Los aislamientos e individualidades de los modos en que vivimos actualmente nos incapacitan, nos quitan fuerza, nos roban poder. En su afán por aumentar la producción, el capitalismo tiende a acelerar el tiempo, que se vuelve un valor fundamental del que depende su máximo beneficio. El film Dos días, una noche (2014), dirigido por los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, ilustra esta dinámica desde el título.
Los aislamientos e individualidades de los modos en que vivimos actualmente nos incapacitan, nos quitan fuerza, nos roban poder. Estemos más o menos conscientes de ello o no, las complejas estructuras gubernamentales neoliberales configuran no únicamente nuestros espacios laborales y economías (que sería lo más evidente), sino especialmente los entramados silenciosos como son las formas de vincularnos, de auto percibirnos y de percibir al otrx, nuestros consumos, enfermedades y más. Sentir cansancio, frustración, depresión, apatía, desafección, agresividad, son mucho más que síntomas de historias personales, son, por sobre todo, resultados de las exigencias de rendimiento y autosuperación, de la lucha por la supervivencia impuestas por las lógicas de las actuales sociedades capitalistas.
En su afán por aumentar la producción, el capitalismo tiende a acelerar el tiempo, que se vuelve un valor fundamental del que depende su máximo beneficio. El film Dos días, una noche (2014), dirigido por los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, ilustra esta dinámica desde el título. Este plantea una determinada duración, es el límite de tiempo que tiene Sandra (Marion Cotillard) para convencer unx a unx a sus compañerxs de trabajo de que, en la votación que la empresa les impuso, entre elegir entre recibir un bono de mil euros o reintegrarla al empleo, la elijan a ella. ¡Qué trampa tan perversa, qué falsa ilusión de libertad, creer que son ellxs quienes en verdad eligen! Una elección forzada: si optan por el dinero se convierten en lxs verdugxs responsables del despido de su compañera y si optan porque se quede pierden el esperado dinero con las implicancias que eso trae a sus vidas (proyectos de pagar la escuela de lxs hijxs, de hacer arreglos de la casa, etc.).
Además de los recortes de puestos de trabajo y de salarios, la explotación externa se traslada de esta manera a una auto explotación, de forma que la precarización deviene en violencia. El gesto violento crea la noción de un otrx separadx de mí; de lo mío, lo propio contra esxs, lxs otrxs; es aquel que rompe todas las relaciones y aleja, anclando la identidad en un “yo” fragmentadx.
En el film esto se vuelve visible a través del espacio. El primero de los compañerxs al que Sandra encuentra es Willy, quien está trabajando en el patio de su casa cuando ella llega. Vemos ese otro espacio de trabajo lleno de materiales y sabemos, por lo que dice su esposa, que para que les alcance el dinero, además del trabajo que él tiene en la fábrica, se dedica a vender cosas en la feria ya que ella no consigue empleo. No inocentemente la cámara se queda en una posición casi fija al momento de la charla, con Sandra a la derecha y Willy y su esposa a la izquierda separados por dos “barras” verticales que dividen el espacio entre ellxs (una el hierro de una estantería y otra una columna del patio). La respuesta que le da es que, por más que quiera, no puede votar por ella porque necesitan del dinero.
En la escena en que Sandra visita a la siguiente compañera, Mireille, también aparecen líneas que las separan. En este caso la principal está representada en una franja marrón que es la abertura de la puerta del edificio en donde vive. La cámara se ubica en una posición similar a la anterior, mostrándolas a ambas a la vez, en un plano largo durante todo el diálogo, el cual crea verosimilitud y crudeza en la situación. En el medio de la conversación, una vecina entra al edificio haciéndose paso entre las dos y su simple y breve trayecto sirve para dibujar la segunda línea divisoria de las posiciones en tensión. Nuevamente Sandra recibirá un no como respuesta, Mireille se acaba de separar y le dice que necesita el bono para comprar cosas nuevas para su casa.
Estas barreras entre la protagonista y sus compañerxs se repetirán con cada unx, oponiendo los espacios y obstaculizando el encuentro. La división física estará dada por aberturas, por el borde de la esquina de una pared, por puertas de automóviles, por varas, por lockers.
Son interesantes, sin embargo, los pequeños pero tan significativos cambios que se producen en el encuentro con Timur: él está entrenando niños en una cancha de fútbol y la división espacial entre ellxs es otra, esta vez dada por una línea horizontal baja (la valla que divide la cancha del afuera), dejando libre la circulación del aire entre ellxs, sin trabas, posibilitando así llegar al otrx y también dejarse afectar. Tampoco la cámara toma la misma posición que en las escenas anteriores, ahora se mueve del rostro de unx al otrx, sin ningún corte, realizando un vaivén, como tejiendo un lazo de unión entre lxs dos. Sensibilizado hasta las lágrimas y tomándole las manos, Timur le dice que votará por ella.
No puedo evitar cuestionarme mis opiniones y pensamientos ante lo que propone el film. Repaso las escenas con cada unx, empatizando mucho con Sandra, después entendiendo los argumentos de otrx. ¿Qué estoy tratando de justificar? ¿Ante qué quiero quedarme tranquila? Pienso entonces que el lugar en el que nos posicionamos como espectadores merece atención. Es fácil entrar en el binarismo y tomar partido o querer juzgar porque así aprendimos y eso es lo que recibimos en esta sociedad de competencia y desconfianza hacia lxs otrxs.
No obstante, Dos días, una noche nos genera contradicciones e incomodidades y esto es porque elegir entre unx u otrx es seguir alimentando equivocadamente la segregación y no salir del círculo de austeridad afectiva del neocapitalismo, como lo plantea Virginia Cano, Doctora en Filosofía, docente, activista lesbiana y feminista. En su artículo “Solx no se nace, se llega a estarlo. Ego-liberalismo y auto-precarización afectiva” la autora conceptualiza con claridad este tema: “El modo en el que se auto/produce nuestra subjetividad individual, la manera en que se ata o sujeta a ciertos valores (como lo son el mérito, el éxito o el individualismo), es funcional a la preservación del aislamiento y el cercenamiento de los vínculos colectivos, recursos vitales para volver habitable el desierto afectivo del neoliberalismo”.
En total consonancia con su planteo, nos propongo discutir contra los ponderados discursos de la meritocracia, del esfuerzo individual, de “el que quiere puede”, que invisibilizan las desigualdades estructurales del sistema capitalista que hacen que para que unxs tengan necesariamente otrxs no. Desde esas divisiones verticales en los planos de Sandra con lxs otrxs, que lxs ubican como si estuvieran en compartimentos recortados y aislados, es claramente imposible pensar en una respuesta colectiva, como podría ser una huelga u otro tipo de alianzas entre trabajadorxs.
Aunque sólo lxs separa una abertura de puerta y están a centímetros de distancia, hay una presente y casi tangible lejanía entre ellxs producto de una escasez afectiva que es funcional a las políticas de productividad capitalista.
Los desafíos que entonces se abren para que asumamos son ejercitar nuevas formas: ¿Podemos crear una militancia colectiva que no desoiga lo subjetivo? ¿Puede la necesidad y el cuidado propio encontrarse con el sostén comunitario? ¿Podemos poner lo individual al servicio de lo colectivo y a su vez lo colectivo al servicio de lo individual? Creo que nos debemos permitir esos nuevos estados, ritmos y territorios, desconocidos aun, de vulnerabilidad, de apertura, de afecciones, para transformar el desierto y habitar en bosque. Toca atrevernos a estar con nuestra sensibilidad despierta, porosa, suave y potente para así devenir manada, una manada conjunta y propia.