Representaciones de violencias y victimización. ¿Existe un cine feminista? ¿Qué ficcionalización de la realidad es posible en las narrativas que se plantean como feministas?
Al imaginar lo posible, al imaginar lo que aún no existe,decimos sí al futuro. (…) El futuro es aquello que se mantiene abierto como la posibilidad de que las cosas no sigan siendo como son, que no sean como siguen siendo.
Sara Ahmed, La promesa de la felicidad
Salgo del cine a las once de la noche. Terminó La Sabiduría, dirigida por Eduardo Pinto, y algo me inquieta, resuena y molesta. En el hall de entrada me quedo mirando el cartel que cuelga despampanante. El subtítulo del filme: “la venganza es ahora”, Mara (Sofía Gala Castiglione) con un arma de fuego, apuntando decidida hacia adelante, las ropas ensangrentadas y rotas. Es una imagen parlante, está feroz. Algo sigue resonando. Ya caminando, me preguntan “¿y?”, ¿te gustó?” No sé qué responder.
La película presenta la historia de tres amigas que deciden pasar un fin de semana en una casa de campo. Allí se encuentran con los trabajadores de la estancia, quienes las invitan a una fiesta para darles la bienvenida. A la mañana siguiente, Tini (Paloma Contreras) está desaparecida. A medida que avanzan los acontecimientos, Luz (Analía Couceyro) es violada. Mara debe vengarlas y lo hace. Esa es la imagen del afiche: una mujer vengando a sus amigas.
La cámara nos hace partícipes, un poco cómplices y otro poco intrusxs, de una violación a orillas del lago, durante el atardecer. Mientras la luz del crepúsculo cae sobre el agua y los pájaros recorren la escena, Américo (Lautaro Delgado) viola a Luz. Mientras el viento mece las hojas, Américo golpea el rostro de Luz, que llora sobre la tierra. La discordancia entre el paisaje visual y el narrativo es incómoda y angustiante.
El tratamiento de la imagen y los sonidos guturales de él y los ruegos de ella funcionan como una reminiscencia a otro estreno del 2019: Los sonámbulos, dirigida por Paula Hernández. En este caso, la historia es la de una familia que se reúne para festejar el Año Nuevo en una casa quinta. Hijxs, parejas, primxs, todxs juntxs para las fiestas. El filme expone la dinámica familiar haciendo especial hincapié en la relación entre Luisa (Érica Rivas) y su hija Ana (Ornella D’Elía). Los temores que irradia el paso de la pubertad a la adolescencia, los límites entre lo que se dice y lo que no se dice. Pero el principal protagonista es el miedo, el miedo a que algo le suceda a Ana. Efectivamente, la narración confluye en la mostración- de vuelta lxs espectadorxs como cómplices e intrusxs- de una violación. Entre los árboles, asistimos a los empujones y manotazos de Ana hacia Alejo (Rafael Federman) quien la tumba sobre la tierra y se le tira encima, desvistiéndola.
En ambos filmes, las violencias son posteriores a una anticipación. Estas dos películas se transforman en una advertencia. Tanto en La Sabiduría como en Los sonámbulos hay personajes que anticipan el peligro. En la primera, Mara dubita cuando Luz se va con Américo porque puede sucederle algo. En la segunda es la madre quien sospecha sobre el comportamiento de Alejo, quien observa atentamente las conversaciones entre ellxs, anticipando que algo va a suceder. ¿Por qué ese algo tiene que estar ligado a un peligro sexual? ¿Qué lecturas nos proponen las películas sobre esas violencias? ¿Abren sentidos o, por el contrario, sedimentan una manera de filmar decodificable donde el valor moral de la imagen predomina por sobre la interrogación y la inquietud de lxs espectadorxs? ¿Cómo mostramos lo que mostramos?
La decisión de situarlas en espacios alejados, campestres, pareciera indicar que las violaciones podrían haber sido evitadas. ¿No es esta una nueva forma moralizante de mostrar las violencias? ¿Está sugerido que si ellas hubieran escuchado a sus xadres, a sus amigas, todo eso podría haberse evitado?
Como espectadorxs, nos encontramos en un espacio estrecho. Porque aquí no se trata de hacer caso omiso a las violencias sistemáticas que acontecen en el cotidiano sino de habilitar la posibilidad inquietante de lo sugerido, de lo latente, de lo ambiguo. Dejar la apertura para lo imaginable/intuible propone una transformación en la mirada de lxs espectadorxs, tomando distancia de los discursos empaquetados que moldean y guían nuestras observaciones. ¿Qué tratamiento se le da a la imagen para representar las violencias? ¿Es este el único modo de mostrar(nos) en los discursos audiovisuales?
En contraposición, un lugar incómodo para lxs espectadorxs es el propuesto por Lucrecia Martel en La niña santa (2004). Filme que muestra el acoso por parte del Dr. Jano (Carlos Belloso) a Amalia (María Alché) pero echa por tierra todos los presupuestos esperados. En primer término, el rol de la adolescente no está cristalizado. El acoso la marca, de eso no hay dudas. Pero no la define. En contraposición al sentido común asociado a las víctimas, es él quien comienza a sentirse incómodo frente a la presencia de la adolescente, quien lo persigue y lo observa desde una distancia moderada que lo hace estar alerta constantemente.
En la calle, es ella quien se acerca a él y mientras la apoya, le sostiene la mano y lo mira a los ojos. Un enfrentamiento silencioso en medio de la calle (un espacio multitudinario, en contrapartida a los aislados que nombramos antes), una manera de develarlo. Esa escena es una escena de quiebre, es él quien comienza a sentir miedo. Porque la curiosidad y la incomodidad de Amalia funcionan como motores para la exposición del doctor. La denuncia está presente desde la acción de ella. Amalia le cuenta a su amiga Jose (Julieta Zylberberg), ella se lo comunica a sus xadres y en el final del filme se deja entrever que pronto todxs, lxs médicxs y trabajadorxs del hotel, se enterarán de lo ocurrido. Mientras tanto, Amalia y Jose nadan en una pileta, ríen y juegan. Hacen las cosas que hacen las adolescentes. Esta imagen final, con las dos amigas nadando y hablando sobre su amistad, sobre estar siempre la una para la otra, es una propuesta para desarticular la figura de la víctima que queda anclada en las situaciones de acoso y abuso como si eso la demarcara por el resto de su vida. En este caso, el final abre sentidos para que bocetemos otras maneras de transitar las desigualdades y opresiones sistémicas, subvierte las narrativas convencionales y se posiciona en un intersticio, en un borde sumamente incómodo que, como tal, moviliza y potencia las lecturas, miradas y observaciones en torno al filme.
Luego de un rato respondo que no sé si me gustó La Sabiduría, me parecía genial que tres amigas puedan irse lejos, a una casa que no conocen y no tengan miedo, que decidan manejar hasta una estancia desconocida, instalarse en una casa rodeadas de trabajadores rurales. Si eso es asumir el riesgo en el plano de la realidad (porque todo lo desconocido implica un riesgo, un ejercicio de confianza), ¿qué ficcionalización de la realidad es posible en las narrativas que se plantean como feministas?
Porque la pregunta acerca de cómo (re)presentar los feminismos en las ficciones atraviesa los debates en los últimos tiempos. En cuanto al cine (que se dibuja como una excusa para poner el pensamiento en movimiento, para que las ideas se disparen y dispersen por el entramado social y cultural), qué características tienen lxs protagonistas, cómo se relacionan amorosamente, qué trabajos tienen, cómo se vinculan con su presente, qué corporalidades son mostradas y cuáles relatadas son sólo algunos de los interrogantes que van enlazados con la gran pregunta: ¿Existe un cine feminista? ¿(Re)presentar femeneidades desde la victimización, en tono de denuncia, cumple dicha función o es la reproducción, por otros medios, del mismo relato hegemónico?
Llego a mi casa. ¿Qué es lo que molesta? Escribo: Querría ver ficciones en las cuales no estemos en peligro por las decisiones que tomamos. En las cuales el lugar para el disfrute esté presente, que estén habilitados mundos posibles, otros, distintos, abiertos e ilimitados. Porque las ficciones tienen la potencia de (re)construir nuestra mirada frente y en el mundo, la potencia de modificar este estar en el mundo. Nos permiten, de alguna forma, bocetarnos distantes a las narrativas hegemónicas. Si pretendemos que los discursos audiovisuales tengan carácter de denuncia, como espectadorxs debemos estar atentxs a expandir los límites de lo posible, dejando de certificar que los encorsetamientos en los cuales transitamos nuestras vidas son inamovibles. Si pasamos por alto las herramientas audiovisuales disponibles, como creadorxs y espectadorxs, estamos pasando por alto el posicionamiento político que implica producir ficciones que fracturen los límites de lo aprendido. ¿Qué vidas más vivibles hay para nosotrxs? Es allí donde nuestra actitud espectatorial puede dar un giro, donde la relación de amor que establecemos con las ficciones pueda funcionar como piedra basal para imaginarnos y (re)crearnos otrxs. ¿Cuánto de nosotrxs se gesta en la ficción? Por ende, ¿cuánto de nosotrxs queremos que se mueva y se desestabilice para que florezcan escenarios donde el peligro y la condena no sean los protagonistas?
Colaboradora
Ilustradora