La fotografía de Maximiliano Magnano: un ejercicio de adoración

Una mirada sobre el trabajo del fotógrafo argentino Maximiliano Magnano; la potencia de los lugares que fueron habitados, la ausencia de personas, la religiosidad de los símbolos. Una pregunta que recorre estas imágenes: qué hay de vivo ahí.

¿De qué se trata aquello que dejé en un lago hermoso del cual no recuerdo el nombre, pero que visité hace por lo menos diez años, y en el que al irnos, el tronco de una lenga gruesa y alta casi nos mata a mí, a mi mamá, a mi hermana, a un amigo, y al taxista que nos llevaba de regreso? El hombre paró el auto un segundo antes de que el árbol cayera encima nuestro; mi mamá gritó de alegría porque vivimos y agradeció todo el camino de vuelta. Estábamos en un campamento y el último día hicimos una canción con la melodía de Gracias a la vida que me ha dado tanto, y cantábamos Gracias a Rubén (taxista), que nos ha salvado, una lenga mala, nos hubiera matado.

Pienso que no hay nada nuestro en ese recorte del camino. Sin embargo cualquier otro camino de tierra, escoltado por verdes y verdes a sus costados, camino sinuoso, camino marrón, cualquier otro así, como aquel, va a soplarme por un oído y llevarme de forma inmediata, veloz, al camino en que una lenga cayó hace años, una lenga mala, que nos hubiera matado. Gracias a la vida.

Una foto tomada por una amiga es en blanco y negro y muestra un tronco caído. Un soplido en mi oído: viajo a aquella lenga vieja del sur. Los modos de viajar en el tiempo sin ninguna máquina.

Nos convoca a una fotografía y no a otra, sentir que conocemos el lugar, o que no lo conocemos en absoluto. Vivimos en lugares, los lugares nos acogen o nos rechazan. Hay lugares que sentimos tener de la misma manera en que agarramos un objeto. En las imágenes que toma Maximiliano Magnano los espacios se conocen; siempre siento que estuve ahí. Hace unos años, las hilaba a cierta sensación de melancolía. Ahora ya no: sus imágenes me resultan tan conocidas, tan familiares, que las ligo más a una emoción del presente, de saber que puedo encontrar esos lugares, antes que haberlos perdido para siempre. 

En los 30 mandamientos del escritor norteamericano Jack Kerouac, en el número 19. dice “Accept loss forever” (“Acepta la pérdida para siempre” o “Acepta siempre la pérdida”). Maxi me pasó las 30 oraciones de Kerouac porque le conté, o le pedí algo parecido al permiso, iba a escribir sobre sus fotos; era innecesario, lo sabía, pero fue mi modo de poder empezar con esto, de empezar a escribir sobre sus imágenes. Accept loss forever. Aceptar la pérdida es una tarea que valoro mucho. Y es casi lo contrario a la melancolía, al goce que puede tener regodearse en esta compañera vieja. Las fotos analógicas que toma Maxi no se regodean, no giran sobre lo mismo, solas y muertas. En ellas veo el lujo de lo cotidiano, que es lo opuesto a la pérdida. Trabajan con lo que hay ahí, con lo que quedó, con lo que está a medio hacer, en el aire, el vuelo de una cortina, la silla corrida, algo que se movió, que se está moviendo; todo a punto de. Veo cada cuadro y alguien acababa de dejar la escena. Va a volver mañana: subir las cortinas, bajar las sillas, abrir las canillas, regar las flores.

Es fácil imaginar que alguien estuvo en estos espacios. Y él está ahí, está Maxi; hay una de sus fotos que me gusta mucho, en la que hay una casa, el pasto está verde despierto, y se ve, al costado, la sombra de Maxi: no olviden que acá estoy, yo saqué esta foto, aunque la foto siga sin mí. Accept loss forever.

En diciembre del 2021 salió a la venta el primer libro de Maxi editado por Paripébooks. Se llama Afterglow. No existe en castellano la manera de nombrar con una sola palabra el significado que acoge en inglés. El afterglow es aquel resplandor que queda una vez que la luz se fue; es entonces, un rastro de luz, algo que la luz deja pero que sin ella se deja de ver, es decir, gracias a que la luz se va, aparece el afterglow; es una figura hermosa. Afterglow, parece un conjuro. Parece hablar de un momento de lucidez… después del ruido, de una catástrofe, de algo… afterglow; también es una palabra silenciosa.

Cuando Maxi tenía a disposición el coche familiar, desde su casa en Pilar aprovechaba las rutas linderas y se detenía en el camino para tomar fotografías: durante el día, durante la noche. Estaciones de servicio que para algunos sólo existen durante las vacaciones, y para otros son solo el paisaje de los días de semana, en dirección hacia las obligaciones. Imagino un silencio. Los perros salvajes viendo el auto parar, las luces que se oscurecen. Tomar algo del espacio y del tiempo; arrancar el motor e irse despacio.

La fotografía para él toma la forma de un ejercicio de adoración. Me dijo acerca de sus fotos que en ellas hay presencia de una imaginería religiosa; y justamente la fotografía cumple aquella función que antes cumplía la religión: con cosas del orden material entablar una conexión con un mundo inmaterial: y toda una serie de elementos aparece para ese propósito, sacramentos, oraciones, cruces, rosarios; tesoros que recubren significados simbólicos, que existen para llamar otra cosa, que sin ellos, no puede ser nombrada. Inversión de los términos, del mundo material: quizás esta es la fórmula, y por eso el ojo posa sobre los objetos y escenarios que a priori parecieran ser más mundanos, o que efectivamente lo son, son mundanos, y ahí lo que hipnotiza en sus imágenes; el ejercicio de búsqueda de cosas materiales que están acá, que residen en el mundo. 

Lo mundano no como residuo, en esta inversión de términos, sino como algo a lo cual adorar. Al fin y al cabo, ¿qué es lo que nos imanta a las fotos que él toma? ¿Por qué nos atraen estas luces de tarde, de mañana, madrugada o neón? Trato de acercarme a alguna respuesta; porque son nuestros mundos, nuestros espacios, los altares cotidianos. Nos detenemos a venerarlos cuando vemos estas fotos, nos damos cuenta de su santidad, de su importancia, mientras quizás, si pasamos por una vidriera que el sol apunta en una vertical puntiaguda, seguimos de largo. A veces, cuando me levanto, desayuno mirando a un punto fijo: como si se abriera un portal, que no veo pero que sé que está ahí. Estas fotos parecieran señalar estas aperturas.

Ante la pregunta de por qué las fotos de la costa Argentina Maxi me dijo que funciona en cualquier actividad de búsqueda artística, eso de perseguir algo que no se puede alcanzar ni poner en palabras: Es muy difícil explicar por qué. Pero uno intenta responder las preguntas de cierta manera. Acercarse a una imposible respuesta completa. La costa es un lugar muy inspirador, en el que siempre quise sacar fotos, siempre siempre; es accesible, es esa la primera razón. Un lugar para identificarse, sobre todo con Mar del Plata, que es el vestigio de lo que alguna vez fue un sueño a nivel nacional. La época más orgullosa y poderosa de lo que fue Argentina: rastros de lo que fue el corazón y el amor de la gente.

Tiene su sentido, él habla de rastros, y es eso lo que muestra: no hay gente. Sus fotos en la costa argentina me provocan otra cosa, diferente a lo que esbocé arriba. Se me acerca la soledad, se asoma el silbido del viento. Sin voces. Hace poco una amiga me habló de una leyenda que escuchó en su niñez, de una mano negra que se asoma por detrás y arrebata la juventud.

Tal vez las palabras de Maxi, aquello que dice acerca de lo que alguna vez fue un sueño a nivel nacional, tenga un tinte algo depresivo, lila oscuro si elijo un color, el peso liviano pero no menos contundente de una silla sola, blanca, fosforescente, brillando clavada sobre la arena oscura. Las fotos que tomó en Mar del Plata no tienen siquiera un atisbo de aquel glorioso turismo argentino del cual Maxi habla; pero sus fotos se vuelven memoria —siempre algo fantasmagórica— de eso que antes brillaba. Imagino las luces, las mujeres en sus vestidos, los bigotes armados, los tacos, los billetes y el brillo de las monedas; el casino encendido, enorme, con sus letras invertidas reflejadas cientos de veces, en otros carteles, en otras letras, en el agua. 

Otras épocas. Estas fotos suman a una memoria colectiva de las playas de Buenos Aires, que alguna vez fueron una cosa, que hoy son otra, y que conformarán quizás otro sueño. 

Mi tía abuela tiene desde los noventa un departamento sobre la Avenida Brown, en Playa Varese, y cuando puedo voy. Últimamente y sobre todo en mi generación, hay un retorno a esa adoración a la costa, sobre todo a la ciudad de Mar del Plata; no falta quien se escape de su rutina para irse dos, cuatro días, a pasar un rato en la feliz

Es una idea muy hermosa la de que alguien haya hecho una ciudad al lado del mar. También la presencia del mar hace que todo lo que esté a su lado, todo lo que no sea mar, esté atravesado por él. Y la luz: la luz en la costa es muy diferente. Se puede apreciar mucho la luminosidad.

Los colores tienen una potencia feroz. Los reflejos, la niebla, los vidrios empañados, los autos. Son elementos que aparecen en la mayoría de las fotos que tomó Maxi y que vi. Él es un fotógrafo inteligente, paciente; habla siempre algo bajo. Con los ojos se entusiasma.

-¿Querés seguir sacando fotos a estas cosas?

-Lo que pasa es que están desapareciendo, me dice él. 

No sé qué pensar. A veces sigo viendo esos escenarios en mi barrio. Sin embargo entiendo lo que él señala.

Accept loss forever.

Pueden encontrar a Maximiliano Magnano en Instagram @suffer_rosa y en Twitter igual @suffer_rosa

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