¿Puede la ilustración contemporánea hablar de “aura”?

Entre imágenes creadas con Chat GPT y estéticas excesivamente pulidas que caracterizan las tendencias en la ilustración contemporánea, aparecen figuras como Lewis Rossignol, un artista que apuesta por lo manual, lo imperfecto y lo gestual como resistencia estética y política.

La ilustración como disciplina atravesó múltiples transformaciones a lo largo del tiempo. Con el auge de las tecnologías digitales, los programas de edición y ahora la inteligencia artificial, se popularizaron nuevas herramientas para la creación de imágenes y se consolidó una estética de imágenes limpias, técnicas y estandarizadas. Frente a este panorama, algunos ilustradores optaron por una estética opuesta, donde lo manual, lo gestual y lo expresivo recuperan valor como elementos identitarios y de comunicación visual.

Lewis Rossignol, ilustrador contemporáneo radicado en Portland, se inserta en esta corriente que opta por ir a contramano de las tendencias dominantes de la ilustración contemporánea. En su obra podemos observar rostros deformados, collage, textos tachados, manchas que parecen errores y colores opacos. Fusiona estilos diferentes, mezclando líneas finas con manchas, tipografías manuscritas y restos de textos recortados. Las ilustraciones del artista transmiten más un estado emocional que una forma definida. Paradójicamente, encontró su lugar y popularidad en plataformas digitales.

El análisis de la obra de Lewis Rossignol y su contexto, permite volver a pensar algunas nociones propuestas por Walter Benjamin, quien en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica explicó los cambios en el arte a partir de los avances en la tecnología durante el siglo XIX, y advirtió sobre la pérdida del “aura” con la aparición de la fotografía y las imágenes producidas mecánicamente. El aura se relaciona con la experiencia de encuentro con aquello que hace a la obra única, irrepetible. Considero que, si bien el texto fue publicado en 1936, esta noción puede ayudarnos a pensar las tendencias actuales en la ilustración. La tecnología avanza constantemente, perfecciona su capacidad de reproducir obras de arte de forma masiva y rápida, y a causa de ello éstas sufren varias modificaciones. En otras palabras, podríamos arriesgar la hipótesis de que los procesos que afectaban a la obra de arte a causa de la revolución industrial y aquellos que la afectan hoy en día a causa de la revolución digital, no son tan distintos. 

Un fenómeno que ilustra esta problemática de la pérdida del aura en la contemporaneidad es la tendencia que surgió recientemente de usar inteligencia artificial para generar imágenes “al estilo Ghibli”. Miles de personas comenzaron a enviarles sus fotografías a Chat GPT u otras inteligencias artificiales para que éstas las repliquen imitando el estilo de ilustración de Hayao Miyazaki. Algo que nació como una estética cargada de sensibilidad y detalle manual como lo es la animación artesanal japonesa, se vuelve una plantilla replicable, despojada de intención o contexto. Este tipo de procesos alimentan una cultura visual despersonalizada. El mismo Miyazaki opinó: “Siento que nos acercamos al fin de los tiempos. Los humanos estamos perdiendo la fe en nosotros mismos, el mundo va en mala dirección”. En este contexto, resulta necesario que existan ilustradores como Lewis Rossignol cuya obra sirva como resistencia a estas tendencias que representan el “anti-aura”.

En línea con esta crítica a la pérdida de la singularidad de la experiencia, el filósofo Byung-Chul Han reflexiona en La salvación de lo bello sobre cómo lo visual contemporáneo tiende hacia lo “pulido”: imágenes lisas, sin profundidad, agradables, sin fisuras ni resistencia. Según Han, lo pulido es el ideal estético de una sociedad orientada al consumo inmediato y al rendimiento, donde todo debe ser fácilmente digerible. La belleza de lo pulido es una belleza sin heridas, sin historia, sin subjetividad, y por lo tanto es opuesta a la propuesta por Lewis Rossignol.

Más que representar, Rossignol expresa. Sus imágenes no buscan imitar la realidad ni denotan claridad o limpieza, sino que exploran el desconcierto y lo emocional. En este punto, retoma búsquedas propias de las vanguardias artísticas del siglo XX, especialmente del Expresionismo y del Dadaísmo. Un artista que sirve como punto de comparación es Egon Schiele, pintor y grabador vanguardista, uno de los principales representantes del expresionismo austriaco. Con sus figuras desproporcionadas y líneas marcadas, no buscaba agradar sino exponer una intensidad emocional muchas veces incómoda.

Self-portrait in orange jacket, (Autorretrato en chaqueta Naranja) es una pintura realizada en 1913 por el artista que sirve para ilustrar las similitudes entre Schiele y Rossignol.

Una obra interesante de Rossignol para observar esta familiaridad con las vanguardias, y con Egon Schiele en particular, es el retrato del chef y presentador de televisión estadounidense Anthony Bourdain realizado por el ilustrador. El retratado está representado con una línea suelta y temblorosa, que dibuja su rostro y parte de su torso. Como mencionamos anteriormente, esta línea es fácilmente comparable a la de Egon Schiele en sus retratos. También hay elementos como un vaso con líquido naranja y un plato vacío con una mancha roja, posiblemente simbolizando los vicios del protagonista, lo cual retoma esta idea de celebración de lo feo, lo inadecuado y lo prohibido. La mirada del sujeto está ligeramente inclinada hacia la derecha, y hay un círculo rojo que enfatiza su ojo izquierdo. Las manos están desproporcionadas, en relación al cuerpo son demasiado grandes y muy detalladas, cargadas de marcas y símbolos. Una de ellas se apoya sobre una mesa, y la otra se encuentra levantada un poco por debajo de la altura del rostro. Esta desproporcionalidad y acentuación de las manos, además de servir como otro punto de comparación con la obra de Egon Schiele, tiene que ver con las actividades del retratado: cocinar y escribir, acciones profundamente manuales, creativas y corporales.

Los colores en la ilustración son limitados pero potentes, hay rojos, naranjas, ocres y un azul eléctrico. El fondo es beige, u ocre claro, como si fuera un papel viejo, lo cual también resalta el blanco de los ojos, por ejemplo. Si observamos la obra de Schiele también podemos encontrar similitudes en cuanto a la paleta de colores, limitada, cálida con predominancia del naranja y con un fondo ocre claro.  En la obra de Rossignol, el líquido del vaso sobre la mesa, la mancha roja en el plato y el pulgar de Bourdain son los elementos que más resaltan en cuanto al color, lo cual nos confirma que hay algo en esos elementos que se destaca. También hay papeles manchados, tachaduras, pedazos de cinta adhesiva, manuscritos, tipografías de máquina de escribir y una fotografía de una niña en blanco y negro. Hay palabras, en diferentes estilos de letra y caligrafías, y están dispersas por toda la composición. Algunas son legibles (como “Anthony B”, “London Times Literary Su”, o “Born June 25, 1956 – die June 8, 2018”), pero otras apenas se divisan, ya que se encuentran borroneadas, superpuestas o tachadas. 

Esta fusión de elementos permiten vincular las tendencias vanguardistas en Rossignol como la experimentación formal, la ruptura con lo tradicional en el arte o la interdisciplinaridad, ya que aquí conviven distintas formas de expresión: fotografía, escritura, caligrafía, dibujo, etc. También podemos incluir lo azaroso, este poder creativo de lo imprevisible, y la construcción de una realidad alternativa, en contraposición a una ilustración que se nutre puramente de fotografías y no de la imaginación o de emociones para imitar una realidad ya existente, como lo son estas representaciones creadas por la inteligencia artificial al estilo Ghibli. La situación actual de la ilustración nos lleva a cuestionarnos por qué ilustramos, a preguntarnos cuál es el punto de pedirle a una máquina que replique la realidad con precisión y pulcritud, cuando podemos crear un universo subjetivo que exprese estados internos, dudas, emociones y complejidades humanas que además nos lleve a conectarnos con el material. 

En un contexto de producción visual automatizada y celebración de la estética pulida, la obra de Lewis Rossignol aparece como un acto de resistencia. Esa resistencia no es solo estética, sino también política: se trata de recuperar el valor de la subjetividad, de lo manual, de lo emocional, frente a la estandarización y la velocidad de producción visual actual. Es también una forma de reivindicar el tiempo del artista, el proceso creativo, el trazo gestual y la imperfección como marca de lo auténtico. En este sentido, su trabajo puede leerse como un intento de recuperar el aura: esa singularidad irrepetible que surge de la experiencia del encuentro con una subjetividad. Su obra nos recuerda que todavía hay lugar para el trazo que no se puede predecir, para la imagen que no se puede simular. Y en esa imposibilidad de ser reproducido reside su valor.

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