Desde las nociones de fracaso e hibridez, Bojack Horseman nos invita no sólo a ponernos la lente del perdedor, a ver “desde abajo” y desobedecer las leyes de la cultura del éxito, sino también a cuestionar los rígidos mapas genómicos explorando las posibilidades de lo transbiológico.
Bojack Horseman nos regaló este año su sexta y última temporada. La serie animada, creada por Raphael Bob-Waksberg para Netflix, duró 6 exitosas temporadas desde su estreno en el 2014. Muchxs fuimos quienes de a poco y tímidamente nos vimos envueltxs en este microcosmos animado en el que los modos de representación zoológicos se ven un tanto trastocados. Confieso haber sido una espectadora bastante desapegada durante sus primeras temporadas, en las que lo único que me capturaba eran esas sutiles transiciones entre escenas en que los personajes (animales no humanos) actuaban un poco humanamente y otro poco de acuerdo a sus propias características biológicas: ¿qué clase de hibridez era esa?, ¿cuál era el límite entre esos dos polos?, ¿qué nuevas posibilidades de ser me eran propuestas?
Gracias a una fantástica casualidad, quizás destino o alineación astral, mientras veía esta serie me topé con un texto de Jack Halberstam llamado El arte queer del fracaso. Así fue que me hallé presa de la serie capturada por una nueva potencia vital, un desplazamiento de sentidos que proponía entender la incoherencia, el fracaso y la derrota como formas no disciplinarias del saber que se oponían a las formas normativas contemporáneas. El fracaso, dice Halberstam (sin dejar de señalar los afectos negativos que obviamente produce), “conserva algo de la maravillosa anarquía de la infancia” perturbando los límites “entre adultxs y niñxs, entre vencedorxs y perdedorxs” e incluso, podríamos decir, en este caso, entre animales y humanxs. El fracaso nos da la posibilidad de utilizar sus afectos negativos para “crear agujeros en la positividad tóxica de la vida contemporánea”.
Mientras la serie avanza, se van abordando y profundizando tópicos como la depresión, la soledad, los sombríos detrás de escena de la industria televisiva en Hollywood y un largo, largo etcétera. La propuesta de la serie socava la opción de dar respuestas simples y, de este modo, da lugar a la posibilidad de lo incómodo. Así, nos invita a reflexionar sobre el hecho (que cada tanto a quienes hacen ficción se les olvida desde la hegemonía de la “justicia poética”) de que, a veces, no hay soluciones definitivas para los problemas humanos, que una cosa tal como la alternativa de “corregirse” puede no existir y que no siempre hay un destino fijado o posibilidad de redención. El quid de la cuestión será comprender qué posibilidades de acción y de representación habilita ese fracaso, a qué da lugar el pararse desde ahí.
Evadiendo deliberadamente la connotación que la cultura capitalista le asigna a este término, Jack Halberstam lo retoma y lo resignifica, de modo que concibe el fracaso como una potencia, como una condición de posibilidad para escapar a las soluciones triunfalistas de los problemas de la vida contemporánea.
En BH las alternativas que se ponen en juego no sólo tienen que ver con las lógicas de representación de la animalidad (que en los dibujos animados muchas veces no logran escapar de la óptica puramente antropocéntrica, dejando de lado el potencial creativo que esta puede tener), sino también con las novedosas posibilidades de acción y relación que pueden surgir del cuestionamiento a la cultura del éxito y del ganador. La serie logra así dar cuenta del potencial que pueden desplegar los mil matices de hibridez entre lo animal y lo humano, explorando, como diría la zoóloga y filósofa Donna Haraway, unas posibilidades que trascienden los supuestamente rígidos mapas genómicos de cada especie. Este enfoque transbiológico pone en cuestión los límites entre humanos, animales, máquinas, etc. y rechaza la idea de lo humano como lo excepcional, entendiéndolo como una posibilidad entre otras múltiples formas de ser (y actuar).
La ruptura de esa supuesta rigidez queda plasmada también al nivel de la escala. Si nos detenemos a observar, notaremos la desjerarquización con que se ponen en relación los personajes en el espacio: aquí una mosca puede medir lo mismo que un caballo, y lo mismo que una persona humana. Esto demuestra que no habría un criterio preestablecido para el espacio ocupado por los personajes y genera un efecto de apertura de posibilidades al salir de lo humano como eje primordial de la escala con que vemos el mundo. Por otro lado, dicha ruptura también nos habla del fracaso relacionado con esa “anarquía de la infancia” que menciona Halberstam, ya que en cierto modo consiste en “perturbar los límites”, y poder ver con una lente mucho más libre y desjerarquizada, como ocurre cuando somos niñxs e intentamos establecer relaciones de tamaños con el mundo que nos rodea. Así, se nos proponen estas identidades híbridas que se enfrentan a los problemas más humanos pero que son “resueltas” precisamente desde esa potente y creativa indeterminación.
Un buen ejemplo de esta cuestión es el personaje de Princess Carolyn, una gata color rosa que ha sido novia de Bojack en sus años “dorados” pero que ahora trabaja como (su) agente. Podríamos decir que su personaje es uno de los más golpeados a lo largo de las sucesivas temporadas. Desde sus consecutivos desamores a sus frustrados intentos de maternidad, hasta haber sido engañada por su madre durante gran parte de su vida, Princess Carolyn, como buen gato, logra sortear estas circunstancias y “siempre cae de pie”. Así, esa agilidad característica de los felinos, sus buenos reflejos y su posibilidad de sortear obstáculos, son las herramientas “animales” con las que Princess Carolyn logrará superar esos problemas tan propios de una criatura humana, poniendo en evidencia la potencia creativa de la hibridez de su personaje.
Así como en la vida, los personajes que esta serie nos muestra son híbridos en todo sentido, no son buenos pero tampoco malos, son multidimensionales y “humanos” que se equivocan, erran, aciertan y se vuelven a equivocar. Se chocan contra los muros de un sistema hostil, contra sus amigxs y colegas, revuelven en su pasado buscando una solución, aciertan y vuelven a pifiar. Cada acto va definiendo y redefiniendo sus (nuestras) identidades, que no son fijas sino errantes y fluidas.
Esta activa hibridez también la observamos en Bojack, el caballo protagonista. En él se encarnan las cuestiones existenciales típicamente humanas como la soledad o la depresión, pero no por esto abandona por completo sus características equinas. Por el contrario, en su alquimia, los creadores incorporan activamente algunas características propias de la especie del caballo, evitando dar al animal simplemente un rol humano y ya. Así, para Bojack, la promesa de libertad y felicidad frente a su humana depresión se encuentra en un amplio paisaje en el cual existe la oportunidad de correr junto a otros caballos salvajes, una añoranza expresada en una de las escenas más poéticas y profundas de toda la serie.
De este modo, se da un cruce reflexivo entre las características de ambas especies dando lugar a nuevas posibilidades de ser que, a primera vista, podrían parecer incompatibles. Las consecuencias de esta construcción problematizan el razonamiento usual que presenta lo humano como lo excepcional, poniéndolo en tensión constantemente. Por este mismo motivo, permite la difusión de otros modos de ser-humano, otros cuerpos y otras sexualidades, pero también habilita, a través de lo queer e inclasificable de sus personajes, pensar unas prácticas sexuales que van más allá de lo reproductivo y genital/sexual: si bien, por ejemplo, en términos biológicos, un caballo y una lechuza no podrían dar descendencia, esta serie nos ofrece la posibilidad de verlos relacionándose de otros modos, quizás más creativos.
Retomando la cuestión del fracaso, creo que es en esa vereda donde esta serie se para de modo muy consciente. A lo largo de sus seis temporadas somos testigos del profundo desarrollo de sus personajes, y nos vamos sumiendo en esa lógica en la que palpitamos la posibilidad del fracaso como casi la única “salida” ante la hostilidad del entorno, ante el triunfalismo demandado por Hollywood y por el sistema meritocrático en general. Bojack es un personaje que ya desde la secuencia de créditos aparece como figura casi estática frente a un fondo que cambia, se mueve, es dinámico y aparentemente tridimensional. La secuencia resulta ser, prácticamente, una alegoría de su vida, en la que Bojack quedó atrapado en su idealizado pasado de estrella semi-famosa de TV, mientras los personajes a su alrededor adquieren fluidez y mutabilidad: es así que el fondo adquiere una dimensión de profundidad mientras Bojack, en primer plano, se manifiesta como figura unidimensional y plana, quizás incapaz de “evolucionar”.
Frente a estas condiciones, la serie no responde con recetas para dejarnos satisfechxs con figuras que logran redimirse de sus errores, sino con alternativas complejas y reflexivas. Desde la perspectiva del fracaso, desde esta vista “desde abajo”, BH propone una revisión de la noción de la familia nuclear, elemento central para el sistema social y económico capitalista. Como espectadorxs casi que nos duele el grado de crudeza con que esto sucede: para la mayoría de los protagonistas, la familia se ha convertido en una pesada carga con la que deben lidiar para configurarse como los individuos que quieren ser en su presente. Para Bojack, haber crecido sin el cariño de sus xadres y haberse sentido despreciado por ellxs, es uno de los mayores obstáculos que deberá superar para constituirse como sujeto. La familia nuclear-biológica abandona ese lugar de resguardo y cobijo que pudo haber sido (o que es, para algunxs) y esa función se traslada y cobra pleno significado en lxs amigxs.
Desde la alternativa del fracaso es posible revisar a la familia (y a los vínculos en general) con otra lente, una que permite nuevos modos de relacionamiento que, como señala Halberstam, son modos queer de enfrentar la vida. Desde esta óptica, dice Halberstam, hay desobediencia, hay cuestionamiento a la corrección política. Esa misma desobediencia que veíamos en la construcción híbrida de los personajes tiene su correlato en el olvido, el fracaso, la estupidez, que se van configurando como respuestas a las nociones del Saber, el Dominio y el recuerdo entendidas como las estructuras hegemónicas del saber contemporáneas. Como señala el autor: “bajo ciertas circunstancias, fracasar, perder, olvidar, desmontar, deshacer, no llegar a ser, no saber, puede en realidad ofrecernos formas más creativas, más cooperativas, más sorprendentes de estar en el mundo”.
En esta nueva posibilidad vital, el fracaso, entendido como potencia, es un modo de poner en evidencia las contradicciones de la estructura de ese entorno hostil y de competencia insensata en el que están sumidos los personajes, y además, abre ese universo de posibilidades híbridas/transbiológicas desde el cual los problemas pueden ser abordados de modos más creativos e inesperados.
Más allá de mi insistente invitación a ver esta serie por la brillantez con que está elaborada, creo que lo central es reflexionar sobre su propuesta de ponerse la lente delx “fracasadx”, desde lo que habilita esta práctica políticamente, en términos de que hace posibles nuevas formas de saber y de ser más creativas y reactivas ante lo establecido. No es un hecho menor ni inocente el permitirse explorar los medios de animación que, por su capacidad de inventar nuevos referentes, abren mundos nuevos, instauran nuevos discursos sobre lo que entendemos por “lo real”, lo humano, lo animal y no se construyen, en cambio, como imagen especular y parásita de la “realidad”.
Codirectora