Internet ya no es el internet de sus comienzos, donde las computadoras personales de escritorio bautizaban una habitación de la casa; ya no es el internet de los chat rooms, donde la novedad y el peligro eran el desconocido en potencia. Hoy la personalidad virtual exitosa es el influencer, que sigue manteniendo ciertas condiciones de producción de una celebrity: posee ciertos bienes (y no necesariamente económicos) que lo hacen por lo menos digno de ser visto por el resto de los mortales. Algunas veces es un talento, y otras es una capacidad oratoria pertinente para transmitir superioridad moral basada en la experiencia. Sin caer en la famosa configuración de la edad dorada, o como dice el inconsciente colectivo, “todo tiempo pasado fue mejor”, me interesa preguntarme acerca de cierta nueva subjetividad que traen consigo los influencers, nuevas reglas que apuntan a una nueva relación con el yo, no como algo oscuro, enigmático e inconmensurable sino como tangible, necesario, verdadero y sobre todo, asequible.
A lo largo del confinamiento la frontera entre la vida real y la virtual se desdibujó más que nunca. Internet exponenció sus capacidades hacia un lugar obligatoriamente relacionado a la expresión y la opinión, aún más que como acostumbraba. A su vez, las redes sociales hace tiempo son el espacio textual más apropiado para que florezca el imperativo: la consigna del “aprovechá el tiempo” es furor, y metamorfoseando el milenario carpe diem, acarrea sutilmente la lógica capitalista de la productividad. Ese consejo familiar no solicitado y del que ya se ha escrito mucho aparece acompañado por uno particularmente más recurrente en estos días: que este sea un tiempo para “encontrarse con uno mismo” y “aprender a estar solo”. Florecen las recomendaciones de ver la crisis como una oportunidad para pulir la relación que tenemos con nuestro yo.
Los enunciados de autoconocimiento y autorreflexión pululan sobre las pantallas, y no es casualidad que donde más se los encuentra es en boca de cierta criatura de internet.
Constantemente el decir de las “cuentas profeta” apunta hacia este modelo de ser auténtico, uno que busque tener la capacidad de exteriorizar sus sentimientos lo más naturalmente posible y así, avanzar hacia lo que parece ser el siguiente nivel personalístico. “Estoy mirando por primera vez mi parte oscurita a los ojos” dice @magalitajes a su más de un millón y medio de espectadores sobre un fondo blanco en uno de sus últimos posteos. En el video, basándose en su experiencia personal y otorgada así su posibilidad de transmitir, recomienda despojarse de lo que ella llama los pensamientos “mentira”: pensamientos recurrentes sólo verdaderos para uno mismo, que pueden transformarse en “creencias” en nuestro cerebro, si uno les otorga la importancia suficiente. Éstas ahora creencias no permiten al yo seguir un camino de mejora constante, sino que lo detienen en un lugar en el que el sujeto no es capaz de avanzar: está atrapado en esa red de mentiras acerca de él y el mundo que construyó para sí.
Muchos de los ejemplos que la protagonista del video elige para representar esos pensamientos creencia están basados en el recuerdo. En su libro La intimidad como espectáculo, Paula Sibila observa que en muchos discursos internetianos, el pasado y la memoria humana aparecen bajo la lógica de la información, y los recuerdos aparecen como si fuera posible seleccionarlos, fragmentarlos, editarlos, copiarlos, deletearlos. Acá Tajes, coloquialísima y con ojos húmedos, recomienda anotar esos pensamientos creencia para reconocerlos y “dejar de vivir una mentira”. La dicotomía reside entre vivir una mentira que yo mismo me creé, o dar lugar a una verdad desconocida que yo mismo podría experimentar, si tan solo me animara a mejorar. La mejora finalmente resulta en una pregunta retórica que formula a su público, “¿el mundo cambia si no cambiamos nosotros?”, haciendo de lo que parecía la posibilidad de una mejora intimista, una responsabilidad colectiva.
“Yo estoy convencida porque lo he experimentado así a lo largo de toda la vida, esas experiencias más difíciles son las que tienen mayor potencial de aprendizaje, y de cambio, y de mejora”; la legitimación de la palabra por medio de la experiencia aparece una vez más en un video de Youtube titulado Qué hacer cuando estás encerrado en casa que recibió mi teléfono en estos días, cuya idea principal es, en palabras de Minimalistamente, su protagonista, cómo enfrentarse a la angustia de estar con nosotros mismos. Con reminiscencias de Magalí, la influencer bautiza la situación de excepción que estamos viviendo: “un acelerador para resolver problemas” o “un retiro espiritual forzoso”. Cuidadosamente pulida de negatividad, la pandemia aparece como una cárcel positiva: “estar encerrado en casa te obliga a estar contigo mismo y eso puede resultar muy incómodo”. Se presenta como una valentía la de ser capaz de mirarse al espejo para encargarse de uno, en un mundo donde las mismas condiciones que están formando nuestra subjetividad se presentan ya con la capacidad de mirarnos, de chequearnos a nosotros mismos constantemente, actualizando nuestro perfil virtual y re visitándonos en relación con los otros como nunca antes lo habíamos hecho. El fin último es ser la mejor versión de uno mismo, por medio de tachar las partes del yo con las que no nos encontramos a gusto y convirtiéndolas en unas nuevas, mejores, versiones y así “evolucionar, crecer y convertirnos en mejores personas”.
¿Por qué la idea principal que me queda de estas profetas virtuales es que debería obligatoriamente upgradear quien soy?
No querría oponerme a la reflexión o al crecimiento personal; hay una frase de Tomás Abraham de una entrevista que me gustaría recuperar para no sentirme, como dicen los jóvenes ahora, una boomer: “por supuesto que un mensaje por YouTube de alguien que se dice filósofo puede ser útil, todo puede ser útil, se puede despertar una vocación musical en un ascensor al escuchar música funcional”. Claro que si el contenido es visto, alguien lo disfruta, y podría (o no) hacer un bien. Pero quizás, no solamente estamos pasando mucho más tiempo del que pensamos leyendo o espectando a terceros que nos cuentan cómo debería ser nuestro crecimiento personal que reflexionando acerca de si en realidad queremos hacerlo, y en pos de qué lo haríamos: obviamos cómo estos discursos funcionan bajo ciertos postulados mercantilistas, y a quién están dirigidos, a quienes impactan. La idea del auto improvement no es nueva. El imparable flujo de contenido de los medios masivos de comunicación propone exitosamente consejos y recomendaciones de lifestyle, mensajes “emancipatorios” y de auto improvement constante, que en su mayoría están dedicados a mujeres: apuntan sobre todo a la tarea de encargarse de una misma, muchas veces para ser aceptadas dentro del mercado del deseo.
Permeada por una música publicitaria, en primer plano y bajo un filtro pastel, Minimalistamente propone: “mucho trabajo de autoconocimiento y autoevaluación, y continuar trabajando en nosotros mismos”, para así cambiar el mundo. De alguna manera, recuerda vagamente al crítico de arte vanguardista Boris Groys y su ya muy citado “diseño de sí”: cada uno es responsable ética, política y estéticamente de diseñarse para sí y para su propio entorno y así, presentar ante el mundo la imagen de nuestra personalidad, “purificadas de todo ornamento e influencia externa”. No sorprendió a nadie que el video mantenga desde el nombre del canal su fe hacia el minimalismo, tendencia decorativa que tuvo su auge en 1980, que consistía en reducir a lo esencial, a deshacerse de lo sobrante. Esta ideología decorativa brilló y sigue brillando con gran intensidad; basta buscar cómo luce el monasterio impoluto donde residen Kim Kardashian y Kanye West, o en qué se basa la doctrina del “tirar lo que no sirve” de la popular decoradora Marie Kondo. En estos espacios, el énfasis está en el escenario clean, que según Witold Rybczynski son escenarios inmaculados donde se eliminan cuidadosamente “todo vestigio de que son habitados por seres humanos, todos los indicios de descuido y fragilidad humana”. La estética que manejan, tanto Tajes como la youtuber, corresponden al minimalismo: espacios pintados del blanco más blanco inmaculado, pulcramente iluminados, sin límites a la vista, infinitos, inalcanzables.
¿Dónde están, en los discursos de estas dos influencers, los espacios no deleteables de la mente? ¿Dónde están el trauma, el duelo? La lógica de la autorreflexión también coincide con la lógica de lo desechable: si no tiene una función, en pos de la mejora, deberá ser eliminado. Cada atisbo de fragilidad, cada incongruencia con la vida impoluta es vista como una posibilidad de trabajar en la auto-mejora. Las heridas son un conjunto igualitario que sólo consigue un lugar valioso cuando se sana (con todas las connotaciones que ser “sano” signifique) en pos de la carrera por la mejora constante.
En otra esfera del problema está Amalia Ulman, una artista audiovisual de origen argentino que montó en 2014 una performance virtual sin final feliz de cuatro meses llamada “Excellences & Perfections”. Solamente utilizando Instagram, Ulman hizo un personaje ficticio de sí misma con un relato estructural: normalidad, ascenso, caída. La idea era traer ficción a una plataforma que ha sido diseñada presuntamente para “comportamiento” auténtico. La intención era probar qué fácil una audiencia puede ser manipulada a través del uso del mainstream, arquetipos y caracteres que han visto antes; a través de fotos y epígrafes que simulaban un estilo de vida de una chica de Los Ángeles de clase alta y top, la artista simuló pasar de tener una estética de niña pastel a “crecer” hacia otros horizontes, upgradearse a ella misma con un fin específicamente insertado en el mercado del deseo, conseguir un sugar daddy y convertirse en una mujer-maniquí. Además de dialogar entre el abismo del destino biológico de ser mujer y una construcción social de la misma, además de discutir la relación que existe entre vida real y virtual, la obra también es un relato de autosuperación en formato upgrade, de los más comunes en las plataformas que pueden generar influencers. El personaje de Ulman sufre una transformación radical de su contenido, pero también en cuerpo, mente y alma por un fin específico, a su vez, mercantilista.
En una entrevista reciente, Ulman contó cómo reaccionaron sus seguidores cuando develó el misterio: la mayoría estaban enojados de que les haya mentido, y recibió cataratas de comentarios negativos. Ella teoriza que sólo porque se habían enterado del chasco, y concluye: “al final, no creo que las redes sociales hayan cambiado demasiado desde 2014. A la gente todavía le gusta que le mientan”. Si la frontera entre vida virtual y vida real se va empastando y embarrando a pasos agigantados, una pregunta posible que podríamos hacernos es por qué es incompatible el duelo, el trauma, lo negativo, lo imborrable con los discursos actuales de los influencers. ¿Es que ciertos tabúes continúan tabúes, aún trasladados a la virtualidad? ¿Es que es un cliché social ya instaurado intentar ser la mejor persona posible constantemente? ¿Cuáles son las condiciones de ciertas plataformas y ciertos yoes que hacen que esos discursos proliferen o se intensifiquen? ¿Cuáles son las mentiras que tienen éxito en internet y cuáles son las que caen por su propio peso?
Autora
Ilustradora