Por Melina Mendoza
El lugar habitado puede ser, según Bachelard, un espacio para la ensoñación, en la medida en que se disputa allí la posibilidad de que aspectos simbólicos como la memoria, el pensamiento y la imaginación adquieran una materialidad, un cuerpo, “un rincón en el mundo”. Subrayo “ensoñación”: en esta potencia para la fantasía, en la construcción de una temporalidad y una lógica propia, también se gesta la pesadilla. Si la casa presenta un modo de organización de la vida, en la amenaza de subversión de esta estabilidad se ubica lo siniestro. No obstante, ¿qué otros efectos despierta esta figura? ¿Puede pensarse al orden mismo como monstruosidad? Y, si así fuera, ¿imaginar nuevos vínculos con los territorios?