Por qué nos creemos los cuentos (2021) nos invita a ponernos los anteojos de la ficción y habitar, durante un tiempo de suspensión, todos aquellos mundos que podrían ser: un libro, una película y, por qué no, las historias que nos contamos todos los días.
Por qué nos creemos los cuentos, de Pablo Maurette (Ed. Capital Intelectual), fue el primer libro que leí en el año. Lo empecé en una playa con amigas el 31 de diciembre del 2021 y lo terminé en los primeros días de enero del 2022, pero de alguna manera se las ha ingeniado para acompañarme todos estos meses. Para las vacaciones, en general, suelo elegir textos de ficción —novelas y cuentos— a los que me cuesta encontrarles espacio en la vorágine del ciclo lectivo-laboral. En este caso, la obra de Maurette no es un libro de ficción, como los que suelo llevarme de viaje, sino un libro sobre la ficción.
Un ensayo que toma dos objetos: un cuento de Julio Cortázar y una película de Quentin Tarantino. El trabajo de Maurette se pregunta lúcidamente por cuál es el estatuto de realidad al que pertenecen las creaciones artísticas. Sin miedo de usar la palabra “evidencia”, el autor reflexiona sobre los grados de verdad que le corresponden a la gran máquina de sueños que es la ficción.
¿Cómo va a ser mentira si me pasa en el cuerpo?
Como bien señala el autor, el fenómeno de la compenetración con una obra de arte no implica una creencia ciega en aceptar que ese otro mundo que aparece tenga la misma lógica que aquel del día a día. Al contrario, para la existencia de esta suerte de pacto es fundamental la distancia que, a su vez, porta una característica clave: la intermitencia. La irrupción del mundo circundante es imprescindible para la aceptación de un mundo otro —otro respecto del mismo— cuya lógica alternativa es posible mediante un salto ontológico que no se rige por reglas idénticas y eso lo sabemos. Es por esto que Maurette habla de una suerte de vigilia:
Participamos de ese otro mundo propuesto por la obra sin abandonar nunca nuestro mundo cotidiano. Oscilamos como quien pasa del sueño a la vigilia y de la vigilia al sueño. O, más bien, como alguien que entra y sale de un estado de trance lúcido (p. 36).
La figura de la vigilia sugiere que uno va y viene, entra y sale del mundo que la ficción despliega ante nosotros. Así como el detector de mentiras devela el engaño a partir de la alteración del ritmo cardíaco, los procedimientos ficcionales se instalan en el cuerpo alterándolo en su tiempo y espacio cotidianos. Aunque no olvidemos la gramática de su construcción, la injerencia de la ficción sobre el cuerpo es concreta. No es mentira, es real de otra manera. Invocando a George Constanza en Seinfeld, el ensayo afirma: Itś not a lie if you believe it. ¿Cómo puede ser mentira una aparición que a modo de ritual toma el cuerpo por asalto, afectándolo y desdibujándolo de su contorno espacio-temporal? Esto es lo que sucede con el primer objeto de estudio de Maurette: “Continuidad de los parques”. El protagonista del cuento de Cortázar es un lector, cuya ubicuidad corporal es detalladamente descripta por el escritor: su sillón favorito, la mano izquierda acariciando el terciopelo verde y el atado de cigarrillos también al perfecto alcance de esa mano. La predisposición al ingreso ficcional es total. El lector se vuelve protagonista del cuento y la sustitución de un mundo por otro es casi imperceptible. Como quien da un paso y no recuerda exactamente cómo ni cuándo empezó a caminar y, cuando se dio cuenta, simplemente ya estaba andando.
Por qué nos creemos los cuentos se ubica en ese “entre”,en el instante de suspensión en el cual los límites del lector/espectador se desdibujan, se vuelven borrosos y, en algún punto, se funden con aquellos mundos que podría habitar. Quizás allí radica, precisamente, su potencia y su aporte. En ese intersticio en el cual todo podría ser y, en algún plano de lo real, efectivamente, lo es.
Ficciones peligrosas
Si el mundo desplegado por lo ficcional no es real, ¿por qué nos da miedo, por qué nos exalta o da esperanza? ¿Por qué el miedo a una película de terror nos quita el sueño, o por qué un libro del mismo género lleva a Rachel de Friends a meter un ejemplar de The Shining al freezer? El segundo objeto tomado en el ensayo se inscribe en esta clave. La novena película de Quentin Tarantino, Once Upon a Time in Hollywood (2019), reescribe la historia de una California a fines de los setenta, previa extasiada y colorida del trauma socio-cultural que provocaría el asesinato de la actriz Sharon Tate. Tarantino, en un redoble de apuesta a lo que había hecho con los nazis en Inglorious Basterds (2009), decide salvar a Tate (personaje) y castigar a sus asesinos (también personajes). Sin embargo, Maurette identifica una diferencia sustancial respecto a esta otra película de Tarantino en la que la mímesis correctiva aparece como satisfactoria. En Once Upon a Time in Hollywood (2019) la coloratura del final es la melancolía y, como sostiene el autor —y, agrego yo, en una tonalidad de arpegio menor o semitonada— la alteración del final en la que Tate es salvada hace que para el espectador sea aún más terrible la realidad histórica de su trágica muerte.
En otra nota de esta revista, Sofía Checchi se pregunta por aquellas películas que funcionan como plantilla perfecta para contar y pensar lo que no vive dentro de ellas. Relacionarse con la ficción es saber que, tarde o temprano, podemos convertirnos, como en el cuento de Cortázar o la película de Tarantino, en personajes de estas. Sin establecer jerarquía alguna entre objetos “mayores” o “menores”, estos objetos se transforman en el modo de ver justo de aquello que nos está pasando. Para Maurette el fenómeno de la compenetración es una variación de la magia por tres motivos: la creación de un mundo otro con injerencia real en el cotidiano, la experiencia ritual que habilita la sustitución de uno por otro y, porque este espectáculo tiene como número central la creación artificial de la vida.
Personalmente, me parece que el gran aporte del libro es la pregunta afectiva por el espacio que abren estos objetos ficcionales, que no se termina al cerrar las páginas de un libro o al salir del cine. Algo perdura en un espacio que no se cierra y al cual, como por arte de magia, se puede volver, como vuelvo yo al momento en que lo leí por primera vez en una playa repleta de gente previa a las celebraciones de año nuevo.
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