¿Qué pasa cuando una mujer supera una violación? ¿Cuando no encaja en el estereotipo de víctima? ¿Cuando disfruta y no sufre? El director holandés Paul Verhoeven indaga sobre estas cuestiones en Elle (2016), retomando el subgénero rape and revenge (violación y venganza) proveniente del Exploitation film de los ‘70 -un cine de bajo presupuesto que abordaba temáticas escabrosas y tabúes para la gran industria- pero trascendiéndolo con el objetivo de rever las concepciones y expectativas, tanto sociales como culturales, que se tienen sobre el lugar de la víctima y su forma de reaccionar ante una violación, poniendo en duda los límites de la moralidad y la construcción de estereotipos.
La pantalla negra, se escuchan gritos y a continuación vemos un primer plano de un gato siendo testigo de lo que asumimos es una violación. Parecería que sólo un animal puede presenciar semejante acto tan sosegadamente. En el plano siguiente una cámara voyeurista y distanciada muestra a Elle (Isabelle Huppert) en el piso siendo violada por un hombre encapuchado, quien termina, se limpia y se retira dejando a su víctima tirada. Hasta aquí, nada nuevo. Podría hacer una lista infinita de escenas de violación y abusos en el cine, pero lo que sí me resulta interesante es lo siguiente: Elle no siente culpa, no llora, no va a la policía. Limpia los vidrios rotos, descarta su vestido destrozado, se da un baño de inmersión, llama al delivery y recibe a su hijo con la excusa de que sus moretones son producto de una mala maniobra en bicicleta.
Recuerdo que vi el film a pocos meses de su estreno. A medida que iba desarrollándose esta secuencia la incomodidad en mi cuerpo se acrecentaba. La liviandad con la que el director retrataba la reacción de la protagonista me parecía poco verosímil. No mostraba una mujer sufriente, la actuación distante y cínica de la (maravillosa) Isabelle Huppert imposibilitaba la empatía con su personaje, además de que no reflejaba la importancia que, a mi parecer, debía tener el hecho de haber sido violentada. Años después, decidí darle otra oportunidad al film, y en dicha ocasión me encontré con ciertos interrogantes que ante el primer visionado ni siquiera habían pasado por mi cabeza ya que los daba por sentados: ¿Qué es una víctima? ¿Cuáles son los metarrelatos que construyen y atraviesan mi forma de concebirla como tal? ¿Existen maneras correctas de serlo? ¿Hay reacciones legítimas e ilegítimas ante un abuso sexual?
Marta Lamas, antropóloga mexicana, reflexiona sobre esto en su ensayo Acoso, acuñando ciertas nociones que me parecen interesantes para (re)pensar Elle, como esa pretensión, con fuertes raíces conservadoras, de centrar toda la identidad femenina en la condición de víctima y constituirla como un sujeto imposible de interpelar, inmune ante las críticas. A partir de la construcción de un personaje contradictorio, el film desafía esta categoría cerrada que le niega a la mujer violentada cualquier otro matiz identitario. Elle está lejos de ser una mujer moralmente ascética, se acuesta con el marido de su mejor amiga, considera que ser madre es una agonía, no llora la muerte de sus padres e incluso mantiene relaciones sexuales consensuadas con su agresor. Todo esto nos lleva a complejizar aquella estructura cerrada resultado del sueño húmedo del puritanismo, construyendo un personaje humano, apático, terrenal y contradictorio que no se agota solo en su carácter de víctima sino que tiene capacidad de agencia.
La consideración civil, periodística y policial del evento que Elle protagoniza en su infancia evidencia la estereotipación victimista, heredera de la moral judeocristiana que solo diferencia entre el “bien” y el “mal”. A pesar de ser tan solo una niña, la culpabilidad recae sobre ella por haber “cooperado” con su padre luego de que éste asesinara a gran parte del vecindario, hecho que en principio conocemos a partir de la mediatización televisiva. Como la veterinaria negándole la atención al pájaro por “salvaje”, Elle rechaza denunciar penalmente a su agresor pues sabe que su condición de víctima será puesta en duda por no encajar en el rol esencialista de “mujer santa” (versus “mujer puta”) que asigna el patriarcado, llevando, muy posiblemente, a justificar el punitivismo y adiestramiento que implica un abuso sexual.
En su ensayo Teoría King Kong, la controversial escritora francesa Virginie Despentes da un giro liberador. Sin negar la gravedad de una violación ni quitándole responsabilidad al agresor, abre un nuevo campo de sentido empoderante en el que propone concentrarse en la capacidad de recuperación ante una violación, intentando quitarle protagonismo a la serie de traumas tratados de forma condescendiente y, sobre todo, rompiendo esa consideración generalizada que tiende a negar el derecho de la víctima a una vida plena por ver su “honra femenina manchada”.
Hay tres secuencias que encuentro particularmente ricas para pensarlas desde la perspectiva de Despentes. En la primera, vemos a Elle masturbarse mientras espía al vecino desde su ventana (quien luego descubriremos como su agresor). Es interesante porque este lugar que une el exterior y el interior, el cual permitió que el violador irrumpa en su vivienda, anula su carácter de amenaza y se resignifica como aquel que le permite el goce sexual a Elle. A su vez, nuestra protagonista, constantemente acosada y perseguida por su agresor durante todo el film, en esta secuencia obtura su condición de “observada” y pasa a ser el sujeto observador y deseante mientras que su acosador funciona como un objeto de deseo pasivo, demostrando un claro cambio de roles que pone énfasis en el disfrute más allá del trauma.
Otra secuencia clave sucede cuando Elle descubre quién fue el que creó y envió a toda la empresa la animación en donde se la veía siendo violada. En esta escena, que ilustra perfectamente la relación de poder a través del espacio, la protagonista se sienta en el escritorio del empleado, frente a la computadora donde fue creado ese video, le exige al joven que se pare delante de ella y se desnude de la cintura para abajo. En este caso hay un claro cambio de roles, siendo ella la que humilla y él el humillado, reapropiándose de ese espacio que en primera instancia le generó un malestar, poniendo énfasis en el disfrute perverso de Elle y minimizando, nuevamente, las consecuencias traumáticas del evento.
Por último, Elle y su agresor mantienen relaciones sexuales en el sótano y, aunque parecen ser consensuadas, su vecino la golpea con la excusa de que “es necesario”, dejando demostrado cómo el violador encuentra su goce a partir del castigo y disciplinamiento de su víctima. Sin embargo, la escena no finaliza allí sino que vemos a la protagonista, tirada en el mismo lugar donde la dejó su agresor, masturbarse. En esta secuencia, Elle transgrede ese sometimiento inicial y, aunque haya un disfrute que podríamos caracterizar como masoquista, lo remarcable es que no se agota en el sufrimiento de la víctima sino que pone énfasis en su placer. A su vez, la efusividad con la que Elle alcanza el orgasmo genera una doble anulación, la de su cuerpo como territorio de goce ajeno y la del sótano como espacio de “lo oculto”, dándole el debido protagonismo al disfrute femenino a partir de la reapropiación espacial.
En resumen, todas las secuencias tienen en común una resignificación espacial que conlleva necesariamente una resignificación simbólica, en términos de Despentes. Originariamente los espacios de estas escenas estuvieron asociados al trauma, habitados pasivamente por Elle frente al rol activo de los demás. Sin embargo, estos lugares y su forma de habitarlos mutan, dándole relevancia al accionar gozoso de la protagonista.
Definitivamente Elle no propone una salida colectiva ni tampoco pretende ser la experiencia de todas –sin ir más lejos el rol principal lo ocupa una mujer burguesa, blanca y europea– pero lo que sí hace es dejar en evidencia la multiplicidad de vivencias y experiencias que pueden existir ante una violación. La potencialidad del film de Verhoeven radica en su cuestionamiento hacia el estereotipo puritano de víctima como un sujeto frágil, inocente, puro y sufriente, características totalmente funcionales al sistema patriarcal que controla, moldea y disciplina los cuerpos femeninos (entre otros) dejando nulo lugar al agenciamiento y subordinándolos a la protección masculina. En Elle, romper con lo esperado es, definitivamente, una decisión política puesto que abre otros mundos en donde el “ser” mujer se emancipa de una concepción unívoca y esencialista.
Colaboradora