Javier Milei y el judaísmo banalizado

Facundo Milman

La relación de Javier Milei con el judaísmo es compleja porque, por un lado, están las redes que teje con la comunidad judía y, por el otro lado, está su insistencia en la evocación de las imágenes judías cuando el judaísmo es iconoclasta. ¿A qué imágenes recurre? ¿Hay un porqué detrás de ellas?

“La religión es esencialmente el acto de aferrarse a Dios. Y esto no quiere decir aferrarse a la imagen que nos hemos formado de Dios, ni aferrarse a la fe en Dios que hemos concebido”

Martin Buber, El eclipse de Dios: estudios sobre las relaciones entre religión y filosofía (1993).

“La imagen más grande de la historia se encuentra en la idea del reino mesiánico. (La relación infinitamente profunda de la historia con la religión y la ética surge de este pensamiento)”

Gershom Scholem, Lamentations of Youth (2008).

En estos últimos meses, se interrogó la relación entre Javier Milei y el judaísmo. Por un lado, están las redes que teje con la comunidad judía. ¿Cuáles son sus vínculos con la comunidad ortodoxa? ¿Qué personalidades judías están a su alrededor? ¿Qué grupos lo apoyan? Por el otro lado, hay preguntas respecto a su espiritualidad o fe. ¿Qué tipo de vinculación hay entre “el Uno” –la forma en la que llama Milei a Dios– y su creencia? Y si bien fueron muy productivas estas preguntas a la hora de pensar y leer, también se obliteró una parte fundamental: la iconografía judía en la presidencia. Porque, por un lado, Javier Milei insiste en la evocación de las imágenes judías y, por otro lado, el judaísmo es iconoclasta. Sin embargo, no se trata de uno ni del otro, son los dos; es la conjunción “y”, es la mezcla entre ambos. Lo intersticial cobra un sentido en las imágenes que pretenden ser judías durante la presidencia de Javier Milei. En este sentido, me interesa indagar en las contradicciones de las imágenes judías que trae a colación este presidente junto a sus postulados: las tensiones entre lo singular y lo plural.

I. El León de Judá

Javier Milei como político se inaugura a sí mismo como el león: un león que viene a salvarnos. El león o, en hebreo, ari es una figura que aparece mencionada en Génesis 49:9 cuando Jacob dice: “Cachorro de león, Judá; de la presa subiste, hijo mío. Se encorvó, se echó como león, así como león viejo: ¿quién lo despertará?”. Como también Judá, la Tribu de Judá, es de donde descienden los ancestros de David-haMelej, el Rey David, y la Casa de David es de donde proviene el Mesías.

Sin embargo, el león trae consigo la redención, la gueulá, pero, como se mencionó, este necesita ser despertado. El león que trae Milei es otro, el otro: el que despierta a su rebaño y al resto de la selva. Una inversión de la tradición: el león mileísta es uno que despierta, que aturde, pero el león hebreo es uno que necesita ser despertado.

Si entendemos al judaísmo como una tradición interpretativa, y no sólo como una religión monoteísta-henoteísta, es notable que no se trata de cualquier inversión; se trata de una primera banalización del judaísmo. Milei adapta la visión del judaísmo a su placer o, para decirlo de forma litúrgica, a su imagen y semejanza. Trae al frente la imagen en una tradición iconoclasta que no es adrede. 

La primera mención de la “imagen” está en Génesis 1:26 cuando Dios crea al hombre y dice: “Hagamos al hombre a Nuestra imagen, como a Nuestra semejanza”. Me quiero concentrar en la “imagen”. En hebreo, imagen se dice tselem y significa “imagen plástica”; ella describe la esencia individual de cada ser humano. El tselem constituye una entidad independiente y autónoma que media entre cuerpo y espíritu, entre guf y ruaj. En la experiencia mística, el tselem podría manifestarse como la percepción del propio doble (¿también el doble del león?), que revela la esencia espiritual más profunda del hombre. Asimismo, el sabio medieval Saadia Gaón comenta a Génesis 1:26 que el uso mayestático es el mismo que usaban los reyes –y Dios es un Rey– cuando declaraban hechos importantes y absolutos. ¿Es Milei, entonces, un rey autodeclarado y absolutista?

La contradicción entre un león, el de Judá, y otro, el de Milei, es clara: la inversión y posterior banalización compone no sólo la distorsión de la realidad (de ser despertado a despertar a otros), sino también la actitud de abandonar la pluralidad a la unidad.

 

II. Las fuerzas del cielo

Las fuerzas del cielo son el pasaje para ser ungido por el poder, son la masa plural del ejercicio del poder. El cambio de ecuación es drástico: ya no se trata de despertar o ser despertado, ahora el elemento crucial es la victoria. Y, sobre todo, una victoria que depende de la divinidad. La victoria religiosa, la que proviene del cielo, nunca deja de ser una victoria política. Por tanto, la imagen enunciada ya no es tanto la de una inversión sino es un repertorio mezclado: confusión deliberada y teología política.

El pasaje que Milei cita con recurrencia se encuentra en el Libro de Macabeos 3:19: “La victoria en la batalla no depende de la cantidad de soldados sino de las fuerzas que vienen del Cielo”. Frente a este pasaje, el presidente se encuentra ante dos dificultades: la dificultad deliberada y la teológica-política.

La primera, a estas alturas, es redundante. El Libro de Macabeos, el que no deja de citar, no corresponde a la tradición bíblica judía. Milei, que declara intentar convertirse al judaísmo, que busca respetar algunos de los preceptos judíos, es un ignorante deliberado: el Tanaj, o también conocido como la Biblia hebrea, no incluye al Libro de Macabeos. Es un libro valioso, pero se lo considera apócrifo y no está incluido en el canon bíblico judío. Este libro multicitado no significa que sea inválido, pero frente a los que integran el Tanaj no tiene la misma autoridad. 

La segunda dificultad es la teológico-política. Javier Milei asigna a Dios el poder de hacerle ganar en la política. Como si ya no dependiera de él, de su partido o de su aparato político. En este sentido, la política brilla como una intensidad y no como una teoría de la ciudad. La batalla que él libra contra su enemigo –que sea un enemigo y no un adversario, es una deliberación– no depende de él ni de su voluntad, depende de los soldados celestiales. Pero quiero retornar al problema que le compete: la creencia del traspaso de una fuerza a otra. Se trata de una dependencia teológica a una política, pero ocurre una falla de cálculo. La teología no se agota dividiéndola políticamente; la teología reposa en la política en el mismo momento en que el presidente apela a una religiosidad, a una fuerza superior, a un Dios. Porque mientras que la teología tiene una fuerza descendente, la política es ascendente. La fuerza, efectivamente, proviene del cielo mas no de la política. Se trata de una demarcación entre lo espiritual y lo mundano ya que así como las fuerzas se manifiestan arriba, en los mundos superiores, también se manifiestan abajo, en los mundos inferiores o la política. En otras palabras, más allá de que Milei intente realizar una escisión entre teología y política, esa división se vuelve inoperante ya que la política está contaminada de teología. No importa si Milei cree en el milagro de una victoria por medios divinos, la teología-política se escribe un presente de una división indivisible.

III. Moisés

La historia con el personaje de Moisés se torna un poco diferente porque el profeta más importante de la historia del pueblo de Israel no se encuentra representado en la presidencia de Javier Milei. No está re-presentado, vuelto a presentarse en la política argentina, y tampoco está en las imágenes postuladas por el presidente. El trabajo realizado con la figura preponderante de Moisés es un trabajo propio de la iconoclasia de derecha. No se trata de una presentación al mundo político, sino de una proyección; Milei se proyecta en Moisés. Pero ese Moisés es como “el Uno” del paleolibertario ya que se encuentra hecho a su medida. No es el Moisés que se preocupa por los desposeídos (por la viuda, por el huérfano, por el extranjero y, sobre todo, por el pobre), es un Moisés libertario; es un Moisés libertador de la tierra argentina y no del pueblo judío.

La paradoja del liberal libertario es interesante porque, por un lado, postula a Moisés como “el máximo héroe de la libertad de todos los tiempos” –como sostuvo en la entrevista con el judeo-estadounidense Ben Schapiro– y, por otro lado, corre a Moisés de un lugar para ponerse a él mismo en ese espacio. Milei no pone a su héroe judío en primer lugar y luego a él; se pone a él primero ante todo. En ese mismo sentido, Milei se posiciona con el león de Judá -su propio León-, al lado de él, o mayor aún: Milei transmutado en un león; ese león venía a “despertar corderos”, ese león que se diferencia del león de Judá, sería su propia proyección y su propia calvario. Milei encuentra una imagen no-humana, más allá de los perros, en la que se representa. El liberal libertario compone la debacle de su proyecto: el león es el totemismo, el becerro de oro, el ídolo. Por lo tanto, limitarse al signo es limitar la potencia política. Un león que sea mío pero no tuyo, un león que se preocupe por mí y no por ti, eso es el becerro de oro del libertario.

Cabe mencionar también que, en esa formulación, dejan de estar presentes las imágenes creadas a partir de IA (Inteligencia Artificial) sino que son fotografías propias: fotografías en congresos, en disertaciones y en universidades extranjeras. Un contrapunto: pareciera que en este corrimiento no sólo subyacen las actividades académicas y presidenciales de Milei, sino también la necesidad de ser reconocido en el mundo -como dijo en el Foro de Madrid edición Río de la Plata: “No sólo estoy poniendo -a la Argentina- al tope mundial, siendo uno de los dos políticos más conocidos del mundo -junto a Donald Trump- sino que, además, estoy haciendo el mejor gobierno de la historia argentina”. Pero, al mismo tiempo, no dejan de ser imágenes tradicionalistas. Milei no deja de fotografiarse en el tedéum, se fotografía con los grandes líderes del mundo y con figuras de Estado como el Papa Francisco. No obstante, la contradicción es tan clara como ignorada: el liberal libertario es “anarquista de mercado” en lo local, pero un conservador hecho y derecho en el extranjero; desconoce al Estado y planea destruirlo en la Argentina, pero afuera no sólo lo reconoce sino que también le rinde culto. El Estado siempre extranjero, siempre benévolo es el que se encuentra afuera de su tierra, el que se encuentra donde él no echó sus propias raíces. El destino de Javier Gerardo Milei está escrito, desde el siglo XIX que tanto reivindica, pero no por Juan Bautista Alberdi sino por Esteban Echeverría, el símbolo de su generación, que sostiene en El dogma socialista (1873): “El mundo de nuestra vida intelectual será a la vez nacional y humanitario: tendremos siempre un ojo clavado en el progreso de las naciones; y el otro en las entrañas de nuestra sociedad”. 

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Facundo Milman

es ensayista y especialista en pensamiento judío. Ha colaborado con medios nacionales (como La Nación, Perfil, Nueva Sion, Nuso y LaVanguardiaDigital) como internacionales (Compact Magazine y Americas Quarterly)