Cristina Piffer: la barbarie es la única realidad

Obras creadas con sangre, tripas y grasa de vaca se vuelven alegoría de la argentinidad en La herencia indócil de los espectros, una muestra antológica retrospectiva de Cristina Piffer.

¿Se puede escribir una historia con sangre deshidratada? ¿Se puede esculpir una alegoría nacional con tripas trenzadas? ¿Se puede inmortalizar al oprimido cuando se narra el relato de los vencedores?

Cristina Piffer intenta dar respuesta a estas preguntas en La herencia indócil de los espectros, la muestra con la que cierra el 2019 Fundación Osde. Es notable la decisión de despedir el año con esta puesta en valor e investigación de la artista, sobre todo si se tiene en cuenta su inauguración: 10 de octubre, fecha muy próxima a las elecciones presidenciales en Argentina. Y esto no es un dato menor cuando la obra exhibida expone e interroga las vicisitudes de pensar lo nacional argentino a partir de textos e imágenes de diferentes sucesos ocurridos desde el siglo XIX.

Piffer (Buenos Aires, 1953) es artista y arquitecta. Egresó de la Facultad de Arquitectura de la UBA y estudió con Alejandro Puente. Participó en proyectos de arte público en San Juan de Puerto Rico, Buenos Aires y Berlín. Entre 2013 y 2017 fue parte del colectivo Artistas Solidarios con Javier del Olmo, Ana Maldonado, Juan Carlos Romero y Hugo Vidal. Con Vidal y Maldonado componen actualmente el grupo TR3S. A lo largo de su trayectoria, Piffer ha creado obras que cuestionan la realidad a partir de materiales incómodos para muchos.

La muestra curada por Fernando Davis, lejos de realizar un recorrido lineal, reúne obras ejecutadas entre 1999 y 2019, cuyo peso radica en un fuerte trabajo de archivo y en la importancia, tanto técnica como conceptual, de la materialidad. El espacio de Fundación Osde funciona a la perfección para desarrollar este itinerario ya que las obras logran articularse con el lugar en el que se sitúan. Se trata de blancos salones despojados, iluminados de manera quirúrgica, en los cuales reconforta a primera vista el orden y la calma. En ellos se presentan las obras que a la vez dialogan con estas características.

Sobre mesadas de acero se apoyan encofrados de vidrios con formas atractivas a la vista, retratos de pequeño formato o placas blanquecinas con palabras caladas minuciosamente. En las paredes se exhiben estructuras vidriadas con motivos monetarios decimonónicos impresos en bordeaux amarronado y en el suelo aparece una senda incaminable por la riqueza de su textura marmórea. Todo parece emparejarse.

Sin embargo, el ojo curioso, al acercarse a cada una de las obras, advierte el uso de materiales poco convencionales, cuando no morbosos. Toda obra allí exhibida roza lo trágico: el vidrio contiene formol que resguarda del tiempo tripas trenzadas, las palabras cuentan hechos terribles y son caladas en grasa bovina y los retratos son de personajes bastardeados por la historia; si el bordeaux es amarronado es porque su pigmento está hecho con sangre vacuna deshidratada y si la baldosa es incaminable es porque su textura de mármol la producen las vetas de un corte ganadero.

Aquí, por lo tanto, se articulan dos recursos político-estéticos: por un lado, las tácticas del inventario fotográfico unidas a la imagen y a la palabra como registro-huella que cala las superficies o se imprime en ellas; por el otro, lo orgánico como materia prima, en tanto tinta serigráfica, o pieza escultórica contenida en formol y vidrio para ser mostrada en mesadas de acero, o para ser desplegada sobre el suelo. Todo reverbera en un siniestro orden y pulcritud que, si bien calma el ejercicio de la contemplación, activa la intuición. La huella de un cuerpo que alguna vez fue y ahora es tripa, sangre deshidratada, carne ajusticiada o nombre pronunciado, se hace presente.

Habitar la exhibición es quitar parte del velo que cubre la canonizada Historia Argentina y exponer la Historia de los Olvidados, los Vencidos. Es dejar en evidencia los recorridos autoritarios de la historia oficial, y exhibir las voces silenciadas de estas narrativas tras las luchas entre unitarios y federales o tras los horrores del disciplinamiento antropológico de las campañas de exterminio indígena.

Piffer cuestiona el valor de lo ganadero en la concepción sobre lo argentino, a la par que recupera los nombres perdidos durante la constitución del Estado Nacional; activa palabras que polemizan la búsqueda de la república liberal decimonónica: escrito en sangre bovina se lee “INDIO, BÁRBARO, EXTRANJERO, APÁTRIDA, SUBVERSIVO, TERRORISTA”.

En la muestra opera un continuo juego de fascinación y seducción por las formas y la pulcritud y una repulsión inherente a la materia: hablamos de atractivos encofrados transparentes que alardean en sus formas geométricas cortes ganaderos o achuras trenzadas. De este modo, si bien, por un lado, las obras parecen tener una factura minimalista, evocando la razón, el orden, y por ende, la civilización; por el otro, exponen la carne y las vísceras, aquello que debe permanecer escondido pero se exhibe en rojo punzó y remite instantáneamente a lo bárbaro, a la supuesta herida nacional que una y otra vez necesita ser silenciada, cuando no suprimida.

En definitiva, Piffer monta una puesta histórico-alegórica que remite a procesos que de antaño se disputan el campo de la tradición y la hegemonía en torno a dos formas de entender la Nación desde la Independencia. Por un lado, una Argentina europea, cosmopolita e institucional, por el otro, una definida por lo nacional y lo latinoamericano.

Definiciones que, a su vez, tomaron diferentes formas –“unitarios o federales”, “civilización o barbarie”, “peronismo o anti-peronismo”–, siempre binarias y contrapuestas sobre el destino nacional, y que continuaron gravitando en los conflictos y en las decisiones del presente.

La obra de Piffer se caracteriza por jugar con el espectador y con la concepción de arte y su sistema. A medida que el visitante avanza por la exposición el inquietante vaivén entre salvajismo y razón se nivela para el lado del orden. La intención curatorial reproduce un estricto espacio de laboratorio con sus grandes mesadas de acero que parecen iluminadas bajo el faro de las ciencias exactas, aquellas que se jactan de su precisión y estirpe por haber dejado la subjetividad de lado. Sin embargo, antes de marcharnos, la artista emite su reproche en 300 Actas (2017) al recuperar la subjetividad en el reflejo del espectador.

En esta instalación, que nos despide frente a la puerta de entrada, Piffer retoma los recursos del archivo y cala en láminas de metal lo registros de 175 actas de bautismo redactas en 1897 a prisioneros indígenas de la Isla Martín García. Esta última funcionó, desde finales del siglo XIX, como campo de concentración y de disciplinamiento biopolítico indígena. Allí fueron convertidos en mano de obra esclava y se los explotó físicamente, siendo destinados luego al servicio doméstico o a actividades productivas. Esta obra pertenece a la serie Argento, la cual también cuestiona la raíz etimológica de Argentina en su designación.

De este modo, la instalación denuncia no únicamente lo que fue asentado en los Libros Sacramentales de la Isla Martín García, sino que nos enfrenta a nuestro reflejo y nos recrimina ser también testigos de esta infame herencia. La subjetividad se vuelve carne, y ya no del otro que una vez fue y ya no está, sino del propio cuerpo que es reflejado y forma parte del espacio.

Si los valores artísticos tradicionales tienden a aislar la corporalidad de la experiencia estética, la artista busca tensionar el canon y hacernos conscientes de nuestros cuerpos –sobre todo si tenemos en cuenta que éstos también son políticos.

Piffer reclama por un espectador indócil que recorra los relatos insoportable y negocie los significados configurados por la historia, a la vez que plantee otras narrativas. Demanda, en última instancia, que los espectros del pasado sean tomados en cuenta para las visiones del presente.

La herencia indócil de los espectros de Cristina Piffer se puede visitar hasta el 14 de diciembre en Espacio de Arte – Fundación OSDE, Arroyo 807, CABA.

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Danila Nieto

Colaboradora