El hallazgo fortuito de un álbum de fotos desata una operación arqueológica que tiene como horizonte al neurobiólogo Christofredo Jakob. Como si pudieran caminar sobre sus huellas y posar la mirada sobre cuanto objeto él se haya detenido, Ignacio Masllorens y Guadalupe Gaona elaboran en Atlas (2021) una arquitectura de la memoria que desborda infinitamente al recuerdo y dibuja nuevos pliegues en la historia.
¿Dónde cortar el verso? Todo poema demanda la formulación de la misma pregunta. ¿Dónde efectuar esa separación que mantiene unidas a las imágenes? ¿Cómo ubicar el punto preciso de su contacto? De manera inmediata, vuelven a mí todos estos interrogantes cuando veo el montaje fotográfico en blanco y negro del póster de Atlas (2021) a la entrada de la sala de cine. Una colonia de bichos capturada desde un ángulo cenital y algo que parece ser una hoja ocupan la mitad superior de la imagen; en la otra, alcanzamos a vislumbrar una figura humana. Algo inefable pero que intuyo asociado a la suavidad de sus labios me hace pensar que se trata de una mujer. Si el diseño de la ropa que lleva puesta apenas da cuenta de su distancia respecto del tiempo presente y no de mucho más, la falta de referencia se intensifica cuando reparamos en que una tonalidad gris y uniforme ocupa el fondo de la fotografía. Podría quedarme horas frente a ella, alejándome y acercándome, entrecerrando los ojos para quizás descubrir algún punto de anclaje acerca de la relación entre ambos fragmentos en los matices de color gris, pero la función está por comenzar.
Dirigido por Ignacio Masllorens y Guadalupe Gaona y estrenado en la Competencia Argentina de la 36° edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Atlas es un proyecto documental que se nutre de los desvíos para dar cuerpo a, como elles lo llaman, la “promesa de una biografía incompleta”. La figura en el centro de su atención es el neurobiólogo alemán Christofredo Jakob, cuyo arribo a nuestro país en 1899 será referido en los primeros intertítulos de la película. Consta como motivo de su llegada el contrato que le había extendido el gobierno argentino con el objetivo de ayudarlo a continuar su investigación desde el puesto de jefe de laboratorio del Hospital Nacional de Alienadas (hoy Hospital Braulio Moyano). A partir del hallazgo en aquella institución de un álbum fotográfico de las mujeres allí admitidas en la década de 1920, se desata en el equipo de dirección una operación arqueológica que les conduce incluso hasta el sur de nuestro país.
Ahora bien, sin la mayúscula, ¿a qué llamamos atlas? El diccionario me acerca dos definiciones, una en vínculo con la cartografía y otra, con la anatomía: “colección de mapas geográficos, históricos, etc., en un volumen” y “primera vértebra de las cervicales, articulada con el cráneo mediante los cóndilos del occipital”. Indiscutiblemente, estas acepciones se anudan con el archivo-germen de esta película y con los aportes a las neurociencias del Doctor Jakob. Cuando podría haberme dado por satisfecha en mi tarea, decido consultar el diccionario de etimologías, mi más placentero archivo, porque recuerdo vagamente un mito grecorromano que alguna vez leí. Voilà !
Atlas, genitivo atlantos: es el nombre de un dios, del grupo de los Titanes, que soporta la bóveda celeste. Viene de una raíz indoeuropea *tel- que indicaría “cargar con”.
Pienso que todos los documentales podrían llamarse así, Atlas, en especial aquellos que pretenden exponer un retrato de cada ínfimo detalle del objeto que los convoca, en un gesto totalizante y algo paranoide que afirma no dejar nada por fuera del encuadre. La película de Gaona y Masllorens no se deja vencer por esa tentación. Sí, es cierto que en ambos pulsa un deseo muy táctil de revolver el archivo, cual prestidigitadores que buscan en los cajones de vinilos joyas olvidadas por el tiempo. Pero cada capa que van descubriendo parece admitir que esa biografía en su horizonte ya estaba desarmada desde un comienzo. Fotografías familiares, publicaciones científicas, recuerdos contradictorios de su nieta y su bisnieta, paseos por su lugar de trabajo y por las montañas de Bariloche: la invocación fantasmática del doctor Jakob se enuncia desde los fragmentos.
Al principio, la literalidad: la cabeza embalsamada de un cóndor, las imágenes lóbregas de cerebros conservados en formol, orejas y narices flotando en recipientes cubiertos de polvo. El desconcierto frente a esas primeras estampas carentes de anclaje espacio-temporal logra esfumarse en los intertítulos que detallan la tarea de neurobiólogo en Argentina. Pero la opacidad insiste y me atrapa una vez más en aquello que se figura como el segundo comienzo de Atlas. Los nombres de las productoras vuelven a aparecer, así como también el título de la película, impresos sobre la imagen de dos mujeres en silencio cuyos cuerpos apuntan hacia el frente. A la izquierda, Cuqui Jakob, la nieta del doctor. A la derecha, su hija Luz. Están sentadas en el sillón floreado de un living y atienden las indicaciones de quienes las filman en un extenso plano fijo. Una pregunta en off inaugura la entrevista: “¿por dónde podemos empezar?”. Cuqui toma la palabra y hace con ella lo que le parece: cita recuerdos incompletos, se desdice, estira los silencios, levanta la voz. Fundamentalmente, desacredita las intervenciones de la hija, quien parece acercar una información más tamizada. “¿Me querés dejar hablar?“ “¿no puedo confundirme, no puedo ir y venir?”, le pregunta Cuqui, irónicamente, y cifra allí el movimiento oscilatorio de la película. Así como las parientes del doctor Jakob hacen las veces de antagonistas para sostener la puesta en escena de un discurso agujereado, ramificado, cada fuente documental se ubica al lado de otra en un intercambio recíproco. Un deseo de imagen guía a Guadalupe Gaona e Ignacio Masllorens: las fotografías abandonadas en el sótano del Hospital Moyano catalizan la filmación de otros rostros y otros espacios que puedan hacer red con el recorrido de Jakob. Como si pudieran caminar sobre sus huellas y posar la mirada sobre cuanto objeto él se haya detenido, elaboran una arquitectura de la memoria que desborda infinitamente al recuerdo y dibuja nuevos pliegues en la historia.
Antes me preguntaba por el punto de contacto entre las imágenes pues allí donde se encuentran, también se separan. Un sentido más grande que el conjunto de las piezas emerge en su contigüidad temporal. El ejercicio que impone la enciclopedia las reúne y genera nuevos puntos de contacto, artificiosos o no, que dan lugar a nuevas maneras de concebir las relaciones. Algo que también aparecía en la posibilidad de ir y venir que reclamaba Cuqui en la construcción de su relato. Excavar en las ruinas del pasado, en un gesto de desconfianza de toda categorización y nominalización que se pretenda neutra es, muy probablemente, la estrategia más certera para formar, con sus mismas armas, otros mundos posibles, otras esferas habitables. Otras enciclopedias. Salgo de la sala de cine y no puedo sino acordarme de “El idioma analítico de John Wilkins”, el cuento de Jorge Luis Borges. Se cita allí una clasificación de animales efectuada en el afamado Emporio celestial de conocimientos benévolos, cuyas divisiones eran “pertenecientes al emperador”, “embalsamados”, “fabulosos”, “incluidos en esta clasificación” y “etcétera”. Todo sistema de orden se reconoce vulnerado y, aún así, “la imposibilidad de penetrar el esquema divino del universo no puede, sin embargo, disuadirnos de planear esquemas, aunque nos conste que éstos son provisorios”. Esta voluntad de compendio omnipresente en Atlas se prefiguraba ya desde el póster promocional. Mientras que la mostración aislada de objetos, personas y paisajes a lo largo de la película cataliza la búsqueda común de referencias que parece nunca satisfacerse, la enciclopedia en tanto marco narrativo contiene múltiples formas de suplir la falta de referencia. Mostrar y montar se articulan en una intervención en el pasado y lo desconocido, en una búsqueda incesante de condiciones de posibilidades de nuevos enunciados, signados por el etcétera borgeano. A través de la biografía incompleta del doctor Jakob, Guadalupe Gaona e Ignacio Masllorens dan cauce a una anarquía enciclopédica.
Colaboradora