La semana del primero al siete de febrero tuvo lugar el Festival Internacional de Cine de Rotterdam (IFFR) en su edición número cincuenta. Debido a las medidas sanitarias impuestas por la pandemia del COVID-19 esta edición se desarrolló de manera online. Las restricciones respecto a la presencialidad del evento no impidieron brindar una experiencia cinematográfica desafiante, curiosa y distinta.
Rotterdam es un festival que, sobre todo en los últimos años, se ha posicionado como un evento de vanguardia cinematográfica. Su apuesta a darle lugar a nuevos directores y a filmografías “alternativas” a otros circuitos más mainstream, lo han convertido en un interesante pasaje para los cineastas, críticos y espectadores de distintos lugares del mundo.
La edición online facilitó la participación de personas que no se encontraban físicamente en territorio holandés. Mi caso, como el de varios colegas que asistieron al festival, fue el de poder acceder a la cuidadosamente curada filmografía en competencia de forma virtual, con el plus de que las proyecciones no se realizaban en forma sincrónica, sino que uno tenía hasta 72 hs para ver las películas que eligiera.
A propósito de la selección de películas de este año, me llamó la atención la diversidad de propuestas cinematográficas en competencia. Pareciera que algo del extraño contexto “virósico”, signado por la virtualidad forzosa y el derrumbe de límites tradicionales que comprende al mundo “tal y como lo conocemos”, tiñó la selección estética de cortos, medios y largos que, muchas de las veces, lindaba con lo post-humano, lo ciborg y lo fluido en términos de género -tanto cinematográficos como sexuales-.
La primera película que me sorprendió gratamente respecto a lo mencionado es un corto documental llamado Tracing Utopia (2021), dirigido por Nick Tyson y Catarina de Sousa en una coproducción entre Estados Unidos y Portugal. En esta curiosa apuesta, un grupo de adolescentes se pregunta por la posible existencia de una utopía queer. En esta búsqueda, construyen comunidades virtuales utilizando el famoso videojuego MineCraft, el cual les permite explorar espacios que exceden lo tangible y que, sin embargo, pueden constituirse como lugares de pertenencia afectiva.
Modos “alternativos” de entender la comunidad contemporánea se hacen presentes en otra película que problematiza las nociones de lo humano, lo maquínico y lo genérico. Estoy hablando de la producción brasileña: Carro Rei (2021), una película de la cineasta Renata Pinheiro. Una prohibición dinamiza la acción del film: que autos con más de 15 años de antigüedad circulen por las calles. Esto llevará a un curioso joven y a su peculiar tío a comunicarse activamente con esos cuerpos en desuso para transformarlos en autos futurísticos pensantes y conscientes. En esta película las máquinas hablan, tocan y sienten, al igual que los cuerpos de las personas con las que se relacionan. Una curiosa reflexión sobre qué cuerpos -humanos y maquínicos- son residuos del sistema capitalista que los considera obsoletos se materializa en esta ficción post-humana de la directora brasileña.
Otro film interesante respecto a la no adecuación de un cuerpo al espacio es la nueva película de la directora argentina Ana Katz: El perro que no calla (2021). En esta suerte de coming of age treintaañera en blanco y negro, se cuenta la historia de un hombre de treinta y tantos deambulando por la vida, alternando entre trabajos de todo tipo, tratando tópicos como el amor, la paternidad y la pérdida. La sensación, compartida por el espectador- es la de un mundo que en cualquier momento puede abrirse bajo sus pies. Siempre en movimiento, el personaje trata de ajustarse a un mundo que no para de cambiar y de proponer nuevas reglas de funcionamiento.
En esta breve selección de películas con las que me encontré en el último festival de Rotterdam logran conjugarse algunas reflexiones en torno al particular contexto que nos toca atravesar como humanidad. La pandemia ha puesto en jaque los modos de entender la comunidad y los vínculos interpersonales. Las relaciones hoy día están mediadas por la virtualidad y lejos de una mirada apocalíptica que lamentaría la pérdida de determinada experiencia del mundo, algunos de estos films parecen preguntarse ¿y qué pasa con este mundo? El que está en constante cambio, el que se debe discusiones impostergables respecto a qué cuerpos y sexualidades prioriza sobre otros, al descarte de recursos naturales y, paradójicamente, a la posibilidad de mirar ese mundo cambiante como, precisamente, una posibilidad de transformación desde el cine.
Quizás, si más espacios como Rotterdam se animaran a desafiar con sus propuestas estéticas, las preguntas en torno a las posibilidades transformadoras del cine puedan desbordar y cuestionar su propia condición de tal.
Codirectora