El filme de Craig Zobel tuvo en su momento una recepción más bien negativa. Su estreno coincidió, además, con el cierre de los cines a causa de la pandemia. Este texto pretende rescatar y revalorizar a una película injustamente menospreciada.
En uno de los afiches de La Cacería puede leerse un slogan que reza: “La película más comentada del año es una que nadie ha visto”. En agosto del 2019, el estudio Universal, encargada de su distribución, tuvo que suspender la campaña promocional a causa de dos tiroteos masivos ocurridos en Estados Unidos, en las ciudades de Dayton y El Paso. La película iba a estrenarse en septiembre de ese año, y finalmente fue lanzada en marzo del 2020.
En La Cacería se cuenta cómo un grupo de doce extraños, que no se conocen entre sí, despiertan en el claro de un bosque. Ninguno sabe por qué o cómo llegaron ahí. Todos ellos podrían reconocerse, desde lo ideológico, como conservadores. Y han sido elegidos por una élite liberal para ser cazados como animales.
Previo a su estreno, el film causó controversia en su país de origen. El punto más alto fue dado por el ex mandatario Donald Trump, que habló de “un Hollywood liberal (…) racista al más alto nivel”, y se refirió implícitamente a La Cacería como una película hecha “para inflamar y causar caos”. Es difícil juzgar seriamente la idea de un Hollywood racista de quien prometió en su campaña construir un muro para evitar la afluencia de inmigrantes mexicanos. Y más absurda resulta todavía la acusación de que la película resulte peligrosa y busque provocar algún tipo de revuelo. Es evidente que Trump dijo esto sin haber visto el film (que, para ese entonces, no había sido estrenado), y que parece considerarlo sólo en términos de su contenido, como si no hubiera nada más allá del tema de la película.
Es curioso que Trump haya expresado su indignación a través de una red social como Twitter. El espacio virtual tiene, en esta película, un lugar central en la trama, y las redes aparecen como algo digno de desconfianza, cuya información no se condice con la realidad. Esto se ve a las claras en la escena de apertura. En ella se nos muestra a una mujer sentada de espaldas a la cámara hasta que suena su celular. Sin que se conozca su rostro, lo siguiente que vemos es una conversación de un grupo en línea, en la cual los integrantes, indignados, hablan mal de su jefe. La mujer (que más tarde se revelará antagonista) interviene para comentar, jocosamente, sobre la posibilidad de cazar y matar a una docena de “deplorables”. Es un momento marcado por la presencia de una música grave y operística, que al comienzo le otorga un clima de tensión, pero al llegar a sonar tan alto termina por resultar exagerada, dándole un tinte cómico a la escena. Hacia el final de la película, sabremos que esta idea de una cacería humana no era más que un chiste interno, pero que al ser filtrado en Internet terminó por arruinar a un grupo de gente prestigiosa, que la llevó a cabo en la realidad. Algo similar ocurre cuando nos enteramos de que la villana del film (Athena, en referencia a la diosa de la guerra) confundió a la protagonista (llamada Crystal) con otra homónima.
No fueron pocos los medios que vieron en el film un intento de explotar la discusión sobre la violencia armada, y una normalización de la violencia contra los sectores conservadores. Pero pensar que la película muestra a los conservadores únicamente como víctimas supone una visión mayormente sesgada y superficial. En principio, los personajes de este grupo son asesinados a lo largo del metraje, pero también aparecen como individuos que portan armas normalmente, y son capaces de usar la violencia. A esto se suma que la protagonista absoluta termina siendo una mujer que forma parte de este bando. Por otra parte, los personajes del lado progresista tampoco son retratados de forma amable. Por el contrario, estos pueden preocuparse por cómo debe nombrarse a los afrodescendientes y por aquello que resulte apropiación cultural (lo cual se muestra en un gag cuando uno de ellos aparece usando un kimono), pero al mismo tiempo pueden matar brutalmente sin que les genere mayor culpa. Y estos personajes son los que uno vería a simple vista como más dignos de consideración o de respeto: un experimentado doctor, una amorosa pareja de ancianos atendiendo una estación de servicio, un refugiado político que termina revelándose como un cazador.
Quizás lo más discutible de las críticas mencionadas es que pasan por alto dos cuestiones fundamentales. La primera es que La Cacería es una sátira. Es decir, busca menos predicar sobre un conflicto político que mostrarlo de forma humorística. La segunda cuestión tiene que ver con que hacer un espectáculo sobre determinadas situaciones consideradas polémicas es algo que el cine ha hecho muchas veces. En este sentido, lo que hace el film de Craig Zobel es tomar la coyuntura política de su país de forma irónica, para llevar características asociadas a la izquierda y a la derecha al extremo de la comicidad. Y allí la violencia representada no deja de tener un componente lúdico y caricaturesco.
Esta suma de violencia disparatada, de personajes más ambiguos de lo que parecen a simple vista, de una musicalización retorcida, y de un humor negro que varía el tono de lo terrible a lo cómico, apareceen esta película para mostrar a una cultura norteamericana tremendamente contradictoria: una que busca la corrección política, al mismo tiempo que tiene la mayor cantidad de muertes por armas de fuego; una que se erige como baluarte de la democracia, pero es capaz de albergar en su interior las mayores injusticias. La estética voluntariamente grosera y exagerada del film recuerda un poco a Scarface, la enorme película de Brian De Palma de 1983. En aquella, el director contaba el ascenso y caída de Tony Montana (Al Pacino), un mafioso extravagante y exhibicionista, mostrando unos Estados Unidos inmersos en el delirio de la Era Reagan. Tanto Scarface como La Cacería son dos films que se proponen hablar de un estado de cosas de manera cruda, adoptando una puesta en escena desmesurada y de trazo grueso autoconsciente. De hecho, ambas tienen en común no haber sido comprendidas ni bien recibidas en su estreno. Sin embargo, con el paso del tiempo, Scarface fue revalorizada, y es considerada hoy como una gran película. Acaso lo mismo ocurra con La Cacería, que se animó, de manera furiosamente política, a hablar de su propio tiempo.
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