Por Melina Mendoza y Danila Nieto
Al ingresar a la sala donde se exhibe Cuerpos mutantes, en el Museo de Arte Moderno, lo primero que se ve —y por su tamaño, lo primero con lo que se choca— es una escultura, una monstruosidad animal. Esta última frase debería plantearse como una pregunta: a primera vista no hay algo que asegure que esta corporalidad verde de espuma poliuretánica, chiclosa, con un inesperado tul rosado, exista en esta realidad en la que persisten categorías como la de especie. Probablemente la altura de Cisne Hiel 27 (Mauro Guzmán, 2021), sus cuatro patas, los cuernos de venado lleven a asociarlo con la animalidad, pero ¿qué es esta tendencia a definir lo que vemos? ¿Qué ocurre con nuestra mirada, con nuestra experiencia del cuerpo, en el roce con lo extraño?