada plataforma tiene cientos de miles de vistas, likes y comentarios. El escroleo posterior es una cascada de caras muy jóvenes explicándote cómo ganar dinero tradeando activos financieros y vendiendo cursos sobre cómo funciona el mercado de valores, o sobre cómo usar cierto programa para editar videos y convertirte en famoso youtuber, o cómo hacer negocios rentables de dropshipping, o dándote alguna regla para mejorar tu vida en algún aspecto que te ayude, en definitiva, a ganar dinero. Los protagonistas tienen 15, 16, 17 o 18 años, son blancos (o blanqueados), prolijos, de vestimenta sobria, autoadscriben a la categoría de normales y apelan a ese término varias veces para referirse a quienes los están mirando. Proyectan una imagen en la que cualquier varón que va a la escuela secundaria en un contexto urbano podría reflejarse, pero van dejando en cada uno de sus videos señuelos de grandeza y una promesa de éxito que condensa el Bien, la Verdad y la Belleza de esta era: ser millonario.
En su libro Está entre nosotros (2023), Semán describe a las derechas radicales enalteciendo al dinero como valor primordial que rige las decisiones calculadas y absolutamente conscientes de los individualísimos homo economicus, encarnados aquí en cuerpos adolescentes que gritan a viva voz que lo único que mueve su deseo es la acumulación de riqueza en la forma específica de plata. Pueden ser dólares o bitcoins, monedas supuestamente fáciles de mover entre plataformas y países para gastar rápidamente en las últimas versiones de productos tecnológicos que ya tienen. El futuro que se imaginan es de Lamborghinis y mansiones, pero generalmente son mantenidos por sus padres y no podrían decir ni cuánto pagan de luz en sus casas. Las primeras huellas de este fenómeno aparecieron en Europa y Estados Unidos en tiempos de pandemia, como calco y copia de prácticas adultas, pero hoy inundan las redes de toda América Latina con un clivaje etario específico, reflejando —y moldeando a la vez– un modo de crecer y pertenecer en tiempos de retracción democrática.
No sabemos el alcance de estos mensajes ni si el número de visualizaciones corresponden a seguidores convencidísimos o a docentes universitarias sin Lamborghinis que miramos atónitas el credo de instrucciones. Pero sí sabemos que la retracción democrática no comenzó en Argentina el año pasado y que cuando el Estado quita los apoyos sobre los cuales asentar una vida, lo que gana terreno es la estrategia solipsista de salvación. Lo particular de esta era es que ahora aquella estrategia se encarna en un grupo de adolescentes con mucho conocimiento de internet y poquísimas chances de llegar a la adultez con un trabajo que les permita sustentarse la mínima reproducción, y que, desde que tienen memoria, sólo han visto a sus familias empobrecerse. Como saben que hay pocos lugares disponibles para la supervivencia en aquel tiempo venidero, los videos adoptan la retórica de gurú de secta combinada con coaching de autoayuda y crean la ilusión de que la fuerza de voluntad puede superar cualquier obstáculo, sólo hay que esforzarse y sufrir: “levantate a las cinco de la mañana y hacé ejercicio antes de salir para la escuela”, “no pierdas tiempo con los jueguitos, concentrate en tu negocio”. La promesa de redención es a corto plazo y el único destino es lograr no ser pobre. Para ello, todos afirman, es necesario destacar del resto, lo cual lleva la competencia a su paroxismo, siempre con modulaciones en inglés: “en este video te voy a enseñar cómo dejar de ser un npc”, o sea un non playable character, “una persona que no hace nada de su vida”, “que está controlada por el sistema”, “que no tiene personalidad y se viste como todos los demás”, “que no tiene chances de triunfar”, “alguien que va a terminar siendo pobre”. En esta misma línea, muchos videos incentivan directamente a que rompas tus lazos sociales porque “tener amigos es de pobre” y “son una pérdida de tiempo valioso para hacer plata”.
En muchos sentidos, el estilo de estos videos resuena en aquello que dijo Mark Fisher en Realismo capitalista (2016) sobre el hip-hop como expresión cultural: “cualquier esperanza ‘ingenua’ en que la cultura joven pueda cambiar algo fue sustituida hace tiempo por una aceptación dura de la versión más brutalmente reduccionista de la ‘realidad’”, lo cual es performativamente renovado en estas estéticas generacionales. Como el hip-hop, estos videos están hechos de una retórica directa y cruda, siempre en una primera persona que da cuenta de las dificultades que trae aparejada la vida, pero de que es posible sobresalir del montón y pegarla –o sea, zafar de una pobreza casi inevitable si consideramos las tendencias económicas locales y globales, y el hecho de que los índices de pobreza aumentan en las edades más jóvenes. También como en la música, estos audiovisuales pretenden ser emotivos y desbordan en afectividad como prueba de veracidad y de conexión profunda con sus receptores imaginarios. En sintonía con la narrativa de autosuperación emprendedurista con la que Fisher caracterizó a la etapa actual del capitalismo tardío, muchos de estos videos cuentan historias de progreso personal cuyo centro es el dinero: “cuando yo tenía 15 estaba perdido, pero ahora con 17 soy el dueño de mi vida, tengo mis propias finanzas” y, a diferencia de las versiones adultas de estos productos, los protagonistas no insultan a cámara, aunque sostienen un tono agresivo de dar órdenes para “despertarte” y “que te des cuenta de que sólo vos podés cambiar tu vida”.
Por supuesto, la segmentación de mercado tiene su variación del fenómeno para mujeres. En estos casos, las protagonistas son jóvenes bellas y delgadas, repletas de maquillaje y pelo lacio -alisado-, sin ostentaciones de joyas ni adornos procurando mostrarse naturales, que parezca que se levantaron así hoy. En sus videos son sensuales, con ropa ajustada, pero en la medida justa, como para conservar un halo de seriedad. La imagen que proyectan es de empresarias –de 17 años–, mujeres independientes con negocios propios y una agenda ocupadísima que, sin embargo, siempre tienen un espacio para vos. Ellas sonríen a la cámara y se muestran hiper-amables para convencerte de que “puedes ser una exitosa emprendedora sin salir de tu casa” en una reapropiación del feminismo que mezcla elementos liberales y conservadores en una pesadilla visual. A diferencia de los productos masculinos, estos muestran a las adolescentes con sus amigas y refuerzan los estereotipos más clásicos de mujeres empáticas y dadas a la cuestión social, pero ahora renovadas y listas para triunfar haciendo plata.
Si bien estas estéticas del camino del héroe no son novedosas, sí lo son en tanto encarnaciones adolescentes habilitadas por tecnologías que crean la ilusión de que cualquiera, de cualquier edad, puede salvarse y salvar a los suyos siendo un poco más ingenioso que los demás. En este punto es relevante la cantidad de veces que los videos afirman cosas como “no necesitás experiencia previa”, “no hace falta que tengas dinero ni conocimientos”. Así, los creadores de contenido prometen montar imperios económicos sin recursos previos y con la garantía de asesores que strimean desde sus habitaciones en casa de mamá y papá. Pero las figuras adultas no son nombradas más que para ser bastardeadas, tratadas de pobres, mediocres y tontas, de las que incluso hay que aprovecharse porque “no saben cómo funcionan estas plataformas” y es posible “venderles muy caro algo que a nosotros nos sale muy barato”.
Los esquemas vinculares de competencia entre generaciones tampoco son novedosos, pero el crecimiento de la pobreza y la desigual distribución de la riqueza que favorece a los mayores produce una tensión intergeneracional particular, alimentada por la falsa democratización del conocimiento que ha producido internet y la supuesta libertad que esta herramienta otorga para hacer negocios –y para hacer cosas sin que se enteren tus papás, aunque estés en el cuarto de al lado–. En su libro La nueva derecha, Strobl (2022) caracteriza a este signo político por funcionar polarizando grupos y posiciones, algo que se está dando también entre las clases de edad por parte de muchos adolescentes, pero también de las personas adultas que han ubicado a estos varones como culpables de todos los males. Más allá de la indignación que nos puedan producir estas estéticas, la pregunta es qué otras nos inventamos para generar proximidad donde el algoritmo quiere guerra.
Soy antropóloga, trabajo como investigadora y como docente.
Me divierten los verbos irregulares, me emociona la danza y me excita cortar calles. Tengo de obsesión al tiempo y por eso hago antropología de las edades e investigo sobre vínculos entre las generaciones en CONICET. También doy clases en la universidad, en la escuela y en el barrio.