Border: todo animal es un mundo

Border(2018) nos propone una zona fronteriza, que al cruzarla nos transforma, abriéndonos los ojos a nuevos cuerpos y nuevas voces.

Tina (Eva Melander) es una agente de aduanas con un extraordinario sentido del olfato que le permite detectar el sentimiento de culpa en las personas y de esta forma descubrir si están transportando objetos prohibidos o sospechosos. Tina se siente ajena al contexto que habita, ya sea por su apariencia o por su forma de estar en el mundo, no logra tener vínculos fuertes con el resto de las personas, se aísla de la vida social y encuentra su refugio en la naturaleza. Conoce por casualidad a Vore (Eero Milonoff), un hombre que la intriga y le ayuda en la búsqueda de su propia identidad.

Desde su propio nombre, la película nos propone la idea de frontera, no solo física sino también mental que debemos atravesar. Una vez que nos encontramos del otro lado, somos capaces de escuchar una nueva voz, que busca escapar de su condición de marginalidad. Para acercarse a esta zona marginal, la película recurre a lo fantástico: nos enfrenta a un mundo en apariencia ajeno para mostrarlo e intentar entenderlo. Apela a la fantasía para construir un universo que se despegue de lo real pero que, sin embargo, amplíe sus posibilidades de existencia.

El espacio privilegiado de lo fantástico es la naturaleza. Es en la infinidad del bosque que Tina se permite liberarse y estar a gusto consigo misma. Tina es respetuosa con la naturaleza. Camina descalza y en silencio, con cautela. Estas expediciones parecieran ser de búsqueda. Ya en la primera escena la encontramos caminando en la inmensidad del bosque, no puede dejar de mirar hacia todos lados, no en calidad de mera observadora sino que se trata de una mirada con la intención de encontrar algo o a alguien. En su deambular se cruza con un zorro con el cual intenta verdaderamente interactuar pero éste huye. Hay un deseo en Tina de encontrarse con una mirada otra que la reconozca.

El vínculo que mantiene Tina con la naturaleza se transforma luego de conocer a Vore, un hombre que le va a mostrar una nueva forma de ver el mundo, cuestionándole todo lo que ella daba por sentado. Reconociéndola como un igual, le da la confianza necesaria para que pueda aceptarse tal como es. Tina ya no busca, no está cautelosa; corre y grita, incluso se permite disfrutar su sexualidad entre las hojas, entre los árboles. La naturaleza se va a constituir como ese espacio otro que remite a la experiencia sensitiva y emotiva que transita Tina. Se convierte en un espacio de disfrute, donde el deseo se vuelve real. Al mismo tiempo, es una presencia atemorizante, casi monstruosa, que contrasta y se enfrenta al espacio más característico del ser humano, la ciudad y la vida “civilizada”.

En ese espacio comienza a surgir dentro de ella un nuevo sujeto, una nueva identidad que se hace presente al hacerse consciente su deseo. La película hace evidente la producción de nuevas subjetividades concebidas como sujetos en tránsito: son “otros” en constante devenir. Tina se va a definir por su carácter lindero, fronterizo. Su cuerpo va a indicar un mundo más allá de sí misma, a través del cual experimenta el devenir de su propio ser.

Su propia identidad está marcada por rasgos animales que la diferencian del resto de las personas; el principal, su extraordinario olfato. En la escena del primer encuentro con Vore, su animalidad se hace explícita y se exacerba. Tina se encuentra sola en el largo pasillo de la aduana, Vore se le acerca lentamente y no es sino hasta que se encuentra cerca de ella que podemos observarlo e identificar sus similitudes físicas. Pero previo a ese primer encuentro podemos notar la inquietud, desconfianza e incluso miedo que la invaden; a medida que él se acerca, ese miedo se hace manifiesto a partir del detalle de su boca. Tina retrae los labios dejando a la vista los dientes, reaccionando como un animal ante una posible amenaza; su olfato no le permite identificar aquello que le genera temor. Ese mismo olfato que la caracteriza y que previamente le permitió identificar cuando una persona miente u oculta algo, no le permite reconocer la particularidad de Vore. Le revisa el bolso y no percibe nada peligroso más que una extraña incubadora de larvas. Él la observa con superioridad, como si fuera conocedor de un secreto que a ella todavía no le fue revelado.

Antes de conocer a Vore, Tina se sentía incómoda en todos los espacios que habitaba ya que no lograba aprehender ninguno completamente. No comía, no se expresaba y no se relacionaba; eso podemos observarlo en la forma en que se relaciona con los otros, manteniendo una gran distancia con sus compañeros de trabajo, su pareja o incluso su padre, que pareciera ser el vínculo más cercano que posee.

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Contrario a lo que sucede en otras películas de fantasía, en Border no se busca deshumanizar al monstruo, al “otro”, sino que se le otorgan los mayores rasgos de humanidad posible: las emociones, la moral, el deseo, la subjetividad. Los cuerpos aquí presentados desafían las normativas del género, se hace presente una nueva voz que asume y acepta sus características personales y subjetivas. Tina es una activa buscadora de su pasado, de su identidad. En su devenir se convierte en un cuerpo que finalmente logra ser habitado por sí misma, un cuerpo en éxtasis que se permite todo tipo de placeres, alcanza una dosis absoluta de placer y de poder sobre ella misma.

Es así que ella va a encontrar en Vore el reconocimiento que necesitaba para construir algo que le pertenece de modo tan íntimo y exclusivo como lo es su identidad. Vore la ayuda y acompaña a descubrir esa animalidad que tenía tan fuertemente reprimida, de la cual Tina decide apropiarse completamente.

Sin embargo, Tina no abandona completamente sus características humanas, sigue habiendo un puente entre ambas identidades. No renuncia a sus rasgos de humanidad como pueden ser la moral o la empatía, lo que le permite no odiar o tomar venganza para con aquellos que la marginaron.

Border nos deja abierta la pregunta sobre cuál es el modo de vivir más conforme con uno mismo, ya sea acaso el aislamiento, o la vida en sociedad y la lucha por hacerse escuchar. La película no busca dar una respuesta, sino que plantea una problemática y una posible resolución individual. Es así que nos propone una nueva estrategia para permitirnos hablar de nosotros mismos y de aquellos que nos rodean, abre un abanico de posibilidades frente a la multiplicidad de formas que tenemos de autopercibirnos y relacionarnos con los otros. Abordar nuevos puntos de vista para narrar y describir la “otredad” se convierte en una herramienta no solo productiva sino también necesaria para indagar sobre nuestros mecanismos de representación.

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LIza Nannetti

Colaboradora