Hablar del cine de Céline Sciamma, del cine que ella escribe y dirige, es hablar de la niñez y de la adolescencia, de la búsqueda de la identidad y la transformación sujeta a la fragilidad innata que supone crecer.
En el imaginario de sus películas, personajes femeninos se confrontan a sus cuerpos y a sus deseos, y a la libertad que de pronto se manifiesta como inalcanzable. Pero más allá de esta búsqueda, Sciamma transita la sexualidad femenina y la expresión de género como manifestaciones fluidas, en un proceso constante de cambio y mutación.
En Naissance des pieuvres (Lirios de agua, 2007), primer largometraje de la directora, los personajes son tres chicas en plena transición entre la pubertad y la adolescencia. Marie, acomplejada por su cuerpo pequeño, es la mejor amiga de Anne, quien está obsesionada con uno de los chicos del equipo de natación. Marie acompaña a Anne a una competencia de nado sincronizado donde ve por primera vez a Floriane, la capitana del equipo más avanzado, y queda fascinada por ella, quien además de estar físicamente más desarrollada que las demás, proyecta una confianza corporal y actitudinal que levanta la mirada de los demás en forma de envidia o interés.
En cierta medida, existe en todas ellas una fricción entre cómo se ven y lo que proyectan al exterior. La angustia de Floriane y su aislamiento casi auto-impuesto proviene del personaje que los demás le atribuyen erróneamente y que ella asume como una máscara de protección. Por su parte, Marie se refugia bajo el agua, donde puede esconderse y a la vez contemplar sin reservas aquello que le despierta curiosidad, pero que afuera demanda discreción. Y Anne lucha con su peso, una barrera que imprime inseguridad sobre su carácter jovial. La amistad se tropieza con deseos no hablados y amores no correspondidos en pleno despertar sexual, plagado de inseguridades y secretos.
Tomboy (2011), el segundo trabajo de dirección de Sciamma, se nutre de la teoría performativa de Judith Butler para narrar los conflictos de género e identidad que se presentan en la niñez. Cuando Laure y su familia se mudan a un nuevo barrio, ella es confundida por su vecina como un niño, y adopta, a partir de esta equivocación ingenua, el nombre de Mickaël. La manera en que ocurre este error se reduce a la restricción del lenguaje binario que califica a las palabras -y por ende al mundo– en masculino o femenino.
Esta confusión da cuenta del carácter taxativo del lenguaje binario que califica a las palabras –y por ende, al mundo– en masculino o femenino, lo cual es una limitación. Así, cuando la vecina le pregunta a Laure si es nuevo, ella asume, por la manera en que lleva el pelo y la ropa que viste, que es un niño.
A medida que pasan los largos y calurosos días de verano, los problemas que debe superar Mickaël tienen que ver con actividades físicas en las que su cuerpo podría plantear una traba, como jugar al fútbol sin remera o irse a nadar al lago con los demás. Así como uno elige lo que viste, ella elige asignarse un nombre distinto al suyo. Sin embargo, cuando su madre descubre lo que ha sucedido, su primer acto reaccionario es vestir a Laure con ropa más acorde a los actos de género o los constructos preestablecidos que rigen la identidad de una niña y exhibirla ante todos para que no queden dudas acerca de su feminidad. En este proceso, su madre irónicamente le “convierte” en mujer, pero admite sin saberlo que ser mujer se reduce a un nombre, a una manera de vestirse o a lo que Butler se refiere como actos repetitivos, que a lo largo de la historia se han sedimentado como normas de género naturales que determinan la configuración de los cuerpos en sexos binarios. En el gesto de la madre está implícito, además, el pavor a que los actos de Laure repercutan más allá de las cuatro paredes de su hogar.
Situada en los suburbios de Francia, la sexualidad cambiante incorpora la dimensión de clase y raza en Bande de filles (Girlhood, 2014). En esta película, Marieme se une a una pandilla de chicas rebeldes que ofrecen un escape a las limitaciones que aquejan su día a día, como las tareas del colegio, el sustento económico familiar y la inseguridad del barrio donde vive. En su transición de adolescente introvertida y sumisa a miembro de este grupo de chicas con cierta tendencia agresiva, Marieme cambia de nombre a Vic y, al hacerlo, cambia de imagen, de peinado, de manera de vestir y moverse para ser aceptada en este submundo alterno. De la misma manera, cuando abandona su casa y empieza a trabajar para un traficante de droga, su cuerpo vuelve a mutar. La vestimenta es un resguardo que le permite pasar desapercibida cuando realiza una entrega o volverse invisible frente a los hombres que dominan las calles.
En Bande de filles los roles protagónicos no son interpretados por actrices, sino por mujeres que viven en las mismas viviendas sociales de Francia donde se ambienta el relato, mujeres que a los ojos de Sciamma disfrutan jugar al fútbol americano tanto como bailar música pop. Cuando Vic asume su nueva identidad adquiere una actitud combativa que se traduce en peleas físicas con otras chicas y pequeños robos, pero también su relación con los hombres y las mujeres cambia y hasta se insinúa una atracción posible hacia una de las chicas que trabajaba con el traficante.
Además del eje temático, el modo de narrar de Sciamma fragmenta los cuerpos en planos cerrados de manos, nucas e incluso rostros que se resisten a una clasificación ceñida al sexo y al género, y a la correlatividad aceptada como obligatoria del uno con el otro. El inicio de las tres películas estiliza con una cámara lenta el quiebre como punto de partida sobre el cual la directora buscará no enmendar, sino deconstruir esas casillas tan rígidas en las que la sociedad se empeña por clasificar a las personas. Y es en esta búsqueda donde las miradas y los silencios adquieren preponderancia sobre los diálogos hasta el punto en que es posible distinguir una cierta similitud con el semblante tímido y vacilante de sus protagonistas que se enfrentan a la hostilidad exterior.
Tanto en la dirección como en el guión, Sciamma utiliza los cuerpos para describir la agitación emocional de sus personajes que mutan y adoptan diversas formas en el camino de exploración de la identidad y la sexualidad. Al hacerlo revela con naturalidad las vicisitudes de la identidad en un permanente estado de transformación, porque logra ver y desnudar la belleza de esta metamorfosis interior que puede parecer imperceptible para los demás.
Sciamma ve y desnuda la belleza de la metamorfosis interior de los cuerpos a través de personajes que mutan y adoptan diversas formas en el camino de exploración de la identidad y la sexualidad.
Colaboradora