AUDIONOTA

Barata opulencia

La escena trapera femenina celebra el revival de los 00s afirmándose como la nueva realeza plebeya del estilo, del artificio por el artificio mismo y de la imagen ideal como aquello invertido al interior de los cánones que sostienen el templo de la moda.

Cuando hablamos de moda en términos de industria, muchos detractores querrían —y seguramente lograrían— expulsar esta área del Partenón de las Bellas Artes. Cómo osaríamos incluir algo usable al lado de las contempladas y admiradas esculturas y pinturas que la tradición occidental tan generosamente nos ha legado. La moda y el diseño industrial han sido los parientes indeseables de la estética por su carácter utilitario y cotidiano. Sin embargo, es verdaderamente incalculable cuánto de la construcción histórica de las clases dominantes pasa por cómo estas lucen sus vestimentas.

Pero, incluso dentro de esta relegada esfera del arte llamada moda, existen distintos niveles de legitimación. Fundamentalmente entre aquello que parece barato y lo que parece caro. No importa mucho que efectivamente sea una prenda costosa en términos económicos, sino cuán cara e inaccesible parezca para los demás. Lo que importa —y utilizo el término “parecer” adrede— es la apariencia, como esa frase en inglés que dice: fake it till you make it (fingilo hasta que lo logres).

Natalie Wynn, mejor conocida como ContraPoints, es la filósofa youtuber por excelencia de los millennials tardíos/centennials. En uno de sus videoensayos titulado “Opulencia”, Wynn define a este término como “la estética de tenerlo todo”. Me resulta particularmente interesante esta definición, ya que aleja a la opulencia del efectivamente “poseer” algún capital, ya sea económico o simbólico; por el contrario, es la cuidada construcción de una imagen ideal lo que la determina. ¿Acaso algo no puede ser falsamente caro?, ¿baratamente caro? 

A lo largo de la historia del arte, la noción de “opulencia” ha atravesado constitutivamente la experiencia estética. La idea de que para contemplar una obra es necesario un “libre juego de las facultades” o una perspectiva ociosa es imprescindible para la conformación de las bellas artes en tanto esfera autónoma. Si bien este separatismo del arte y la vida cotidiana ha sido cuestionado en numerosas ocasiones, ya sea el caso de las vanguardias de mediados de siglo XX o aquellas de los años sesenta, lo que sucede en el campo de la moda es algo distinto. ¿Qué sucede cuando ciertas expresiones estéticas cuestionan el canon de “lo bueno y lo bello”, no desde una ruptura externa vanguardista, sino desde una lógica casi carnavalesca de inversión de roles? Lo caro ahora es barato. El tenerlo todo ahora se disuelve en la estética fantasmagórica de tenerlo todo.

Respecto a esto, algo curioso ocurre en la escena estética de la música urbana contemporánea, particularmente en las figuras femeninas del trap consolidadas como las grandes estrellas del momento. El ethos del barrio y las pibas que llegan de abajo para tomarlo todo se encarna en una construcción particular de la imagen ideal: su opulencia parece barata.

Repasemos un poco de historia

Para construir una genealogía de esta realeza plebeya, nos sirve remontarnos a los años 2000, década en la que lo visualmente “barato” dominó la escena cultural mainstream. En este curioso periodo histórico la trashy tv (televisión basura), los reality shows, los programas de chimentos y la idea de que efectivamente cualquiera podía ser famoso, marcó la agenda estilística por varios años. Lejos quedaron el grunge noventoso y el desencanto de la generación X. En los 00s llegaron las estrellas de realities con sus atuendos de cotillón y sus escándalos amorosos. Toda esta coloratura logró, incluso, teñir las grandes casas de diseñadores de moda como Dior, Prada, Chanel, Louis Vuitton, etc, que se subieron a la ola de diseñar prendas que dejaron de lado la fuerte marca identitaria del lujo e hicieron prendas que  parezcan para todos. Resulta interesante también destacar que esta década estuvo fuertemente marcada por ciertas figuras femeninas de la cultura pop, mucho más que por las masculinas: Las Destiny’s Child, Britney Spears, Christina Aguilera, Missy Elliot, Paris Hilton, Lindsay Lohan y, por el lado de la ficción: Elle Woods en Legally Blonde (1999), y Regina George en Mean Girls (2004), entre otras.

Algunas de las legendarias tendencias —que muchos quisieran olvidar— que esta línea estilística nos dejó son: ropa con estética bubblegum (chicle), el rosa chillón, telas metálicas, pantalones de jean anchos, el temido tiro bajo, logos y cinturones inmensos en contraste con carteras diminutas y mucho —mucho— jean.

La escena de la moda femenina del trap se sube a este revival, tomándolo como una de sus grandes influencias y reivindicando una suerte de homogeneización en lo estilístico. Al igual que en los 00s, parecemos asistir a un derrumbe de los parámetros tradicionales que validan “el templo de la moda” y, aquel lugar simbólico de la televisión basura es hoy ocupado por las redes sociales y por cómo las estrellas lucen sus looks en esta —ya no tan nueva— lógica de reality show de 24 horas. Nathy Peluso aparece en la premiere de una película usando un tiro bajo marrón, roto y con unos tajos en ambos costados unidos con una especie de corset entrelazado. Arriba lleva un top metalizado entre lilas y plateados con una imágen religiosa en el centro. En brazos lleva la cartera diminuta más famosa de los dosmil: la saddle bag, diseñada por la casa Dior. Sus uñas kilométricas se apoyan sobre el lujoso ítem que no guarda mucha diferencia con alguna adquisición que uno podría encontrar en algún bazar sin marca alguna. Cazzu, por su parte, aparece en un concierto con un look más deportivo, también con el tiro bajo en un color brilloso y el top rosa chicle. En el caso de Cazzu, la ropa interior se torna protagonista del outfit. Hay una intención de evidenciar ese descuido: que se vean las tiritas finas de la bombacha asomándose por el joggin y, en la parte superior, directamente un corpiño. En el caso de una cantante como Chita, más blusera que las dos anteriores, también se retoman estas líneas de otro modo, más en un estilo Britney en el videoclip de “Crazy”, se muestra con un top y una falda en colores azul y verde metalizados. Quizás en este último caso, por el perfil mismo de cada artista, hay una mayor búsqueda por cierto “refinamiento” en relación a una estética más “guarra” como la de Nathy y Cazzu. Sin embargo, en los tres looks mencionados se puede ver una subversión de los grandes nombres de los 2000 con atuendos que, si bien son objetos de lujo (incluso muchas de ellas piezas de colección como la saddle), se pierden en un montón de otros objetos seriados que uno —si así lo quisiera— podría encontrar sus respectivos equivalentes en cualquier tienda de baratijas. La estética de estas cantantes pareciera ya no afirmar que la gente rica y famosa se viste mejor y con prendas más inalcanzables que uno, sino que se visten más barato y ostentoso, porque lo importante no es diferenciarse visualmente del público de masas. Al igual que en aquella primera década de la filosofía de “los famosos por ser famosos”, estas artistas afirman una actitud lúdica sobre la moda: “ponete lo que se te cante”, “cualquiera puede hacerlo”.

Para muchos fundamentalistas de la moda esto es precisamente lo que hace a la década del 00s o la estética también conocida como “y2k” la peor y más nefasta de la historia. Es la década en la que todo el mundo lució barato, comprara una prenda por 2 dólares o por 500, todos se veían más o menos igual. Porque si hay algo que tuvieron los 00s es que fueron estéticamente juguetones, cualquiera podía ponerse cualquier cosa y elegir pagar una cartera de diseñador o un top de cotillón. 

Hoy pareciera que, fuertemente desde la escena trapera femenina, asistimos a una celebración de ese juego estilístico de la mano de la nueva realeza plebeya de la imagen, del artificio por el artificio mismo y de la imagen ideal como aquello invertido al interior mismo de los cánones que sostienen el templo de la moda, absolutamente inalcanzable, aunque, sin embargo, aparentemente barato.

 

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Ofelia Meza

Codirectora

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