Un lugar para guarecerse

Producida por la cada vez más popular “A24 films” y dirigida por Kelly Reichardt (también directora de Wendy y Lucy, Night Moves y Certain Women), First Cow es una película sobre la amistad. Desde un lugar lejos de ser obvio y trillado, Reichardt se propone narrar algo de la elección, la lealtad, la solidaridad y el intercambio. First Cow es un elogio de una amistad. Así nos dicen, desde la sabiduría del epígrafe, los primeros segundos de la película con una cita de William Blake: El ave un nido, la araña una red, el hombre amistad.

Una chica y su perro caminan. La perra, por alguna causa de instinto, empieza a excavar en un particular punto del suelo. La chica la ayuda. Encuentra dos cadáveres juntos, descompuestos, tierra entre cada costilla. Están acostados uno al lado del otro, se sobreentiende la paz del sueño, la idea de morir junto a otra persona, el gesto de acompañamiento último: la imagen petrificada del lazo y la ternura.

Otro escenario. Manos cubiertas por guantes deshilachados buscan despacito hongos en un bosque. Un grupo de hombres acampa. Uno de ellos, Cookie, el de los hongos, es más receptivo a los sonidos y movimientos del bosque. Esa sensibilidad es su característica privilegiada. Encuentra a un fugitivo, Lu, que está escapando de unos rusos que lo amenazan de muerte. Cookie lo esconde, le salva la vida y después se separan. Tiempo después se vuelven a encontrar en un bar. Cookie y Lu se hacen amigos sin querer, por casualidad y un poco también por supervivencia. First Cow es la historia de esa amistad.

El pueblo donde viven es un ambiente de humedad y frío. Oregón es así. La gente busca soportar el frío húmedo con varias –y precarias– capas de ropa. ¡Qué manera de combatir la crueldad del clima! Las manos llevan las marcas del trabajo y la pobreza: uñas llenas de tierra, dedos negros y callosos. Las manos de todos menos las de uno, el inglés rico y poderoso, dueño de la única vaca lechera a varios kilómetros a la redonda. No pudo evitar darse el lujo: quería ponerle crema a su té.

Cookie y Lu usan esa vaca que no es suya para hacer unos bollos envidiables. El bollo se presenta como un objeto cuasi mágico, que genera experiencias fantásticas en quien se lo mete en la boca. Esa es la clave de su éxito: un sabor de la infancia –muchos dicen: sabe a algo que cocinara mi madre; otros: sabe a Londres, mi tierra–.  Los venden y ganan plata, suficiente como para soñar con irse y armar otra cosa. Cookie y Lu son amigos a pesar de ser casi opuestos. Como una reversión de la alegoría austeniana de Sensatez y Sentimiento: Lu es ingenioso, confiado y emprendedor, idea planes de salvataje y construye negocios en el aire; Cookie es imperturbable, manso y dulce, da vuelta animalitos patas arriba para que puedan seguir caminando y le habla con cariño a la vaca cuando la está ordeñando. Son opuestos, sí, pero los une la lealtad y la camaradería para con el otro.

¿Cómo puede representarse la amistad sin hablar o decir nada explícitamente sobre ella? ¿Cómo puede transmitirse eso desde la imagen? Estas son algunas de las preguntas que surgieron recientemente en un taller y que me remitieron a la película.

Reichardt se propone componer algo de eso desde la imagen. Momentos de intimidad: en la humilde cabaña que Lu construyó en medio del bosque, este corta leña mientras Cookie barre tímidamente el piso. Durante las noches en la casita, acompañados solamente por la luz de una vela de sebo, uno habla y el otro escucha, impasible, fumando un cigarrillo; en la familiaridad de esa casa, uno cocina y el otro le cuenta posibles negocios. La mayoría de esas escenas se desarrollan en esa cabañita, hecha con tablas de madera vieja y clavos oxidados. Esa casa que, a pesar de sus limitadas comodidades, tiene el condimento para lo íntimo: la idea de un espacio pequeño que se comparte, apartado de cualquier intrusión humana. Quizá una casita en el medio del bosque sea el mejor escenario para la intimidad.

Se da, de manera perfectamente sutil, la construcción conjunta de un lenguaje, de gestos íntimos. Un lenguaje que es el de las amistades. ¿De qué forma el espacio compartido puede representar un refugio? Me gusta pensar esa cabaña remota justamente como una suerte de refugio para estos dos personajes. Un lugar que funciona como descanso, como una pausa. En contraste con la primera escena (donde vemos a Cookie rodeado de compañeros hostiles y a Lu desnudo e indefenso) cuando están ahí no están en un estado permanente de alerta. No tienen que trabajar duro ni tienen que aparentar rudeza. Es un respiro.

Reichardt propone una apertura a algo tan fundamental como poco frecuente en el cine: la amistad íntima entre dos varones. En ese sentido, una amistad que, quizá, puede entenderse como un lugar para guarecerse de ciertas imposiciones; un lugar de sosiego momentáneo. Dos hombres muy alejados del estado competitivo, la postura insensible o un personaje femenino que entorpezca su relación. Dos hombres que, juntos, saben construirse un lugar y un lenguaje.

La amistad perfecta, para Aristóteles, es la que implica la virtud. Ahí donde los hombres se desean, de igual forma, el bien. No hay amistad sin reciprocidad y, sobre todo, no hay amistad sin reconocimiento. La amistad implica alteridad, una salida hacia el campo del otro. 

Pienso nuevamente en esa primera escena donde aparece Cookie recogiendo los hongos. Una compañera de la revista me comparte un breve fragmento de un texto de la antropóloga Anna Tsing. En el texto, la antropóloga contrasta la actividad de recolección con la de domesticación, afirmando que en la recolección hay algo de la lentitud, la atención y contemplación que dan cuenta de un cuidado especial en la mirada, de la familiaridad con el paisaje que se habita. No se trata de una conquista del paisaje, sino más bien de ensamblarlo a la mirada y al cuerpo propios. Ese rasgo, tan único y pulcro, aparece especialmente en el personaje de Cookie, que en esa primera aparición se separa de su grupo para recolectar hongos en el bosque, para recorrer los arroyos. Sin embargo,  es un estar en total soledad, en contraste con un grupo de hombres que no comparten esa mirada, ese placer. Solamente cuando conoce a Lu podrá compartirlo, ponerlo en común y al servicio de alguien más. Vemos algo de eso en las escenas en que Cookie ordeña la vaca del inglés. Lo hace con un cuidado y una dulzura muy particulares, le susurra palabras afectuosas al oído, la acaricia; todo eso sucede con la complicidad de Lu, que hace guardia desde un árbol para que Cookie pueda continuar tranquilo con su tarea. Esa actitud cómplice está en oposición a la de los compañeros de Cookie al principio de la película, totalmente ajenos a sus formas. Esa mirada y esa forma de cuidado (procurarse comida de ese modo), pasan a formar parte de un vínculo entre dos.

Insisto: con qué poca frecuencia vemos representada la amistad entre hombres en las películas. La amistad sin atavíos, cargada de ternura y de cuidado. Rasgos relegados, quizá, a las amistades entre mujeres. Es aliviador ver que un vínculo así no se lo reservan solamente ellas. Es aliviador, además, porque no está nunca de más recordar qué significa habitar una amistad.

También en el taller, surgieron ciertos interrogantes relacionados precisamente con este tema: ¿en qué se basa una amistad? ¿qué implica ese espacio? Se habló de un lugar donde no se juega ni lo productivo ni lo reproductivo. Un lugar de ocio puro. La escena de la intimidad en la cabaña: un estado de ocio impoluto. Pensamos también que la amistad surge como una convivencia en la adversidad, en lo desafortunado, y que encuentra ahí un motivo de asombro. First Cow muestra algo de eso: un acompañamiento en la adversidad; entonces, una forma del amor. Porque en la amistad se figuran las siluetas de lo amoroso, de lo tierno. En First Cow vemos algo de la dulzura –como dice Dufourmantelle– en tanto virtud, poder infinito y forma secreta de la belleza. Entonces, vale preguntarse de nuevo: ¿de qué modo representar la amistad?

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Sofía Brucco

Sofía Brucco

Colaboradora